John M. Ackerman
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha perdido no solamente su candidato a la gubernatura de Tamaulipas, sino también la calma. El soberbio, rijoso y desmedido discurso de Beatriz Paredes el martes pasado desenmascaró al viejo partido de Estado como una agrupación que todavía no ha aprendido a convivir en un contexto democrático.
Sin reconocer su propia derrota en la lucha contra el crimen organizado en los estados donde gobierna, el PRI prefiere echar la culpa a sus adversarios políticos. Sin aceptar con humildad que ya no tiene el control unilateral de la política nacional, el partido se lanza enardecido en contra de los “traidores” que no rindan pleitesía a su poder.
El PRI se apresta a exigir al gobierno federal el esclarecimiento del crimen en Tamaulipas, pero olvida que es la Procuraduría de Justicia de ese mismo estado la que está a cargo de las investigaciones. El PRI señala al PAN como el responsable del fracaso de la “guerra” contra el narcotráfico, cuando Tamaulipas, uno de los bastiones más fuertes del priismo, se ha convertido en uno de los casos más emblemáticos de este fracaso. El Revolucionario Institucional siempre ha dominado la política en la entidad y jamás ha recibido menos de 50% de la votación.
De manera vergonzosa, los dirigentes del PRI han insistido en vincular el asesinato de Rodolfo Torre con la supuesta “guerra sucia” en contra de los “impolutos” gobernadores de Veracruz, Oaxaca y Puebla. En una entrevista radiofónica con José Cárdenas el mismo día del crimen, Emilio Gamboa declaró que “el clima de crispación que hicieron los de la oposición” al difundir las grabaciones de los gobernadores “está haciendo que pasen, como pasó hoy, consecuencias gravísimas para la política y la democracia en el país”.
En su incendiario discurso, Beatriz Paredes manifestó: “En el Estado democrático, actuar con responsabilidad y civilidad política supone desechar la guerra sucia como método, implica no alentar la polarización. Instituciones democráticas debilitadas, y política envilecida, es caldo propicio para que la delincuencia pretenda enseñorearse”. Y César Augusto Santiago remató culpando a Calderón de haber mandado “a sus testaferros, encabezados por César Nava, a polarizar el ambiente político”.
En pocas palabras, de manera temeraria el PRI está implícitamente acusando a Calderón y a Nava de ser los responsables directos de la muerte de Torre. Lo problemático de tan osadas acusaciones reside en la oscura moraleja que ellas entrañan. Ahora resulta que la mejor vía para asegurar la paz es la eliminación de toda vigilancia ciudadana de los gobernantes. Si la ciudadanía no se entera de las negociaciones y abiertas corruptelas de los gobernantes, la sociedad viviría más “tranquila” y los políticos podrían pactar de forma más libre con el narco y otros intereses creados.
Paredes también acusa a Calderón de ser un presidente ilegítimo: “Siempre hemos estado dispuestos a dialogar, pero con liderazgos legítimos y no fruto del oportunismo”. Asimismo, en su muy particular versión de la historia, afirma que no fue el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, sino la “responsabilidad democrática” del viejo partido del Estado lo que permitió a Calderón llegar al poder y “dio vigencia a este régimen”. Aquí el mensaje y la amenaza son evidentes: Exactamente del mismo modo en que el PRI puso a Calderón en la silla presidencial, ese “todopoderoso” partido lo puede quitar del lugar. Las instituciones públicas del país son secundarias y también dependen de su voluntad.
En general, el discurso de la presidenta del PRI revela una gran ira y frustración ante el hecho de que Felipe Calderón, quien según su parecer no debería tener voluntad propia, se haya atrevido a traicionarlos. Primero hubo alianzas electorales con la izquierda, y hoy “el colmo” es que el PAN y el PRD caminen juntos hacia un nuevo “pacto nacional” por la seguridad pública.
El discurso de Paredes desmorona la imagen pública de un PRI con “visión de Estado”, un partido que “sí sabe gobernar”, que se coloca más allá de los conflictos políticos “cortoplacistas” e “irresponsables”. Recordémoslo bien: Los principales responsables del desmoronamiento de la política nacional, así como de la inseguridad pública en Tamaulipas, no son ni el gobierno federal ni el PAN, sino el gobierno estatal y el PRI. No es Calderón, sino Paredes, quien “brega en la borrasca de aguas tormentosas”.
Paradójicamente, en contraste con Paredes y el PRI –quienes se niegan a dialogar con el presidente–, Andrés Manuel López Obrador ha declarado que aceptaría reunirse con Calderón si es que estuviera abierto a discutir un cambio en la política económica del país. Mientras López Obrador está dispuesto a dejar atrás sus conflictos personales y políticos con el fin de atender el “interés general”, el PRI se niega a ejercer la autocrítica y se encierra en una burbuja de intolerancia y autoritarismo.
La buena noticia es que se abre una oportunidad de oro para el surgimiento de nuevos liderazgos políticos en el país. Independientemente de los resultados de las 14 elecciones que habrá en las entidades este 4 de julio, el rotundo fracaso de los gobiernos de todos los partidos para resolver las demandas más básicas de la población ha generado un enorme vacío de autoridad. No sirve de nada que uno u otro partido gane una elección para gobernador si el poder sigue ejerciéndose de la forma autoritaria de siempre.
Urge la construcción de nuevas voces y propuestas cívicas que llenen este grave vacío en materia de efectividad institucional. Desde luego que los nuevos liderazgos no podrán surgir nunca de farsas como la famosa y artificial “Iniciativa México”, sino que deberán construirse desde abajo a partir de la articulación y renovación de las dirigencias y movimientos sociales existentes.
