Jorge Alejandro Medellín / De orden superior
Los críticos más duros de la actividad antidrogas del Ejército, Armada y Fuerza Aérea en México aseguran que la inteligencia militar es una falacia.
Argumentan en su favor que la información recabada, procesada y convertida en datos operacionales ha resultado ínfima o en todo caso limitada a acciones de choque y captura de líderes y no a apuntalar una verdadera estrategia que penetre las estructuras financieras y de protección gubernamental, bancaria, empresarial y comercial al narco, como parte de una verdadera política anticrimen del Estado Mexicano.
Los críticos no se equivocan. Los avalan los propios militares de larga carrera que han pasado años en áreas de inteligencia, análisis y aplicación de lo aprendido. Son militares en retiro, del alto grado, el máximo en el ejército, con amplia experiencia en Seguridad Nacional y en formación de estos cuadros en el Colegio de defensa nacional, por ejemplo.
Estos generales comentan en corto, en la charla de café, que la inteligencia generada por el Ejército y la Fuerza Aérea “es una de las más grandes falacias que han existido en este país”.
Y lo es no por mala fe o por incapacidad para cumplir con rigor las tareas que la generación, administración y aprovechamiento de la inteligencia traen consigo.
Lo es, porque cuando la inteligencia militar produce lo que de ella se espera, termina por depender de arreglos políticos, de acuerdos palaciegos, de entendimientos entre civiles y algunos mandos, de nexos militares con personeros del crimen organizado, de infiltraciones y traiciones, de decisiones presidenciales, de decisiones forradas a veces de dólares o de básica torpeza.
Fuego amigo
En el otro extremo está la inteligencia policiaca, que en estos años panistas, de Fox a Calderón, ha tenido mala suerte y peor prestigio. Esta vertiente de la inteligencia anticrimen tiene su antecedente en 1996 y 1997, con la creación de la Policía Federal Preventiva (PFP), que surgió y se fortaleció bajo el cobijo de la SEDENA con miras a convertirse en una policía única en el país, cubriendo un amplio espectro de acción y poder.
Cuatro años después, la naciente Secretaría de Seguridad Pública Federal (SSPF), diseñada por Genaro García Luna, un avanzado y notable alumno del Almirante Wilfrido Robledo Madrid (actual director de la Policía Federal Ministerial de la PGR), lanzaba su propia estructura de inteligencia y acopio de información mediante un ambicioso programa para darle vida a las Bases de Inteligencia Territorial (BIT).
La idea era no depender de los aportes militares, de los tiempos de los mandos castrenses y de sus manejos discrecionales y sesgados de la información privilegiada, surgida de diversas estructuras como los Grupos de Inteligencia de Zona (GIZ) o de las Secciones Séptima (Operaciones Contra el Narcotráfico) y Segunda (Inteligencia), o del Centro de Inteligencia Antinarcóticos (CIAN).
Con los BIT, la gente de García Luna inició en 2002-2003 una nueva etapa operativa contra el crimen organizado.
La estructura de las BIT dependía de la Coordinación de Inteligencia para la Prevención, que dirigía Luis Miguel Dena Escalera. Estaban integradas por entre 10 y hasta 15 elementos, según la zona del país en al que operaran y compartían cierta información con la SIEDO.
El solo caso de Dena Escalera es un contundente ejemplo de grotesco manejo de la actividad e inteligencia para fines diversos; fue espía del CISEN encargado intervenir todas las comunicaciones del EZLN.
Luego fue delegado del CISEN en el Estado de México y más tarde ocupó su último cargo en la SSPF hasta que en julio de 2009 se descubrió la existencia de una extensa rede espionaje integrada por al menos una veintena de ex empleados del Gobernación encabezados por Escalera y dedicados a comprar equipo sofisticado israelí para intercepción de comunicaciones, el cual ingresaba al país tras la fachada de la empresa Seguridad Privada Inteligente Proveedora de Soluciones Activas (SPIPSA).
La supuesta empresa de seguridad en realidad se dedicaba espiar toda clase de líderes políticos y empresariales.
Podredumbre
Las BIT que coordinaba Escalera comenzaron a operar en Chiapas, en Oaxaca, en Sonora, Sinaloa, Veracruz, Tamaulipas, Chihuahua y especialmente en Guerrero.
En esa entidad el esquema de combate al delito implicaba una turbia mezcla de inteligencia y contrainteligencia hacia cárteles, núcleos subversivos, grupos de resistencia civil, y capos locales.
De las vetas más rentables -en todo sentido- comenzaron a nutrirse las BIT de la SSP Federal, estableciendo nexos cada vez más claros con los cárteles que se disputaban lugares clave como Acapulco, Petatlán, Coyuca. Altamirano, Iguala, Chilpancingo, Filo de Caballos.
