José Manuel Gómez Porchini
Resulta claro que las ideas, los pensamientos de la gente, las ilusiones de tener un mejor futuro y un ambiente más sano, en suma, la manifestación de los procesos mentales conocidos como creación y que se plasman para exhibirlos ante los demás, no pueden ni deben estar sujetas a límite alguno.
En algún momento, la manifestación de las ideas era libre en cuanto no fuera en contra de los dogmas de la Iglesia Católica , los últimos veinte siglos.
Tampoco podía atacar lo que el gobierno establecido considerara como bueno y correcto para la población. Menos aún, si esas ideas proponían un cambio en el estado de las cosas.
Es decir, Usted debía obtener un Imprimatur o Nihil Obstat que significan la orden o autorización de la Curia para publicar un texto, que obvio, no es otra cosa que la expresión escrita de las ideas de alguien.
Si le faltaba ese trámite, su texto no podía ser publicado. Si su texto carecía del permiso del Censor del gobierno, tampoco. Vamos, su texto tenía que ser autorizado para poder ser conocido por los demás.
Ahora, Usted escribe lo que quiere y su límite está en su propia decencia.
Lo correcto sería que dijéramos: -¡Maravilloso!
Sin embargo, la realidad es que si bien no existe cortapisa formal alguna a la libertad de expresión o a la simple manifestación de las ideas, lo cierto es que se convierte en un verdadero reto pretender publicar un texto que pudiera molestar a alguien.
Es decir, no basta con que las partes se pongan de acuerdo, el autor del texto y el editor del medio impreso, para que el contenido de lo escrito salga a la luz.
Se debe revisar, primero, que no ataque a los patrocinadores de la empresa comercial que edita el medio, ya periódico, revista semanal, quincenal o de cualquier otra periodicidad, o bien, que el medio sea visual, lo que agrava aún más, por la penetración de masas, de lo que ha de sacarse a la luz pública.
Luego, resulta obvio que la empresa tiene su propia línea editorial. Que si soy reaccionario, progresista, conservador, de avanzada, comunista o simplemente, existencialista o ecologista. Cualquier etiqueta que se le quiera poner a la empresa y que muchas veces el empresario adopta con gusto y hasta con orgullo. Por ende, Usted como autor no puede hablar mal de lo que sea contrario a los intereses existenciales del patrón.
Ya cuidados los dineros y las ideas, nos faltan los tiempos. Usted no puede hablar de navidad en julio ni de playas en diciembre. Se sale de contexto.
Claro, siempre y cuando su nota sea para el consumo masivo y tenga una fecha de caducidad muy corta, a veces, como del mismo día en que se generó la nota.
Entonces, si ahora, en junio, no puedo hablar de la navidad ni puedo hablar de los patrocinadores ni de lo que sea contrario a la línea editorial del medio en que se publica la nota, vamos a hablar del Derecho a la Libertad de Expresión.
¿Se fijó, mi querido lector, qué bonito se ve eso de Derecho a la Libertad de Expresión así, con mayúsculas iniciales? Hasta parece nombre de producto de línea, de los que se venden miles o millones.
Pero no, no hay tal. La libertad de expresión sí está restringida. Le ponen límites el dinero, las ideas, los tiempos, las formas y muchas otras cosas más.
Y sin embargo, cada año se celebra en este nuestro México sui géneris el Día de la Libertad de Expresión creado bajo los auspicios de un presidente de la república, de quien ni siquiera me gustaría acordarme, especialmente para que los grandes editores se congregaran junto al Presidente en turno y le agradecieran esa libertad.
Ahí es donde mis ideas chocan con la realidad. ¿Por qué he de agradecerle a nadie el que yo tenga un derecho? Tal vez, pueda levantarle un monumento a quien dio la vida o al que luchó por conseguir una nueva forma de hacer las cosas, pero no, nunca, al que sólo está cumpliendo con su obligación constitucional de respetar las leyes y entre estas, está el Derecho a la Libertad de Expresión.
