Agenda Ciudadana / Lorenzo Meyer
A raíz de las inundaciones que han afectado al noreste del país, hay que insistir que en buena medida los llamados desastres naturales son de manufactura humana. En la base de tragedias como la que hoy afecta al noreste mexicano, suele haber fallas de responsables políticos, mezcla de errores, ineptitudes y corrupción: permitir asentamientos humanos en sitios donde la naturaleza puede reclamar lo suyo, no construir las obras de prevención o no alertar a tiempo, mal manejo del desfogue de presas, etc. Los infortunios tienen que convertirse en oportunidades de solidaridad, de aprendizaje y de enmienda. No dejemos que el desastre se quede en pura pérdida.
ELECCIONES
En principio, las elecciones son un método para escoger candidatos a un puesto. Actualmente la democracia política no se concibe sin elecciones -un método pacífico para resolver la eterna disputa por el poder- pero eso no significa que donde hay elecciones también hay democracia. La propia historia de México así lo confirma. Elecciones las hubo a pasto en la época colonial aunque sólo al final se abrió la puerta de la política electoral "a la moderna". Lograda la independencia ese acceso se institucionalizó pero nunca bien. Los siglos XIX y XX estuvieron llenos de elecciones sin democracia. Sólo en los últimos lustros los mexicanos empezamos a movernos realmente en el terreno de las elecciones democráticas pero aún no logramos hacerlo bien.
EL ORIGEN
La obra coordinada por Ernesto Emmerich, Las elecciones en la ciudad de México, 1376-2005, (IEDF-UAM, 2005), deja en claro que, en el inicio, los mexicas echaron mano de un tipo de elección o consulta para seleccionar al tlatoani y a otros cargos, pero con la consolidación de su imperio, ese sistema dio paso a otro donde sólo los pocos -la nobleza- participaban en la selección del líder o de plano ésta se hizo por línea sucesoria. En cualquier caso, se trató de un sistema cerrado donde el pueblo sólo confirmaba lo decidido. Siglos después, el priismo recreó el método azteca.
En la colonia, el corazón del proceso político fue la corporación, ya fuese de base étnica, religiosa, profesional o económica, es decir, cabildos españoles o indígenas, órdenes religiosas, gremios de artesanos, consulados de comerciantes, la universidad, etc. En el cabildo se elegía sólo a los alcaldes ordinarios. Las elecciones corporativas no necesariamente eran libres sino que estaban sujetas a formas de presión donde los más poderosos maniobraban para prevalecer. En las organizaciones de comerciantes, las luchas de "partidos" eran intensas y no eran raro la introducción de votantes espurios o los litigios post electorales, pues los intereses económicos en juego eran cuantiosos. Ni las órdenes religiosas escaparon al conflicto, aunque sí fue excepcional que sus disputas electorales terminaran a golpes y cuchilladas, como en el caso de la elección del provincial de los mercedarios en 1625. En fin, si se busca, se encuentra que el cúmulo de irregularidades de nuestras elecciones actuales tiene una raíz centenaria.
LA MODERNIDAD
Es posible datar el inicio del sistema electoral moderno en 1812. Un resultado de la prisión del monarca español por Napoleón en 1808, fue el traslado del liberalismo español al centro del escenario y su expresión más acabada la constitución de Cádiz. Virginia Guedea ha explorado la naturaleza de las elecciones municipales del 29 de noviembre de 1812 en la ciudad de México, ("Las primeras elecciones populares en la Ciudad de México, 1812-1813", Estudios Mexicanos/Mexican Studies, invierno, 1991). Para entonces la disputa política tenía como trasfondo a la guerra de independencia y las elecciones resultaron muy competidas porque la rivalidad estaba ya bien definida: por un lado el partido de los criollos y por el otro el de los peninsulares; uno favorecía el cambio y el otro no. Se trató de elecciones indirectas, como todas las de ese siglo, donde hubo listas de candidatos, propaganda y participaron las clases populares, incluyendo los que claramente no estaban autorizados: sirvientes o negros. El resultado fue un triunfo rotundo de quien el virrey Venegas no deseaba: el partido criollo -incluyendo a algunos "Guadalupes"- que celebró su triunfo con mueras a los "gachupines" y en favor de la soberanía popular. Ni uno solo de los candidatos peninsulares o de sus simpatizantes americanos ganó, pero en algunas parroquias hubo más votos que votantes así como boletas claramente manufacturadas en serie.
