En espera de un milagro

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

El escenario fue lo de menos. El que haya llenado el Zócalo también. Lo importante del mitin de Andrés Manuel López Obrador este domingo en la ciudad de México era la definición de una ruta política por la conquista del electorado volátil como precandidato a la Presidencia, muchos meses antes que el resto de sus potenciales adversarios, dentro y fuera del ámbito de la izquierda, siquiera tengan claro ese destino. Al no tener las responsabilidades –que dan cargos de elección popular o en gobiernos-, López Obrador se puede mover como una pequeña torpedera que puede ir disparando a sus contrincantes mientras avanza al objetivo. No depende de nadie mas que de él mismo, ni tiene que rendir cuentas a nadie. El camino, por ahora, está libre. Lo que no está claro aún es si podrá volver a conectar con el electorado que anda en busca de un líder.

López Obrador regresó en formato, discurso y programa al pasado. Se valió de tres intelectuales para arengar. Enrique González Pedrero, el ex gobernador de Tabasco que lo tuvo como eficaz operador político, que enfatizó en la necesidad de organizarse, una de las principales fallas en 2006. Elena Poniatowska, la escritora, que en la construcción de imágenes emotivas y postales de las raíces mexicanas, subrayó el voluntarismo. Armando Bartra, el académico, quien esbozó el Proyecto Alternativo de Nación. Usó a través de ellos sus viejos recursos retóricos que plantean una realidad bipolar, la de los ricos contra los pobres, la de las oligarquías contra los desclasados, los ladrones consumados contra la honestidad valiente.

Y él mismo empleó sus argucias envolventes para resolver contradicciones, como el ir de su llamado a mandar al Diablo las instituciones a recuperaremos las instituciones; apuntalar sus mensajes teológicos, regresando a la lucha del bien contra el mal, o ser bondadosos entre nosotros mismos con el prójimo; e introducir dilemas morales, que no ven los destinatarios reales, como cuando mencionó que el tercer hombre más rico del mundo Warren Buffet, y 50 multimillonarios alemanes donarían gran parte de sus fortunas a obras sociales y apoyos económicos, mientras que en México “30 potentados” nos tienen doblegados.

López Obrador fue López Obrador. Está claro que no pretende ser un político regenerado o modernizado. Su evocación de la República Restaurada del Siglo XIX, los años de la democracia más pura y anárquica que se ha vivido, no es novedosa. Sus promesas, sus enemigos, sus deseos, sus intenciones, son realidades en sus discursos de los cinco últimos años y en sus libros. Pero tampoco parece desearlo. Al embestir nuevamente contra los capitanes de la industria, vuelve a antagonizar con ellos y a polarizar su relación política. Quizás no quiere vincularse con nadie para que lo apoyen financieramente en su campaña, y aspira depender únicamente del respaldo que le pueda dar el electorado.

La apuesta es al agotamiento del sistema, que parecía listo para la jubilación en 2000 pero se recuperó, y tocado de muerte en 2006 pero sobrevivió. Es decir, su apuesta es demasiado alta e incierta, finca –aunque no lo vea él- en factores externos para que le abran el camino. López Obrador ya no se encuentra en 2005, cuando el deseo del ex presidente Vicente Fox de meterlo a la cárcel le generó simpatías de muchos que veían hacia otros políticos, y a los que fue ganando con un discurso ético, profundamente religioso y tan lleno de sentido común como de lugares comunes. No le importó decir cómo iba a hacer todo lo que prometía, como tampoco mostró este domingo el cómo de su oferta. En aquella ocasión le creyeron; ahora, su credibilidad está lastimada.

El conflicto postelectoral en 2006 fue el parteaguas. Su estrategia rupturista no fue entendida por ese electorado volátil que nunca comprendió que acciones como la toma de el Paseo de la Reforma en la ciudad de México y la cabida a todos los grupos radicales en esa gran comuna, fue para evitar que estallara la violencia –no se necesitan legiones para ello, sino basta un pequeño grupo decidido a todo-, ni vio que en la frontera de la ilegalidad, siempre se quedó dentro de la legalidad. López Obrador capturó para la eternidad la parte más dura de la izquierda mexicana, pero terminó de perder a las clases medias y altas que le habían dado casi la votación que necesitaba para llegar a la Presidencia.

El discurso del domingo no buscó la reconciliación con aquellos a quienes perdió en 2006, y sólo permitió convencer, en términos generales, a quienes ya están convencidos. Así no se gana ninguna elección. La última encuesta de preferencias electorales de Consulta Mitofsky ubican a López Obrador en el segundo lugar de ellas, pero con 6% contra 27% del gobernador del estado de México Enrique Peña Nieto, y apenas dos puntos arriba del gobernador de Veracruz Fidel Herrera, y del jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard.

López Obrador lo tiene claro. Cuando dijo que su movimiento estaría definitivamente en la lucha por 2012, no se refería necesariamente a él. Ya se verá si logra crecer en preferencias –lo que determinará la candidatura de la izquierda-, y si al iniciar formalmente su precampaña presidencial, empieza a recuperar todo el terreno perdido. Los factores externos a los que le apuesta en este momento, pueden no llegar. La economía está en recuperación, lo que traerá derrama y generación de empleos, aún si la calidad de estos es mala. Si no hay un descalabro, como podría provocar la insolvencia de España que está hoy en crisis, el consumo y el crédito repuntarán. Su propio partido está promoviendo un incremento al IVA en medicinas y alimentos, que dará más recursos al gobierno para inyectar en programas sociales y reducir el impacto de López Obrador que quiere regresar al Estado del Bienestar.

Si el factor externo no llega, todo quedará en sus manos y capacidad de persuasión. El problema es que dilapidó mucho de ese capital en el segundo semestre de 2006 y no se ve que pueda recuperar al menos 25% del electorado que necesita sumar al 6% que tiene para estar en posibilidades de competir por la Presidencia. La ventaja es que faltan casi 18 meses pare decidir la candidatura y dos años para la elección presidencial. Pero lograrlo es trabajar aún contra él mismo. O esperar un milagro, tan contundente como la misma religiosidad que introduce en la política.

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