Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal
No hay mucho que pueda alegar el PRI para defender el dicho de que la jornada electoral del 4 de julio fue exitosa, ni en términos de expectativas –que es altamente subjetivo-, ni en términos de poder territorial. El argumento cuantitativo de que amanecieron el domingo con nueve gubernaturas y se fueron a dormir con nueve, es insostenible en términos del número de ciudadanos cuyo destino es administrado por priistas. El argumento de que debido a que las victorias más simbólicas fueron logradas por ex priistas, es un sofisma y soslaya dos factores: todos aquellos priistas que abandonaron el partido en el último cuarto de siglo, jamás regresaron al resguardo revolucionario; y todos aquellos que llegaron a puestos de gobierno, utilizaron el poder para fortalecer a otros partidos, no para regresarlo al PRI.
Que Mario López Valdés dejara el PRI este mismo año para aceptar la candidatura de una alianza PAN-PRD y emergiera como un gobernador triunfante, no significa en términos reales, medidos en gobernados y presupuestos, que el PRI ganó en Sinaloa, ni que en algún momento de su sexenio repudiará a los partidos que lo llevaron al poder, de la misma forma como Gabino Cué y Rafael Moreno Valle, que ganaron las gubernaturas en Oaxaca y Puebla, jamás regresaron al PRI que dejaron hace años sin remordimiento alguno. Son reflejo, en todo caso, de un realineamiento político que tiene que ser analizado bajo diferentes parámetros.
Lo que sí muestran esas victorias y contiendas inesperadamente competidas con candidatos que fueron priistas hasta recientemente, como José Rosas Aispuru en Durango y Miguel Ángel Yunes en Veracruz, es que en 10 años de haber despojado al PRI de la Presidencia, ni el PAN ni el PRD han sido capaces de construir una escuela de políticos ganadores, y con excepciones notables tienen que recurrir a priistas insatisfechos por haber sido relegados o excluidos en los procesos de selección de candidatos. Pero al mismo tiempo es otra vertiente de la derrota del PRI, donde se entregó el control de su sucesión a los gobernadores –hubo más pérdidas que en aquellas entidades donde gobernaba otro partido-, quienes parecen haber decidido más en términos personales que en función de quién era el mejor calificado ante los electores.
La derrota del PRI tiene que medirse en términos cualitativos y cuantitativos. En el campo de lo cualitativo se puede inscribir la expectativa que había creado su propia dirigente nacional, Beatriz Paredes, cuando dijo que ganarían las 12 gubernaturas que estaban en juego, retórica repetida por varios líderes en el partido, inclusive por el gobernador Enrique Peña Nieto en las vísperas. Los resultados electorales en 2009 cuando se renovó la Cámara de Diputados y los procesos locales donde habían ganado todo, construyeron una percepción de invencibilidad. Fueron tan altas las expectativas, que una derrota hubiera bastado para rayar a la poderosa maquinaria, pero dos altamente simbólicas como Oaxaca y Puebla, detonaron automáticamente la idea opuesta: sí es posible derrotar al PRI y sí es factible impedir su regreso triunfal a Los Pinos en 2012.
Visto bajo esa perspectiva, la percepción de invencibilidad a casi tres años de la elección presidencial es tan objetivamente improcedente, como alegar ahora lo contrario, puesto que se parte del supuesto de tiempo congelado en cada proceso. Pero analizado en términos del avance territorial que alcanzaron las alianzas en esta jornada, la preocupación de fondo para el PRI tiene que ser real. Los datos que ya arrojan los resultados preliminares de la elección son muy significativos, particularmente para el PAN, el partido en el poder, para el cual la estrategia de alianzas fue indispensable para romper la profecía autorrealizable de que el PRI regresaría caminando a Los Pinos:
1.- El PAN llegó este domingo a la elección gobernando a 2.2 millones de personas en los estados donde se ponía en juego el poder estatal, lo que significaba el 7% del total de ciudadanos. Tras la elección gobernarán, junto con los partidos de la alianza, a 11.8 millones de personas, que es el 34% del total.
2.- El PRI llegó a este domingo gobernando en las 12 entidades donde se pusieron en juego los poderes estatales a 30.9 millones de personas, 90% del total, y terminará gobernando, si mantiene Durango y Veracruz, a 22.7 millones, que representan el 66%. Es decir, habrá perdido 8.1 millones de gobernados.