Las siguientes elecciones, las del 4 de julio de 1813 fueron más controladas, pero volvió a ganar el bando de la oposición, es decir, el criollo. La audiencia, alarmada, pidió suspender la nueva constitución pues el proceso electoral resultaba subversivo. Con el retorno de Fernando VI, la constitución de 1812 se derogó y los electos cesaron en sus cargos. Esa primera primavera electoral duró muy poco, las cosas ya no volverían a ser como antes.
EL SIGLO XIX
Con la independencia, las elecciones -siempre indirectas- se hicieron inevitables. Según Richard Warren, ("The will of the nation: political participation in Mexico, 1808-1836", LASA, 1992), la lucha partidaria entre yorkinos y escoseses -origen de los partidos liberal y conservador-, movilizó a los votantes de la capital al punto que las siempre temerosas clases altas, volvieron a pensar en evitarlas o, por lo menos, en limitar la participación de las clases populares.
En poco tiempo la disputa por la nueva nación se agudizó, y de la competencia en las urnas con sus múltiples triquiñuelas, se pasó a las armas y México entró en un violento y costoso proceso de guerra civil que sólo concluiría con la restauración de la República, en 1867. La constitución liberal y democrática de diez años atrás (1857) volvió a prevalecer, pero como habían sido las armas las que realmente habían decidido la gran disputa en torno a su vigencia, los comicios se vaciaron de contenido. A partir de 1884 el resultado de las elecciones presidenciales quedó predeterminado pero a nivel local con frecuencia las elecciones fueron la oportunidad para que las rivalidades regionales afloraran. Esperanza Donjuan en Conflictos electorales durante el Porfiriato en Sonora, (2006), señala que el ritual electoral siempre fue respetado, pero finalmente los candidatos, tanto "oficiales" como "independientes", provinieron de la misma clase social -"vecinos principales"- y todos recurrieron al fraude, al acarreo de votantes y ocasionalmente a la violencia. Finalmente, poco a poco la ficción democrática hizo despertar los deseos de participación en los sectores populares al punto que la demanda maderista de "Sufragio efectivo" encontró eco.
SIGLO XX
La Revolución Mexicana se inició como un esfuerzo por hacer real la ficción electoral porfirista. Al final de la lucha civil hubo muchos cambios en la vida política y social mexicana pero no en lo electoral; ahí prevaleció la ficción. Después de la de 1911, las elecciones sirvieron para varias cosas, más no para decidir quiénes deberían ocupar los llamados "puestos de elección popular". Sin embargo, el calendario electoral hizo inevitable que alrededor de sus fechas se destapara la agitación política y estallara eso que una votación real hubiera evitado: la violencia. Las rebeliones de 1920, 1923 y 1929 así como las cuasi rebeliones de Francisco Serrano y Arnulfo R. Gómez en 1927 o la almazanista de 1940 y la fuerte agitación de 1946 y 1952, están ligadas al calendario electoral y a la idea de que el sufragio no le servía de nada a la oposición.
DE LA PAX PRIISTA AL FORCEJEO SISTEMÁTICO Y A ELECCIONES DEFICIENTES
La estabilidad electoral del autoritarismo priista sólo existió, y no sin tensiones, entre el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines y mediados del de Miguel de la Madrid: apenas algo más de tres decenios. En 1988 volvió a dominar la disfuncionalidad electoral que en el 2000 desembocó en el fin de los 71 años de monopolio del PRI sobre la presidencia de la República.
La derrota presidencial del PRI en el 2000 se anunció como la entrada de México a la "Paz democrática"; no fue así. El 2006 y la pasada ola electoral confirmaron que el país está en un terreno político inseguro, que aún se encuentra entre la ficción electoral del pasado y la estabilidad democrática por lograr.
TAREA
Muchos países tienen un pasado electoral como el nuestro pero pocos tienen un aparato electoral tan costoso y supuestamente montado para remontar la mala tradición. Al final, ese aparato ha resultado casi inútil. Se requiere desmontarlo, rehacerlo. Se dice fácil, es difícil y no debería haber alternativa.
