Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal
Alguna vez dijo el monárquico Conde de Mirabeau que si para salvar a la República había que guillotinar al Rey, que le cortaran la cabeza. La Primera República Francesa se salvó, pero no así Luis XVI, quien murió en 1793 para salvar una crisis de Estado. La evocación surge por un pasaje de sobrevivencia similar, lejos por supuesto de esos niveles, por parte del presidente Felipe Calderón, quien tuvo que cortarle la cabeza –en este caso metafóricamente- a la persona a la que le entregó todo el poder y los recursos de su oficina para salvar la crisis en Los Pinos. La Presidencia no estaba en riesgo, pero sí la homogeneidad del equipo que le tiene que operar los dos últimos años de su sexenio, que había sido rota por Patricia Flores, hasta el miércoles jefa de la Oficina de la Presidencia, y puesto en riesgo la gobernabilidad interna.
Flores, una advenediza al equipo íntimo del Presidente, llegó de la mano de la hoy primera dama, Margarita Zavala, a la campaña presidencial, en el área que manejó los fondos privados, y a Los Pinos, en un puesto secundario, desde donde se fue ganando el apoyo total de Calderón. Su ambición política, por lo demás legítima, y los ajustes del equipo presidencial le acomodaron la escalera al Olimpo calderonista. Subió muy rápido, o le faltó el temple para procesar el poder que le delegaron. En cualquier caso no entendió que ese poder era prestado y que no le pertenecía. Y en solo un semestre dinamitó su carrera. El Presidente pareció tratarla con elegancia en su salida de Los Pinos, pero en realidad, su mensaje de despedida fue un ajuste de cuentas codificado.
Calderón pareció ser muy generoso con Flores al reconocer sus méritos como la persona que despachaba en una oficina junto a la de él, y que con el derecho de picaporte que tenía solía incomodar a los secretarios de Estado que a veces querían tener unos minutos de privacidad con el Presidente para tratar temas que pensaba sólo competían a los oídos de Calderón. Pero en el mensaje hay que leer lo positivo como negativo para alcanzar a comprender el tamaño de la molestia que le generó, y combinarlo con la encomienda a su sustituto, Gerardo Ruiz Mateos, para entender todo aquello que rompió.
Una clave la dio Calderón al instruir a Ruiz Mateos, con ella de testigo y rostro desencajado, a “dar seguimiento puntual de las órdenes y acuerdos del Presidente”. Para el buen entendedor eso fue exactamente lo que violentó las cosas, el dejar de “seguir” puntualmente las instrucciones de su jefe. Cuáles fueron exactamente las cosas que desgastaron esa relación tan sólida, sigue siendo un secreto en Los Pinos. Pero una señal la dio el Presidente en la despedida, cuando dijo que Flores había impulsado la lucha por la seguridad pública. La empujó, cierto, hasta el despeñadero.
El rendimiento de la campaña de comunicación política para colocar el discurso bélico como la razón de ser de Calderón, tuvo una caída tan vertiginosa que en cuestión de meses hasta sus defensores más vehementes comenzaron a criticarlo. La percepción no coincidía con la realidad de sus dichos y datos, y en Los Pinos nunca fueron capaces de conciliar lo objetivo con lo subjetivo. El resultado es que la mayoría de los mexicanos piensan que la lucha contra el narcotráfico la perdió el gobierno, que tampoco pudo logró el consenso de las élites a favor de esa cruzada.
La responsable de esa estrategia fue Flores, quien excluyó por completo del diseño y operación de la propaganda al responsable de Comunicación Social de la Presidencia, Max Cortázar, y desoyó las objeciones que le hacía Alejandra Sota, la maestra de obras de ella, la arquitecta. La exclusión de Cortázar –hubo spots de los que se enteró hasta verlos en televisión- y las crecientes fricciones con Sota, provocaron un creciente enfrentamiento entre ellos, particularmente el primero, que rompieron el tejido entre los advenedizos de Flores, y el viejo equipo que venía trabajando con Calderón desde hace casi una década, y que lo acompañó durante los días más duros y difíciles de su carrera política.
