Martha Anaya
Ayer, no menos de 250 efectivos del Ejército Mexicano, acompañados de agentes federales y de perros entrenados, “barrieron” por tierra y aire la zona centro de Tijuana –aquella que por muchos años fue el refugio de la pandilla de Los Ortiz o Los Ortices—en busca de armas, drogas y explosivos.
Podría parecer que el tema de las pandillas es “muy menor” frente al problema que representan los narcotraficantes y un problema distinto al del narco, pero no es así. Ya no.
Si hasta hace unos tres o cuatro años narcotraficantes y pandilleros vivían dinámicas diferentes y sus propios mundos, a partir de que Felipe Calderón declaró la “guerra” contra el narcotráfico los capos vieron la necesidad de engrosar sus filas para hacer frente a las Fuerzas Armadas y pusieron su mirada precisamente en las pandillas.
¿Qué ganaban con ello? No sólo más miembros para su causa sino, además, gente ya organizada, hecha y probada en la violencia, sin miedo a matar y a morir, y conocedora del terreno. Carne de cañón lista para ser armada y actuar.
Así, prácticamente en un santiamén, los cárteles de la droga se hicieron de otro ejército. Un ejército de mercenarios, de criminales, surgido de las pandillas, para atacar in situ, sin necesidad de trasladar grandes caravanas de sicarios de otros estados de la República.
Para darnos una idea de la capacidad de estos nuevos “ejércitos de pandillas” recordemos tan sólo que a principios de este año, en Tijuana, las autoridades contabilizaban la existencia de 900 pandillas, y calculaban sus integrantes por arriba de los 20 mil efectivos.
(Los Mexicles, Los Aztecas y Los Artistas Asesinos, son a la fecha las pandillas más importantes de Tijuana y se les dice vinculadas a los cárteles de Sinaloa y Juárez.)
Tal es el escenario y tal es la razón por la cual ahora se habla de persecución de “pandillas”, aunque en realidad más que enfrentar a las clásicas “pandillas” delincuenciales de la década de los 80’s o 90’s, se trata de combatir con los nuevos brazos armados de los narcotraficantes, de sus nuevos ejércitos.
Insisto en ello para darnos una idea de la magnitud que ha alcanzado esta “guerra”, ahora renombrado “combate contra la delincuencia”, porque a contrapié de la degradación del membrete de esta lucha por parte del gobierno, los narcotraficantes han ampliado su capacidad criminal con una maniobra aterradora: la conversión de las pandillas en sus ejércitos.
¿Qué pasa en Juárez?, le preguntó un corresponsal extranjero al procurador general de la República, Arturo Chávez Chávez, en un desayuno la semana pasada, cuando recién había estallado el carro-bomba.
El abogado hizo el recuento de la descomposición social que llevó a Juárez hasta el punto en que se encuentra: la proliferación de pandillas, ahora “exponenciadas” con la participación de los cárteles de la droga.
En la visión de Chávez Chávez, la cantidad de muertos que han existido en Ciudad Juárez, resulta de la guerra intestina entre los cárteles, de que “las pandillas se están matando en donde se encuentran”.
Eso es sólo parte de la verdad.
Ayer, no menos de 250 efectivos del Ejército Mexicano, acompañados de agentes federales y de perros entrenados, “barrieron” por tierra y aire la zona centro de Tijuana –aquella que por muchos años fue el refugio de la pandilla de Los Ortiz o Los Ortices—en busca de armas, drogas y explosivos.
Podría parecer que el tema de las pandillas es “muy menor” frente al problema que representan los narcotraficantes y un problema distinto al del narco, pero no es así. Ya no.
Si hasta hace unos tres o cuatro años narcotraficantes y pandilleros vivían dinámicas diferentes y sus propios mundos, a partir de que Felipe Calderón declaró la “guerra” contra el narcotráfico los capos vieron la necesidad de engrosar sus filas para hacer frente a las Fuerzas Armadas y pusieron su mirada precisamente en las pandillas.
¿Qué ganaban con ello? No sólo más miembros para su causa sino, además, gente ya organizada, hecha y probada en la violencia, sin miedo a matar y a morir, y conocedora del terreno. Carne de cañón lista para ser armada y actuar.
Así, prácticamente en un santiamén, los cárteles de la droga se hicieron de otro ejército. Un ejército de mercenarios, de criminales, surgido de las pandillas, para atacar in situ, sin necesidad de trasladar grandes caravanas de sicarios de otros estados de la República.
Para darnos una idea de la capacidad de estos nuevos “ejércitos de pandillas” recordemos tan sólo que a principios de este año, en Tijuana, las autoridades contabilizaban la existencia de 900 pandillas, y calculaban sus integrantes por arriba de los 20 mil efectivos.
(Los Mexicles, Los Aztecas y Los Artistas Asesinos, son a la fecha las pandillas más importantes de Tijuana y se les dice vinculadas a los cárteles de Sinaloa y Juárez.)
Tal es el escenario y tal es la razón por la cual ahora se habla de persecución de “pandillas”, aunque en realidad más que enfrentar a las clásicas “pandillas” delincuenciales de la década de los 80’s o 90’s, se trata de combatir con los nuevos brazos armados de los narcotraficantes, de sus nuevos ejércitos.
Insisto en ello para darnos una idea de la magnitud que ha alcanzado esta “guerra”, ahora renombrado “combate contra la delincuencia”, porque a contrapié de la degradación del membrete de esta lucha por parte del gobierno, los narcotraficantes han ampliado su capacidad criminal con una maniobra aterradora: la conversión de las pandillas en sus ejércitos.
¿Qué pasa en Juárez?, le preguntó un corresponsal extranjero al procurador general de la República, Arturo Chávez Chávez, en un desayuno la semana pasada, cuando recién había estallado el carro-bomba.
El abogado hizo el recuento de la descomposición social que llevó a Juárez hasta el punto en que se encuentra: la proliferación de pandillas, ahora “exponenciadas” con la participación de los cárteles de la droga.
En la visión de Chávez Chávez, la cantidad de muertos que han existido en Ciudad Juárez, resulta de la guerra intestina entre los cárteles, de que “las pandillas se están matando en donde se encuentran”.
Eso es sólo parte de la verdad.
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