A raíz de las inundaciones que han afectado al noreste del país, hay que insistir que en buena medida los llamados desastres naturales son de manufactura humana. En la base de tragedias como la que hoy afecta al noreste mexicano, suele haber fallas de responsables políticos, mezcla de errores, ineptitudes y corrupción: permitir asentamientos humanos en sitios donde la naturaleza puede reclamar lo suyo, no construir las obras de prevención o no alertar a tiempo, mal manejo del desfogue de presas, etc. Los infortunios tienen que convertirse en oportunidades de solidaridad, de aprendizaje y de enmienda. No dejemos que el desastre se quede en pura pérdida.
ELECCIONES
En principio, las elecciones son un método para escoger candidatos a un puesto. Actualmente la democracia política no se concibe sin elecciones -un método pacífico para resolver la eterna disputa por el poder- pero eso no significa que donde hay elecciones también hay democracia. La propia historia de México así lo confirma. Elecciones las hubo a pasto en la época colonial aunque sólo al final se abrió la puerta de la política electoral "a la moderna". Lograda la independencia ese acceso se institucionalizó pero nunca bien. Los siglos XIX y XX estuvieron llenos de elecciones sin democracia. Sólo en los últimos lustros los mexicanos empezamos a movernos realmente en el terreno de las elecciones democráticas pero aún no logramos hacerlo bien.
EL ORIGEN
La obra coordinada por Ernesto Emmerich, Las elecciones en la ciudad de México, 1376-2005, (IEDF-UAM, 2005), deja en claro que, en el inicio, los mexicas echaron mano de un tipo de elección o consulta para seleccionar al tlatoani y a otros cargos, pero con la consolidación de su imperio, ese sistema dio paso a otro donde sólo los pocos -la nobleza- participaban en la selección del líder o de plano ésta se hizo por línea sucesoria. En cualquier caso, se trató de un sistema cerrado donde el pueblo sólo confirmaba lo decidido. Siglos después, el priismo recreó el método azteca.
En la colonia, el corazón del proceso político fue la corporación, ya fuese de base étnica, religiosa, profesional o económica, es decir, cabildos españoles o indígenas, órdenes religiosas, gremios de artesanos, consulados de comerciantes, la universidad, etc. En el cabildo se elegía sólo a los alcaldes ordinarios. Las elecciones corporativas no necesariamente eran libres sino que estaban sujetas a formas de presión donde los más poderosos maniobraban para prevalecer. En las organizaciones de comerciantes, las luchas de "partidos" eran intensas y no eran raro la introducción de votantes espurios o los litigios post electorales, pues los intereses económicos en juego eran cuantiosos. Ni las órdenes religiosas escaparon al conflicto, aunque sí fue excepcional que sus disputas electorales terminaran a golpes y cuchilladas, como en el caso de la elección del provincial de los mercedarios en 1625. En fin, si se busca, se encuentra que el cúmulo de irregularidades de nuestras elecciones actuales tiene una raíz centenaria.
LA MODERNIDAD
Es posible datar el inicio del sistema electoral moderno en 1812. Un resultado de la prisión del monarca español por Napoleón en 1808, fue el traslado del liberalismo español al centro del escenario y su expresión más acabada la constitución de Cádiz. Virginia Guedea ha explorado la naturaleza de las elecciones municipales del 29 de noviembre de 1812 en la ciudad de México, ("Las primeras elecciones populares en la Ciudad de México, 1812-1813", Estudios Mexicanos/Mexican Studies, invierno, 1991). Para entonces la disputa política tenía como trasfondo a la guerra de independencia y las elecciones resultaron muy competidas porque la rivalidad estaba ya bien definida: por un lado el partido de los criollos y por el otro el de los peninsulares; uno favorecía el cambio y el otro no. Se trató de elecciones indirectas, como todas las de ese siglo, donde hubo listas de candidatos, propaganda y participaron las clases populares, incluyendo los que claramente no estaban autorizados: sirvientes o negros. El resultado fue un triunfo rotundo de quien el virrey Venegas no deseaba: el partido criollo -incluyendo a algunos "Guadalupes"- que celebró su triunfo con mueras a los "gachupines" y en favor de la soberanía popular. Ni uno solo de los candidatos peninsulares o de sus simpatizantes americanos ganó, pero en algunas parroquias hubo más votos que votantes así como boletas claramente manufacturadas en serie.
