Felipe Calderón da portazo a la realidad

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Desconcierto producen algunas de las reacciones motivadas por la ejecución de Rodolfo Torre Cantú, porque muchos de los que se conducían con sensatez dejaron de hacerlo, mientras otros perdieron lo poco que les quedaba de sentido común, para alinearse por la banda cómoda que proporciona el poder, el gobierno, por más desacreditado que esté. Se suman al “no hay más ruta que la nuestra”; es decir, el camino de la gobernabilidad es la cruenta lucha contra los cárteles, sin opción posible.

No es cierto, la violencia genera violencia; la sangre llama a más derramamiento de sangre. Si la deuda externa acumulada durante lo peor del priato, el Fobaproa y la siempre pospuesta transición democrática que abrió la imposición de la alternancia a Ernesto Zedillo son hechos que cancelan el futuro de varias generaciones, el costo anímico, social, humano y político de la también impuesta guerra en contra del crimen organizado, pesará más que todas las culpas del régimen priista, porque el miedo y la inseguridad superan todos los agravios y se convierten en mayor lastre, por el costo humano, que suma ya más de 25 mil cadáveres.

Bueno sería poder determinar en qué momento Felipe Calderón Hinojosa olvidó cómo llegó a tomar posesión, tras banderas, por la puerta de atrás, con dos poderosos avales para la dudosa legitimidad: la noche anterior la del Ejército, en ceremonia inventada, para al margen del tiempo constitucional investirlo como jefe de las Fuerzas Armadas, y tras difícil negociación con otros partidos a excepción del PRD y PT. Negociación encabezada por el PRI. Al presidente se le acabó la gratitud.

La declaración del martes último pronunciada por Beatriz Paredes obedece a un corte de caja: las deudas están saldadas. Si hemos de creer a lo narrado en el magnífico libro de Martha Anaya, 1988: El año que calló el sistema, hasta el momento no desmentido, Carlos Salinas de Gortari fue legitimado por el PAN para asumir el poder. El caso de Felipe Calderón se oficia en reciprocidad; sin el savoir faire del PRI, Felipe Calderón corría el riesgo de cargar, como Benito Juárez, con la República a la espalda, o como Nicolás Zúñiga y Miranda, vivir siempre soñando con lo que no pudo ser.

Es razonable, entonces, la posición política e ideológica de Beatriz Paredes, al asumir como posición que sólo se acudirá al diálogo con los liderazgos legítimos; es decir, y si el caletre me da para comprenderlo bien, el PRI da un paso atrás en su tarea de legitimador oficial y oficioso del gobierno de Felipe Calderón, lo que deja al presidente de la República en las responsables manos del Ejército y del primer círculo del poder; su entorno inmediato, pues.

De allí la insensatez y la perdida del sentido común de quienes antes lo tuvieron, porque creer que la única manera de combatir a los barones de la droga es a sangre y fuego además de ser un error, es ceder la autonomía a independencia gubernamentales a las pretensiones de los primeros consumidores de estupefacientes en el mundo, los estadounidenses.

Es una estupidez pensar que la otra única opción sería la paz impuesta por la delincuencia organizada, en sus condiciones y términos. Quienes así lo creen, carecen absolutamente de conocimiento de la historia política, de imaginación y de ideas.

La pregunta más recurrente: ¿por qué los indocumentados son más detenidos en la frontera que incautados los estupefacientes? Porque así interesa a los poderes fácticos del Imperio, a las corredurías bursátiles y a sus narcodependientes. Necesitan más de la droga que del trabajo negro.

Si partimos de la aceptación de esta hipótesis para el análisis y la búsqueda de corresponsabilidades, podemos colegir que la estrategia de Felipe Calderón no sólo es equívoca, sino que además obedece a intereses ajenos a la República, a la nación, a la sociedad, y no porque así lo haya dispuesto él, sino porque le hicieron creer que ese era el único camino y les compró la idea.

La verdad de mi aserto está en el día a día de la vida estadounidense, de la vida en la frontera, de las leyes que allá se promulgan y los acuerdos a los que se llegan. Por algo la Corte Suprema estadounidense sostiene que el control de armas en Estados Unidos es inconstitucional; es decir, combatir el tráfico de armas de esa nación a la delincuencia organizada totonaca, es algo más que un sueño guajiro.

A lo que aspiran los servicios de inteligencia del Imperio, es a que en este país se apruebe y se invite a fuerzas armadas estadounidenses a desplazarse por territorio nacional, como lo hicieron o hacen en Colombia, Granada, Haití, Afganistán, para sentar los basamentos que convertirían a México en Estado asociado, y para tener ellos el control único del negocio ilícito de los estupefacientes.

El plan B es permitir que consuman esa mierda que les gusta tanto, o asegurar que nos traten en pie de igualdad, la misma que se suponía llegaría con el TLCAN. No debe olvidarse que el territorio mexicano era sólo el trampolín, ellos la alberca. Que las cosas vuelvan a ese estado, para que México recupere la paz perdida, el crecimiento postergado. Sí hay otras opciones.

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