Luego entonces, quienes ofrendaron sus vidas, los Hermanos Flores Magón entre ellos, haciendo valer su derecho a manifestar las ideas, son quienes habrían de ser enaltecidos.
Ahora, quienes podemos escribir y tratar de expresar una idea, una propuesta, una nueva forma de hacer las cosas, debemos recordar que no es gratuito ese derecho.
Que tomó muchos años y muchas vidas llegar a los tiempos actuales y que debemos luchar porque así siga.
Que nuestra única limitante sea el sentido común, que nos prevenga de decir barbaridades, de ofender a terceros o de usar la pluma para obtener privilegios.
Claro, siempre habrá el temor interno de saber que cada verdad expuesta a los ojos de la sociedad, puede convertirse en un enemigo mortal. Vamos, a veces, hasta una nota laudatoria puede llegar a causar problemas, si omitiste un nombre y ese, se da por ofendido y busca causarle problemas al escritor.
El oficio de escribir, en México, es uno de los más peligrosos pues tiene un porcentaje de caídos y lesionados en el cumplimiento de sus labores, muy superior a oficios técnicamente más peligrosos como manejar energía eléctrica o motores fuera de borda.
Mueren o matan más periodistas, en porcentaje, que repartidores de pizzas, que de suyo y por las motos, es uno de los empleos más peligrosos, o muchas otras profesiones.
Y sin embargo, cuando ya estás escribiendo, cuando estás dejando fluir la idea, como que los dedos se mueven solos, como que ya no eres tú quien escribe, si no otro yo que está metido en ti y escribe solo. Como que te preparas mentalmente para escribir una nota muy bonita, según tú, y resulta un ataque frontal a una situación desesperada. Eso es tener la voluntad, la posibilidad y el deseo de hacer valer tu derecho a la libertad de expresión. Dejar fluir las ideas y que por sí solas, salgan al mundo, a la luz pública.
Resulta claro que las ideas, los pensamientos de la gente, las ilusiones de tener un mejor futuro y un ambiente más sano, en suma, la manifestación de los procesos mentales conocidos como creación y que se plasman para exhibirlos ante los demás, no pueden ni deben estar sujetas a límite alguno.
En algún momento, la manifestación de las ideas era libre en cuanto no fuera en contra de los dogmas de la Iglesia Católica , los últimos veinte siglos.
Tampoco podía atacar lo que el gobierno establecido considerara como bueno y correcto para la población. Menos aún, si esas ideas proponían un cambio en el estado de las cosas.
Es decir, Usted debía obtener un Imprimatur o Nihil Obstat que significan la orden o autorización de la Curia para publicar un texto, que obvio, no es otra cosa que la expresión escrita de las ideas de alguien.
Si le faltaba ese trámite, su texto no podía ser publicado. Si su texto carecía del permiso del Censor del gobierno, tampoco. Vamos, su texto tenía que ser autorizado para poder ser conocido por los demás.
Ahora, Usted escribe lo que quiere y su límite está en su propia decencia.
Lo correcto sería que dijéramos: -¡Maravilloso!
Sin embargo, la realidad es que si bien no existe cortapisa formal alguna a la libertad de expresión o a la simple manifestación de las ideas, lo cierto es que se convierte en un verdadero reto pretender publicar un texto que pudiera molestar a alguien.
Es decir, no basta con que las partes se pongan de acuerdo, el autor del texto y el editor del medio impreso, para que el contenido de lo escrito salga a la luz.
Se debe revisar, primero, que no ataque a los patrocinadores de la empresa comercial que edita el medio, ya periódico, revista semanal, quincenal o de cualquier otra periodicidad, o bien, que el medio sea visual, lo que agrava aún más, por la penetración de masas, de lo que ha de sacarse a la luz pública.