Las siguientes elecciones, las del 4 de julio de 1813 fueron más controladas, pero volvió a ganar el bando de la oposición, es decir, el criollo. La audiencia, alarmada, pidió suspender la nueva constitución pues el proceso electoral resultaba subversivo. Con el retorno de Fernando VI, la constitución de 1812 se derogó y los electos cesaron en sus cargos. Esa primera primavera electoral duró muy poco, las cosas ya no volverían a ser como antes.
EL SIGLO XIX
Con la independencia, las elecciones -siempre indirectas- se hicieron inevitables. Según Richard Warren, ("The will of the nation: political participation in Mexico, 1808-1836", LASA, 1992), la lucha partidaria entre yorkinos y escoseses -origen de los partidos liberal y conservador-, movilizó a los votantes de la capital al punto que las siempre temerosas clases altas, volvieron a pensar en evitarlas o, por lo menos, en limitar la participación de las clases populares.
En poco tiempo la disputa por la nueva nación se agudizó, y de la competencia en las urnas con sus múltiples triquiñuelas, se pasó a las armas y México entró en un violento y costoso proceso de guerra civil que sólo concluiría con la restauración de la República, en 1867. La constitución liberal y democrática de diez años atrás (1857) volvió a prevalecer, pero como habían sido las armas las que realmente habían decidido la gran disputa en torno a su vigencia, los comicios se vaciaron de contenido. A partir de 1884 el resultado de las elecciones presidenciales quedó predeterminado pero a nivel local con frecuencia las elecciones fueron la oportunidad para que las rivalidades regionales afloraran. Esperanza Donjuan en Conflictos electorales durante el Porfiriato en Sonora, (2006), señala que el ritual electoral siempre fue respetado, pero finalmente los candidatos, tanto "oficiales" como "independientes", provinieron de la misma clase social -"vecinos principales"- y todos recurrieron al fraude, al acarreo de votantes y ocasionalmente a la violencia. Finalmente, poco a poco la ficción democrática hizo despertar los deseos de participación en los sectores populares al punto que la demanda maderista de "Sufragio efectivo" encontró eco.
SIGLO XX
La Revolución Mexicana se inició como un esfuerzo por hacer real la ficción electoral porfirista. Al final de la lucha civil hubo muchos cambios en la vida política y social mexicana pero no en lo electoral; ahí prevaleció la ficción. Después de la de 1911, las elecciones sirvieron para varias cosas, más no para decidir quiénes deberían ocupar los llamados "puestos de elección popular". Sin embargo, el calendario electoral hizo inevitable que alrededor de sus fechas se destapara la agitación política y estallara eso que una votación real hubiera evitado: la violencia. Las rebeliones de 1920, 1923 y 1929 así como las cuasi rebeliones de Francisco Serrano y Arnulfo R. Gómez en 1927 o la almazanista de 1940 y la fuerte agitación de 1946 y 1952, están ligadas al calendario electoral y a la idea de que el sufragio no le servía de nada a la oposición.
DE LA PAX PRIISTA AL FORCEJEO SISTEMÁTICO Y A ELECCIONES DEFICIENTES
La estabilidad electoral del autoritarismo priista sólo existió, y no sin tensiones, entre el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines y mediados del de Miguel de la Madrid: apenas algo más de tres decenios. En 1988 volvió a dominar la disfuncionalidad electoral que en el 2000 desembocó en el fin de los 71 años de monopolio del PRI sobre la presidencia de la República.
La derrota presidencial del PRI en el 2000 se anunció como la entrada de México a la "Paz democrática"; no fue así. El 2006 y la pasada ola electoral confirmaron que el país está en un terreno político inseguro, que aún se encuentra entre la ficción electoral del pasado y la estabilidad democrática por lograr.
TAREA
Muchos países tienen un pasado electoral como el nuestro pero pocos tienen un aparato electoral tan costoso y supuestamente montado para remontar la mala tradición. Al final, ese aparato ha resultado casi inútil. Se requiere desmontarlo, rehacerlo. Se dice fácil, es difícil y no debería haber alternativa.
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