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha perdido no solamente su candidato a la gubernatura de Tamaulipas, sino también la calma. El soberbio, rijoso y desmedido discurso de Beatriz Paredes el martes pasado desenmascaró al viejo partido de Estado como una agrupación que todavía no ha aprendido a convivir en un contexto democrático.
Sin reconocer su propia derrota en la lucha contra el crimen organizado en los estados donde gobierna, el PRI prefiere echar la culpa a sus adversarios políticos. Sin aceptar con humildad que ya no tiene el control unilateral de la política nacional, el partido se lanza enardecido en contra de los “traidores” que no rindan pleitesía a su poder.
El PRI se apresta a exigir al gobierno federal el esclarecimiento del crimen en Tamaulipas, pero olvida que es la Procuraduría de Justicia de ese mismo estado la que está a cargo de las investigaciones. El PRI señala al PAN como el responsable del fracaso de la “guerra” contra el narcotráfico, cuando Tamaulipas, uno de los bastiones más fuertes del priismo, se ha convertido en uno de los casos más emblemáticos de este fracaso. El Revolucionario Institucional siempre ha dominado la política en la entidad y jamás ha recibido menos de 50% de la votación.
De manera vergonzosa, los dirigentes del PRI han insistido en vincular el asesinato de Rodolfo Torre con la supuesta “guerra sucia” en contra de los “impolutos” gobernadores de Veracruz, Oaxaca y Puebla. En una entrevista radiofónica con José Cárdenas el mismo día del crimen, Emilio Gamboa declaró que “el clima de crispación que hicieron los de la oposición” al difundir las grabaciones de los gobernadores “está haciendo que pasen, como pasó hoy, consecuencias gravísimas para la política y la democracia en el país”.
En su incendiario discurso, Beatriz Paredes manifestó: “En el Estado democrático, actuar con responsabilidad y civilidad política supone desechar la guerra sucia como método, implica no alentar la polarización. Instituciones democráticas debilitadas, y política envilecida, es caldo propicio para que la delincuencia pretenda enseñorearse”. Y César Augusto Santiago remató culpando a Calderón de haber mandado “a sus testaferros, encabezados por César Nava, a polarizar el ambiente político”.
En pocas palabras, de manera temeraria el PRI está implícitamente acusando a Calderón y a Nava de ser los responsables directos de la muerte de Torre. Lo problemático de tan osadas acusaciones reside en la oscura moraleja que ellas entrañan. Ahora resulta que la mejor vía para asegurar la paz es la eliminación de toda vigilancia ciudadana de los gobernantes. Si la ciudadanía no se entera de las negociaciones y abiertas corruptelas de los gobernantes, la sociedad viviría más “tranquila” y los políticos podrían pactar de forma más libre con el narco y otros intereses creados.
Paredes también acusa a Calderón de ser un presidente ilegítimo: “Siempre hemos estado dispuestos a dialogar, pero con liderazgos legítimos y no fruto del oportunismo”. Asimismo, en su muy particular versión de la historia, afirma que no fue el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, sino la “responsabilidad democrática” del viejo partido del Estado lo que permitió a Calderón llegar al poder y “dio vigencia a este régimen”. Aquí el mensaje y la amenaza son evidentes: Exactamente del mismo modo en que el PRI puso a Calderón en la silla presidencial, ese “todopoderoso” partido lo puede quitar del lugar. Las instituciones públicas del país son secundarias y también dependen de su voluntad.
En general, el discurso de la presidenta del PRI revela una gran ira y frustración ante el hecho de que Felipe Calderón, quien según su parecer no debería tener voluntad propia, se haya atrevido a traicionarlos. Primero hubo alianzas electorales con la izquierda, y hoy “el colmo” es que el PAN y el PRD caminen juntos hacia un nuevo “pacto nacional” por la seguridad pública.
El discurso de Paredes desmorona la imagen pública de un PRI con “visión de Estado”, un partido que “sí sabe gobernar”, que se coloca más allá de los conflictos políticos “cortoplacistas” e “irresponsables”. Recordémoslo bien: Los principales responsables del desmoronamiento de la política nacional, así como de la inseguridad pública en Tamaulipas, no son ni el gobierno federal ni el PAN, sino el gobierno estatal y el PRI. No es Calderón, sino Paredes, quien “brega en la borrasca de aguas tormentosas”.
Paradójicamente, en contraste con Paredes y el PRI –quienes se niegan a dialogar con el presidente–, Andrés Manuel López Obrador ha declarado que aceptaría reunirse con Calderón si es que estuviera abierto a discutir un cambio en la política económica del país. Mientras López Obrador está dispuesto a dejar atrás sus conflictos personales y políticos con el fin de atender el “interés general”, el PRI se niega a ejercer la autocrítica y se encierra en una burbuja de intolerancia y autoritarismo.
La buena noticia es que se abre una oportunidad de oro para el surgimiento de nuevos liderazgos políticos en el país. Independientemente de los resultados de las 14 elecciones que habrá en las entidades este 4 de julio, el rotundo fracaso de los gobiernos de todos los partidos para resolver las demandas más básicas de la población ha generado un enorme vacío de autoridad. No sirve de nada que uno u otro partido gane una elección para gobernador si el poder sigue ejerciéndose de la forma autoritaria de siempre.
Urge la construcción de nuevas voces y propuestas cívicas que llenen este grave vacío en materia de efectividad institucional. Desde luego que los nuevos liderazgos no podrán surgir nunca de farsas como la famosa y artificial “Iniciativa México”, sino que deberán construirse desde abajo a partir de la articulación y renovación de las dirigencias y movimientos sociales existentes.
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