El choque fue de trenes: entre ella y el grupo calderonista que está construyendo el proyecto transexenal. Flores tampoco vio con suficiente claridad y atención, vistos los resultados, que ese grupo de la más alta confianza, amistad y cariño del Presidente, había girado en torno a Juan Camilo Mouriño como el candidato de Los Pinos para 2012, y que a su muerte, el relevo natural era la persona más importante para Calderón en el gabinete, Ernesto Cordero, el secretario de Hacienda.
En su mensaje, Calderón dio otra clave al decir que Flores coordinó las tareas del gobierno durante la crisis de la influenza AH1N1, cuando la realidad es que durante los pocos días que tuvo a su cargo el manejo de crisis, esta se profundizó por los errores y contradicciones en las cifras. Cordero, en ese entonces secretario de Desarrollo Social, fue llamado para, desde una oficina alterna coordinar toda la información, y coordinar al gabinete, con lo cual el gobierno recuperó la iniciativa y se abrió el espacio público para actuar en el control de la epidemia.
Flores jugó a las contras de él y del Presidente, y Calderón lo registró en el mensaje de salida, al hablar de lo mucho que trabajó para el Bicentenario y el Centenario este otoño. En efecto Flores apostó en esas celebraciones, que terminaron concebidas como la plataforma para la candidatura presidencial del secretario de Educación, Alonso Lujambio. Desde hace poco más de cuatro meses, dijeron funcionarios de la Presidencia, el alineamiento fue claro: Flores estaba con Lujambio y presionaba para llevarlo a la nominación. Ingenua. Si no está claro si el propio Presidente tendrá la fuerza para imponer al PAN un candidato, menos ella al querer imponer un candidato a Los Pinos.
Calderón le encargó a Ruiz Mateos la “reorganización integral” de la Oficina de la Presidencia, que incluya “todas las áreas que (la) componen”. El mensaje es claro. Flores fue excluyente dentro de Los Pinos, maltrató a todo un equipo muy unido y alteró la coordinación con varias secretarías de Estado. Ruiz Mateos regresa a la Presidencia a un cargo que ya había tenido y cumplido, ese sí, con eficiencia. La paz debe regresar a Los Pinos y restaurarse la concordia. Era indispensable para el Presidente esta medida, pues los enemigos y los adversarios se encuentran afuera, no adentro, que es en lo que se convirtió la reina destronada.
Alguna vez dijo el monárquico Conde de Mirabeau que si para salvar a la República había que guillotinar al Rey, que le cortaran la cabeza. La Primera República Francesa se salvó, pero no así Luis XVI, quien murió en 1793 para salvar una crisis de Estado. La evocación surge por un pasaje de sobrevivencia similar, lejos por supuesto de esos niveles, por parte del presidente Felipe Calderón, quien tuvo que cortarle la cabeza –en este caso metafóricamente- a la persona a la que le entregó todo el poder y los recursos de su oficina para salvar la crisis en Los Pinos. La Presidencia no estaba en riesgo, pero sí la homogeneidad del equipo que le tiene que operar los dos últimos años de su sexenio, que había sido rota por Patricia Flores, hasta el miércoles jefa de la Oficina de la Presidencia, y puesto en riesgo la gobernabilidad interna.
Flores, una advenediza al equipo íntimo del Presidente, llegó de la mano de la hoy primera dama, Margarita Zavala, a la campaña presidencial, en el área que manejó los fondos privados, y a Los Pinos, en un puesto secundario, desde donde se fue ganando el apoyo total de Calderón. Su ambición política, por lo demás legítima, y los ajustes del equipo presidencial le acomodaron la escalera al Olimpo calderonista. Subió muy rápido, o le faltó el temple para procesar el poder que le delegaron. En cualquier caso no entendió que ese poder era prestado y que no le pertenecía. Y en solo un semestre dinamitó su carrera. El Presidente pareció tratarla con elegancia en su salida de Los Pinos, pero en realidad, su mensaje de despedida fue un ajuste de cuentas codificado.
Calderón pareció ser muy generoso con Flores al reconocer sus méritos como la persona que despachaba en una oficina junto a la de él, y que con el derecho de picaporte que tenía solía incomodar a los secretarios de Estado que a veces querían tener unos minutos de privacidad con el Presidente para tratar temas que pensaba sólo competían a los oídos de Calderón. Pero en el mensaje hay que leer lo positivo como negativo para alcanzar a comprender el tamaño de la molestia que le generó, y combinarlo con la encomienda a su sustituto, Gerardo Ruiz Mateos, para entender todo aquello que rompió.