En términos nacionales, la adición de 9.5 millones de gobernados bajo administraciones del PAN y las alianzas tras las elecciones, significa que tendrán bajo su administración a 31.3 millones de mexicanos, que significa el 29% del total, contra 54.9 millones gobernados por priistas, que representan el 51%. Estos datos duros, no desagregados por partido, mantienen arriba al PRI en cuanto a poder nacional, pero con un declive importante. No son para tranquilizar ni conformar a nadie, sino para replantear las estrategias mediatas y futuras.
Los avances del PAN, PRD y partidos coaligados tendrán que ser procesados por los candidatos ganadores y encontrar fórmulas de representación real. Tendrán que analizar qué partidos aportaron cuántos votos, para repartir el poder alcanzado y pulir el programa de gobierno. No va a ser una tarea fácil, en particular por la sobrerrepresentación que le dio el PAN al PRD en las alianzas, que reclamará mayor posiciones políticas, y porque en el fondo se encuentran en juego asignaciones presupuestales y recursos políticos para los gobernantes.
Este va a ser el desafío de las alianzas ganadoras y el horizonte para medir viabilidad y factibilidad en las elecciones del próximo año. Con todas sus diferencias internas y conflictos intramuros que les afectaron en estas elecciones, se puede argumentar que el PRI tiene mayor homogeneidad que el resto de los partidos, y se extrapola de mayor manera cuando se revisan las posibilidades de que los acuerdos cupulares de las alianzas permeen hacia las bases en los arreglos para manejar sus co-gobiernos en el día con día. Ahí puede encontrarse su debilidad y a la vez la fortaleza del PRI. Pero en este momento tienen el espacio para celebrar, disfrutar y gozar la derrota del PRI. Mañana será otro día.
NOTA: En la anterior entrega se publicó que el virtual gobernador de Oaxaca, Gabino Cué, no tendría mayoría en el Congreso local. Es impreciso. La ley en el estado suma los votos de todos los partidos coaligados en el Congreso, con lo cual sí tendrá la mayoría
No hay mucho que pueda alegar el PRI para defender el dicho de que la jornada electoral del 4 de julio fue exitosa, ni en términos de expectativas –que es altamente subjetivo-, ni en términos de poder territorial. El argumento cuantitativo de que amanecieron el domingo con nueve gubernaturas y se fueron a dormir con nueve, es insostenible en términos del número de ciudadanos cuyo destino es administrado por priistas. El argumento de que debido a que las victorias más simbólicas fueron logradas por ex priistas, es un sofisma y soslaya dos factores: todos aquellos priistas que abandonaron el partido en el último cuarto de siglo, jamás regresaron al resguardo revolucionario; y todos aquellos que llegaron a puestos de gobierno, utilizaron el poder para fortalecer a otros partidos, no para regresarlo al PRI.
Que Mario López Valdés dejara el PRI este mismo año para aceptar la candidatura de una alianza PAN-PRD y emergiera como un gobernador triunfante, no significa en términos reales, medidos en gobernados y presupuestos, que el PRI ganó en Sinaloa, ni que en algún momento de su sexenio repudiará a los partidos que lo llevaron al poder, de la misma forma como Gabino Cué y Rafael Moreno Valle, que ganaron las gubernaturas en Oaxaca y Puebla, jamás regresaron al PRI que dejaron hace años sin remordimiento alguno. Son reflejo, en todo caso, de un realineamiento político que tiene que ser analizado bajo diferentes parámetros.
Lo que sí muestran esas victorias y contiendas inesperadamente competidas con candidatos que fueron priistas hasta recientemente, como José Rosas Aispuru en Durango y Miguel Ángel Yunes en Veracruz, es que en 10 años de haber despojado al PRI de la Presidencia, ni el PAN ni el PRD han sido capaces de construir una escuela de políticos ganadores, y con excepciones notables tienen que recurrir a priistas insatisfechos por haber sido relegados o excluidos en los procesos de selección de candidatos. Pero al mismo tiempo es otra vertiente de la derrota del PRI, donde se entregó el control de su sucesión a los gobernadores –hubo más pérdidas que en aquellas entidades donde gobernaba otro partido-, quienes parecen haber decidido más en términos personales que en función de quién era el mejor calificado ante los electores.
