Diario de campo / Luis Miguel Rionda
La monografía histórica del municipio guanajuatense de Acámbaro -muchos confundidos creen que pertenece al estado de Michoacán-, que recién publicó la Comisión Estatal de Festejos del Bicentenario, estuvo a cargo de los jóvenes José Luis Marcos Pérez Piña y Anahí Bocanegra Solorio.
No hay cronista oficial de Acámbaro, y ellos son los encargados del archivo municipal, que por cierto ya forma parte desde el año pasado del Registro Nacional de Archivos, por sus buenas condiciones generales.
Los autores elaboraron este texto a solicitud de la Asociación de Cronistas Municipales del Estado de Guanajuato.
La monografía de Acámbaro proporciona mucha información de todo tipo. Puede ser interesante cuando uno busca un almanaque de estadísticas, pero no un trabajo que privilegie la visión histórica.
Por eso creo que mucha de esa información es ociosa, e incluso errónea, como cuando se maneja información de los censos y de los conteos de población. Nunca hubo un conteo de población en el año 2000, sino un censo.
El primer conteo se realizó en 1995. Por eso yo recomendaría a los aficionados a la historia manejarse dentro de los parámetros de la disciplina que sí dominan, porque cuando distraen su esfuerzo en otros campos, pueden resbalar.
Los capítulos históricos comprenden la mitad del volumen publicado, unas 60 páginas. Creo que Acámbaro y sus largos siglos dan para mucho más. También el tratamiento de la información parece demasiado rígido y descriptivo.
No hay mucho espacio para interpretaciones que nos ayudaran a comprender el importante papel que jugó ese municipio en el proceso de colonización y pacificación en los siglos XVI y XVII.
Tampoco se profundiza mucho en el periodo previo y posterior al movimiento insurgente; más bien se narran historias que parecen provenir de la leyenda o la tradición oral.
Como no se emplea un eficaz sistema de referenciación de la información manejada, hay muchas aseveraciones que no pueden ser ponderadas por desconocerse la fuente, o no ser evidente ésta.
Acámbaro cuenta con historiadores muy solventes, como el maestro César Federico Macías. Creo que la monografía pudo haber ganado mucho de haber recibido una asesoría previa por parte de un historiador profesional.
Las leyendas son hermosas, y adornan la identidad de cualquier ciudad. Pero deben tener su lugar propio al lado de la literatura de ficción y las tradiciones orales.
Y para conocer mejor las leyendas de Acámbaro es mejor acudir al trabajo del antropólogo Carlos Vázquez Olvera, del INAH, que fue presentado apenas el año pasado.
Me pregunto si no habría valido la pena que los autores hubieran incluido textos de cronistas pretéritos de Acámbaro, como los del doctor Luis Mota Maciel, o de Pedro Rojas, que trabajó el periodo colonial.
Sus textos son ya inencontrables.
Por cierto, la comunidad de acambarenses que hoy viven tanto en el extranjero como en otras partes de México es muy importante. Valdría la pena que si entre los personajes ilustres se incluye a Enrique Velasco Ibarra, quien sólo por accidente nació ahí, habría que abarcar a más protagonistas de las ciencias, las artes y la política que han destacado fuera de Acámbaro.
Pero siempre es un riesgo dar nombres u opinar quién sí y quién no.
La monografía histórica del municipio guanajuatense de Acámbaro -muchos confundidos creen que pertenece al estado de Michoacán-, que recién publicó la Comisión Estatal de Festejos del Bicentenario, estuvo a cargo de los jóvenes José Luis Marcos Pérez Piña y Anahí Bocanegra Solorio.
No hay cronista oficial de Acámbaro, y ellos son los encargados del archivo municipal, que por cierto ya forma parte desde el año pasado del Registro Nacional de Archivos, por sus buenas condiciones generales.
Los autores elaboraron este texto a solicitud de la Asociación de Cronistas Municipales del Estado de Guanajuato.
La monografía de Acámbaro proporciona mucha información de todo tipo. Puede ser interesante cuando uno busca un almanaque de estadísticas, pero no un trabajo que privilegie la visión histórica.
Por eso creo que mucha de esa información es ociosa, e incluso errónea, como cuando se maneja información de los censos y de los conteos de población. Nunca hubo un conteo de población en el año 2000, sino un censo.
El primer conteo se realizó en 1995. Por eso yo recomendaría a los aficionados a la historia manejarse dentro de los parámetros de la disciplina que sí dominan, porque cuando distraen su esfuerzo en otros campos, pueden resbalar.
Los capítulos históricos comprenden la mitad del volumen publicado, unas 60 páginas. Creo que Acámbaro y sus largos siglos dan para mucho más. También el tratamiento de la información parece demasiado rígido y descriptivo.
No hay mucho espacio para interpretaciones que nos ayudaran a comprender el importante papel que jugó ese municipio en el proceso de colonización y pacificación en los siglos XVI y XVII.
Tampoco se profundiza mucho en el periodo previo y posterior al movimiento insurgente; más bien se narran historias que parecen provenir de la leyenda o la tradición oral.
Como no se emplea un eficaz sistema de referenciación de la información manejada, hay muchas aseveraciones que no pueden ser ponderadas por desconocerse la fuente, o no ser evidente ésta.
Acámbaro cuenta con historiadores muy solventes, como el maestro César Federico Macías. Creo que la monografía pudo haber ganado mucho de haber recibido una asesoría previa por parte de un historiador profesional.
Las leyendas son hermosas, y adornan la identidad de cualquier ciudad. Pero deben tener su lugar propio al lado de la literatura de ficción y las tradiciones orales.
Y para conocer mejor las leyendas de Acámbaro es mejor acudir al trabajo del antropólogo Carlos Vázquez Olvera, del INAH, que fue presentado apenas el año pasado.
Me pregunto si no habría valido la pena que los autores hubieran incluido textos de cronistas pretéritos de Acámbaro, como los del doctor Luis Mota Maciel, o de Pedro Rojas, que trabajó el periodo colonial.
Sus textos son ya inencontrables.
Por cierto, la comunidad de acambarenses que hoy viven tanto en el extranjero como en otras partes de México es muy importante. Valdría la pena que si entre los personajes ilustres se incluye a Enrique Velasco Ibarra, quien sólo por accidente nació ahí, habría que abarcar a más protagonistas de las ciencias, las artes y la política que han destacado fuera de Acámbaro.
Pero siempre es un riesgo dar nombres u opinar quién sí y quién no.
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