Una clave la dio Calderón al instruir a Ruiz Mateos, con ella de testigo y rostro desencajado, a “dar seguimiento puntual de las órdenes y acuerdos del Presidente”. Para el buen entendedor eso fue exactamente lo que violentó las cosas, el dejar de “seguir” puntualmente las instrucciones de su jefe. Cuáles fueron exactamente las cosas que desgastaron esa relación tan sólida, sigue siendo un secreto en Los Pinos. Pero una señal la dio el Presidente en la despedida, cuando dijo que Flores había impulsado la lucha por la seguridad pública. La empujó, cierto, hasta el despeñadero.
El rendimiento de la campaña de comunicación política para colocar el discurso bélico como la razón de ser de Calderón, tuvo una caída tan vertiginosa que en cuestión de meses hasta sus defensores más vehementes comenzaron a criticarlo. La percepción no coincidía con la realidad de sus dichos y datos, y en Los Pinos nunca fueron capaces de conciliar lo objetivo con lo subjetivo. El resultado es que la mayoría de los mexicanos piensan que la lucha contra el narcotráfico la perdió el gobierno, que tampoco pudo logró el consenso de las élites a favor de esa cruzada.
La responsable de esa estrategia fue Flores, quien excluyó por completo del diseño y operación de la propaganda al responsable de Comunicación Social de la Presidencia, Max Cortázar, y desoyó las objeciones que le hacía Alejandra Sota, la maestra de obras de ella, la arquitecta. La exclusión de Cortázar –hubo spots de los que se enteró hasta verlos en televisión- y las crecientes fricciones con Sota, provocaron un creciente enfrentamiento entre ellos, particularmente el primero, que rompieron el tejido entre los advenedizos de Flores, y el viejo equipo que venía trabajando con Calderón desde hace casi una década, y que lo acompañó durante los días más duros y difíciles de su carrera política.
El choque fue de trenes: entre ella y el grupo calderonista que está construyendo el proyecto transexenal. Flores tampoco vio con suficiente claridad y atención, vistos los resultados, que ese grupo de la más alta confianza, amistad y cariño del Presidente, había girado en torno a Juan Camilo Mouriño como el candidato de Los Pinos para 2012, y que a su muerte, el relevo natural era la persona más importante para Calderón en el gabinete, Ernesto Cordero, el secretario de Hacienda.
En su mensaje, Calderón dio otra clave al decir que Flores coordinó las tareas del gobierno durante la crisis de la influenza AH1N1, cuando la realidad es que durante los pocos días que tuvo a su cargo el manejo de crisis, esta se profundizó por los errores y contradicciones en las cifras. Cordero, en ese entonces secretario de Desarrollo Social, fue llamado para, desde una oficina alterna coordinar toda la información, y coordinar al gabinete, con lo cual el gobierno recuperó la iniciativa y se abrió el espacio público para actuar en el control de la epidemia.
Flores jugó a las contras de él y del Presidente, y Calderón lo registró en el mensaje de salida, al hablar de lo mucho que trabajó para el Bicentenario y el Centenario este otoño. En efecto Flores apostó en esas celebraciones, que terminaron concebidas como la plataforma para la candidatura presidencial del secretario de Educación, Alonso Lujambio. Desde hace poco más de cuatro meses, dijeron funcionarios de la Presidencia, el alineamiento fue claro: Flores estaba con Lujambio y presionaba para llevarlo a la nominación. Ingenua. Si no está claro si el propio Presidente tendrá la fuerza para imponer al PAN un candidato, menos ella al querer imponer un candidato a Los Pinos.
Calderón le encargó a Ruiz Mateos la “reorganización integral” de la Oficina de la Presidencia, que incluya “todas las áreas que (la) componen”. El mensaje es claro. Flores fue excluyente dentro de Los Pinos, maltrató a todo un equipo muy unido y alteró la coordinación con varias secretarías de Estado. Ruiz Mateos regresa a la Presidencia a un cargo que ya había tenido y cumplido, ese sí, con eficiencia. La paz debe regresar a Los Pinos y restaurarse la concordia. Era indispensable para el Presidente esta medida, pues los enemigos y los adversarios se encuentran afuera, no adentro, que es en lo que se convirtió la reina destronada.
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