La derrota del PRI tiene que medirse en términos cualitativos y cuantitativos. En el campo de lo cualitativo se puede inscribir la expectativa que había creado su propia dirigente nacional, Beatriz Paredes, cuando dijo que ganarían las 12 gubernaturas que estaban en juego, retórica repetida por varios líderes en el partido, inclusive por el gobernador Enrique Peña Nieto en las vísperas. Los resultados electorales en 2009 cuando se renovó la Cámara de Diputados y los procesos locales donde habían ganado todo, construyeron una percepción de invencibilidad. Fueron tan altas las expectativas, que una derrota hubiera bastado para rayar a la poderosa maquinaria, pero dos altamente simbólicas como Oaxaca y Puebla, detonaron automáticamente la idea opuesta: sí es posible derrotar al PRI y sí es factible impedir su regreso triunfal a Los Pinos en 2012.
Visto bajo esa perspectiva, la percepción de invencibilidad a casi tres años de la elección presidencial es tan objetivamente improcedente, como alegar ahora lo contrario, puesto que se parte del supuesto de tiempo congelado en cada proceso. Pero analizado en términos del avance territorial que alcanzaron las alianzas en esta jornada, la preocupación de fondo para el PRI tiene que ser real. Los datos que ya arrojan los resultados preliminares de la elección son muy significativos, particularmente para el PAN, el partido en el poder, para el cual la estrategia de alianzas fue indispensable para romper la profecía autorrealizable de que el PRI regresaría caminando a Los Pinos:
1.- El PAN llegó este domingo a la elección gobernando a 2.2 millones de personas en los estados donde se ponía en juego el poder estatal, lo que significaba el 7% del total de ciudadanos. Tras la elección gobernarán, junto con los partidos de la alianza, a 11.8 millones de personas, que es el 34% del total.
2.- El PRI llegó a este domingo gobernando en las 12 entidades donde se pusieron en juego los poderes estatales a 30.9 millones de personas, 90% del total, y terminará gobernando, si mantiene Durango y Veracruz, a 22.7 millones, que representan el 66%. Es decir, habrá perdido 8.1 millones de gobernados.
En términos nacionales, la adición de 9.5 millones de gobernados bajo administraciones del PAN y las alianzas tras las elecciones, significa que tendrán bajo su administración a 31.3 millones de mexicanos, que significa el 29% del total, contra 54.9 millones gobernados por priistas, que representan el 51%. Estos datos duros, no desagregados por partido, mantienen arriba al PRI en cuanto a poder nacional, pero con un declive importante. No son para tranquilizar ni conformar a nadie, sino para replantear las estrategias mediatas y futuras.
Los avances del PAN, PRD y partidos coaligados tendrán que ser procesados por los candidatos ganadores y encontrar fórmulas de representación real. Tendrán que analizar qué partidos aportaron cuántos votos, para repartir el poder alcanzado y pulir el programa de gobierno. No va a ser una tarea fácil, en particular por la sobrerrepresentación que le dio el PAN al PRD en las alianzas, que reclamará mayor posiciones políticas, y porque en el fondo se encuentran en juego asignaciones presupuestales y recursos políticos para los gobernantes.
Este va a ser el desafío de las alianzas ganadoras y el horizonte para medir viabilidad y factibilidad en las elecciones del próximo año. Con todas sus diferencias internas y conflictos intramuros que les afectaron en estas elecciones, se puede argumentar que el PRI tiene mayor homogeneidad que el resto de los partidos, y se extrapola de mayor manera cuando se revisan las posibilidades de que los acuerdos cupulares de las alianzas permeen hacia las bases en los arreglos para manejar sus co-gobiernos en el día con día. Ahí puede encontrarse su debilidad y a la vez la fortaleza del PRI. Pero en este momento tienen el espacio para celebrar, disfrutar y gozar la derrota del PRI. Mañana será otro día.
NOTA: En la anterior entrega se publicó que el virtual gobernador de Oaxaca, Gabino Cué, no tendría mayoría en el Congreso local. Es impreciso. La ley en el estado suma los votos de todos los partidos coaligados en el Congreso, con lo cual sí tendrá la mayoría
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