En este cuadro de gradual descomposición aparecen en escena personajes como Gamaliel Aguirre Tavira, el Güero Huetamo, mensajero, sicario, enlace y operador de los hermanos Beltrán Leyva en Acapulco y encargado también de limpiar de Zetas la plaza del puerto turístico.
A él se le atribuyen las ejecuciones de cuatro Zetas grabados en video y luego distribuidos en la red como advertencia a los rivales de los Beltrán que pelearan ese corredor turístico de las drogas.
La escena se complicó más cuando el alcalde perredista de las motos y las chamarras de cuero quiso desembarazarse de los pactos no escritos de sus antecesores con la gente de los Beltrán y el cartel de Sinaloa.
Las ejecuciones y venganzas afloraron para mostrar un tenue mapa de las componendas y ajustes que la nueva clase política guerrerense dejó en el aire. Entre estas componendas estaban la protección de mandos de la Policía Ministerial de Guerrero al Güero Huetamo, a Edgar Valdéz Villarreal, la Barbie, y a otros capos que controlaban entonces la plaza.
La existencia de las BIT y su proceso de descomposición están íntimamente ligados con la operación y las redes de protección que siguen teniendo en Guerrero los Beltrán y la gente de Sinaloa, pese a ser rivales a muerte.
Los que saben dicen que los límites estaban perfectamente marcados en Acapulco cuando de mover droga, dinero, mujeres, armas y amigos se trataba,
Nada más cruzando el puente que lleva a Punta Diamante, hacia la costera, ya sabía uno que estaba en territorio de los Beltranes, ya sabía uno a qué atenerse, porque lo seguro estaba de este lado del puerto.
Las BIT de García Luna y de Dena Escalera acabaron corrompidas y muchos de sus agentes y encargados se pasaron al lado oscuro de la fuerza. Aún antes de hacerlo, competían con los GIZES de la SEDENA en el acopio y manejo de la información. Se estorbaban. Se espiaban. Se seguían. Muchas veces se anulaban.
Ese ha sido el caldo de cultivo que le ha dado vida durante años a personajes como el Güero Huetamo y otros más, cuyos jefes y cooperantes han surgido de las filas en pugna de la inteligencia militar y de la inteligencia policial (de civil o uniformada) del sexenio en turno.
Los críticos más duros de la actividad antidrogas del Ejército, Armada y Fuerza Aérea en México aseguran que la inteligencia militar es una falacia.
Argumentan en su favor que la información recabada, procesada y convertida en datos operacionales ha resultado ínfima o en todo caso limitada a acciones de choque y captura de líderes y no a apuntalar una verdadera estrategia que penetre las estructuras financieras y de protección gubernamental, bancaria, empresarial y comercial al narco, como parte de una verdadera política anticrimen del Estado Mexicano.
Los críticos no se equivocan. Los avalan los propios militares de larga carrera que han pasado años en áreas de inteligencia, análisis y aplicación de lo aprendido. Son militares en retiro, del alto grado, el máximo en el ejército, con amplia experiencia en Seguridad Nacional y en formación de estos cuadros en el Colegio de defensa nacional, por ejemplo.
Estos generales comentan en corto, en la charla de café, que la inteligencia generada por el Ejército y la Fuerza Aérea “es una de las más grandes falacias que han existido en este país”.
Y lo es no por mala fe o por incapacidad para cumplir con rigor las tareas que la generación, administración y aprovechamiento de la inteligencia traen consigo.
Lo es, porque cuando la inteligencia militar produce lo que de ella se espera, termina por depender de arreglos políticos, de acuerdos palaciegos, de entendimientos entre civiles y algunos mandos, de nexos militares con personeros del crimen organizado, de infiltraciones y traiciones, de decisiones presidenciales, de decisiones forradas a veces de dólares o de básica torpeza.
Fuego amigo
En el otro extremo está la inteligencia policiaca, que en estos años panistas, de Fox a Calderón, ha tenido mala suerte y peor prestigio. Esta vertiente de la inteligencia anticrimen tiene su antecedente en 1996 y 1997, con la creación de la Policía Federal Preventiva (PFP), que surgió y se fortaleció bajo el cobijo de la SEDENA con miras a convertirse en una policía única en el país, cubriendo un amplio espectro de acción y poder.
Cuatro años después, la naciente Secretaría de Seguridad Pública Federal (SSPF), diseñada por Genaro García Luna, un avanzado y notable alumno del Almirante Wilfrido Robledo Madrid (actual director de la Policía Federal Ministerial de la PGR), lanzaba su propia estructura de inteligencia y acopio de información mediante un ambicioso programa para darle vida a las Bases de Inteligencia Territorial (BIT).