Luego, resulta obvio que la empresa tiene su propia línea editorial. Que si soy reaccionario, progresista, conservador, de avanzada, comunista o simplemente, existencialista o ecologista. Cualquier etiqueta que se le quiera poner a la empresa y que muchas veces el empresario adopta con gusto y hasta con orgullo. Por ende, Usted como autor no puede hablar mal de lo que sea contrario a los intereses existenciales del patrón.
Ya cuidados los dineros y las ideas, nos faltan los tiempos. Usted no puede hablar de navidad en julio ni de playas en diciembre. Se sale de contexto.
Claro, siempre y cuando su nota sea para el consumo masivo y tenga una fecha de caducidad muy corta, a veces, como del mismo día en que se generó la nota.
Entonces, si ahora, en junio, no puedo hablar de la navidad ni puedo hablar de los patrocinadores ni de lo que sea contrario a la línea editorial del medio en que se publica la nota, vamos a hablar del Derecho a la Libertad de Expresión.
¿Se fijó, mi querido lector, qué bonito se ve eso de Derecho a la Libertad de Expresión así, con mayúsculas iniciales? Hasta parece nombre de producto de línea, de los que se venden miles o millones.
Pero no, no hay tal. La libertad de expresión sí está restringida. Le ponen límites el dinero, las ideas, los tiempos, las formas y muchas otras cosas más.
Y sin embargo, cada año se celebra en este nuestro México sui géneris el Día de la Libertad de Expresión creado bajo los auspicios de un presidente de la república, de quien ni siquiera me gustaría acordarme, especialmente para que los grandes editores se congregaran junto al Presidente en turno y le agradecieran esa libertad.
Ahí es donde mis ideas chocan con la realidad. ¿Por qué he de agradecerle a nadie el que yo tenga un derecho? Tal vez, pueda levantarle un monumento a quien dio la vida o al que luchó por conseguir una nueva forma de hacer las cosas, pero no, nunca, al que sólo está cumpliendo con su obligación constitucional de respetar las leyes y entre estas, está el Derecho a la Libertad de Expresión.
Luego entonces, quienes ofrendaron sus vidas, los Hermanos Flores Magón entre ellos, haciendo valer su derecho a manifestar las ideas, son quienes habrían de ser enaltecidos.
Ahora, quienes podemos escribir y tratar de expresar una idea, una propuesta, una nueva forma de hacer las cosas, debemos recordar que no es gratuito ese derecho.
Que tomó muchos años y muchas vidas llegar a los tiempos actuales y que debemos luchar porque así siga.
Que nuestra única limitante sea el sentido común, que nos prevenga de decir barbaridades, de ofender a terceros o de usar la pluma para obtener privilegios.
Claro, siempre habrá el temor interno de saber que cada verdad expuesta a los ojos de la sociedad, puede convertirse en un enemigo mortal. Vamos, a veces, hasta una nota laudatoria puede llegar a causar problemas, si omitiste un nombre y ese, se da por ofendido y busca causarle problemas al escritor.
El oficio de escribir, en México, es uno de los más peligrosos pues tiene un porcentaje de caídos y lesionados en el cumplimiento de sus labores, muy superior a oficios técnicamente más peligrosos como manejar energía eléctrica o motores fuera de borda.
Mueren o matan más periodistas, en porcentaje, que repartidores de pizzas, que de suyo y por las motos, es uno de los empleos más peligrosos, o muchas otras profesiones.
Y sin embargo, cuando ya estás escribiendo, cuando estás dejando fluir la idea, como que los dedos se mueven solos, como que ya no eres tú quien escribe, si no otro yo que está metido en ti y escribe solo. Como que te preparas mentalmente para escribir una nota muy bonita, según tú, y resulta un ataque frontal a una situación desesperada. Eso es tener la voluntad, la posibilidad y el deseo de hacer valer tu derecho a la libertad de expresión. Dejar fluir las ideas y que por sí solas, salgan al mundo, a la luz pública.
Comentarios