La idea era no depender de los aportes militares, de los tiempos de los mandos castrenses y de sus manejos discrecionales y sesgados de la información privilegiada, surgida de diversas estructuras como los Grupos de Inteligencia de Zona (GIZ) o de las Secciones Séptima (Operaciones Contra el Narcotráfico) y Segunda (Inteligencia), o del Centro de Inteligencia Antinarcóticos (CIAN).
Con los BIT, la gente de García Luna inició en 2002-2003 una nueva etapa operativa contra el crimen organizado.
La estructura de las BIT dependía de la Coordinación de Inteligencia para la Prevención, que dirigía Luis Miguel Dena Escalera. Estaban integradas por entre 10 y hasta 15 elementos, según la zona del país en al que operaran y compartían cierta información con la SIEDO.
El solo caso de Dena Escalera es un contundente ejemplo de grotesco manejo de la actividad e inteligencia para fines diversos; fue espía del CISEN encargado intervenir todas las comunicaciones del EZLN.
Luego fue delegado del CISEN en el Estado de México y más tarde ocupó su último cargo en la SSPF hasta que en julio de 2009 se descubrió la existencia de una extensa rede espionaje integrada por al menos una veintena de ex empleados del Gobernación encabezados por Escalera y dedicados a comprar equipo sofisticado israelí para intercepción de comunicaciones, el cual ingresaba al país tras la fachada de la empresa Seguridad Privada Inteligente Proveedora de Soluciones Activas (SPIPSA).
La supuesta empresa de seguridad en realidad se dedicaba espiar toda clase de líderes políticos y empresariales.
Podredumbre
Las BIT que coordinaba Escalera comenzaron a operar en Chiapas, en Oaxaca, en Sonora, Sinaloa, Veracruz, Tamaulipas, Chihuahua y especialmente en Guerrero.
En esa entidad el esquema de combate al delito implicaba una turbia mezcla de inteligencia y contrainteligencia hacia cárteles, núcleos subversivos, grupos de resistencia civil, y capos locales.
De las vetas más rentables -en todo sentido- comenzaron a nutrirse las BIT de la SSP Federal, estableciendo nexos cada vez más claros con los cárteles que se disputaban lugares clave como Acapulco, Petatlán, Coyuca. Altamirano, Iguala, Chilpancingo, Filo de Caballos.
En este cuadro de gradual descomposición aparecen en escena personajes como Gamaliel Aguirre Tavira, el Güero Huetamo, mensajero, sicario, enlace y operador de los hermanos Beltrán Leyva en Acapulco y encargado también de limpiar de Zetas la plaza del puerto turístico.
A él se le atribuyen las ejecuciones de cuatro Zetas grabados en video y luego distribuidos en la red como advertencia a los rivales de los Beltrán que pelearan ese corredor turístico de las drogas.
La escena se complicó más cuando el alcalde perredista de las motos y las chamarras de cuero quiso desembarazarse de los pactos no escritos de sus antecesores con la gente de los Beltrán y el cartel de Sinaloa.
Las ejecuciones y venganzas afloraron para mostrar un tenue mapa de las componendas y ajustes que la nueva clase política guerrerense dejó en el aire. Entre estas componendas estaban la protección de mandos de la Policía Ministerial de Guerrero al Güero Huetamo, a Edgar Valdéz Villarreal, la Barbie, y a otros capos que controlaban entonces la plaza.
La existencia de las BIT y su proceso de descomposición están íntimamente ligados con la operación y las redes de protección que siguen teniendo en Guerrero los Beltrán y la gente de Sinaloa, pese a ser rivales a muerte.
Los que saben dicen que los límites estaban perfectamente marcados en Acapulco cuando de mover droga, dinero, mujeres, armas y amigos se trataba,
Nada más cruzando el puente que lleva a Punta Diamante, hacia la costera, ya sabía uno que estaba en territorio de los Beltranes, ya sabía uno a qué atenerse, porque lo seguro estaba de este lado del puerto.
Las BIT de García Luna y de Dena Escalera acabaron corrompidas y muchos de sus agentes y encargados se pasaron al lado oscuro de la fuerza. Aún antes de hacerlo, competían con los GIZES de la SEDENA en el acopio y manejo de la información. Se estorbaban. Se espiaban. Se seguían. Muchas veces se anulaban.
Ese ha sido el caldo de cultivo que le ha dado vida durante años a personajes como el Güero Huetamo y otros más, cuyos jefes y cooperantes han surgido de las filas en pugna de la inteligencia militar y de la inteligencia policial (de civil o uniformada) del sexenio en turno.
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