José Carreño Carlón
De la evolución clásica de los partidos que aspiran a convertirse en gobierno, parecería que en el México del presidente Calderón pasamos a la involución del gobierno que decide volverse partido.
Así, el presidente Calderón aparece en la agenda de los medios como el comandante supremo (buena definición de Jorge Castañeda) de las estrategias y las alianzas electorales desencadenadas para evitar el regreso del PRI a Los Pinos en el futuro inmediato. Pero a la vez aparece como quien deserta del más inmediato presente de las responsabilidades de gobierno.
La imagen nos conduce ante un gobierno agónico o medio muerto, caminando —o medio caminando— hacia el final del corredor sexenal a la manera del condenado a muerte que hizo célebre Sean Penn en el corredor que conduce a la sala de ejecuciones en Dead Man Walking (hombre muerto caminando), la célebre película dirigida por Tim Robbins y traducida como Pena de muerte.
Y es que la percepción de un Presidente que concentra toda la energía del gobierno en ganar la elección de 2012, a costa de gobernar de 2010 a entonces, produce el efecto público de que nada hay que esperar ya de este gobierno, si el propio Presidente no espera nada que no esté al servicio del proyecto de cerrarle el paso al avance del PRI a la presidencia.
La sucesión sobre la nación
Toda acción gubernamental se atribuye a la intención de respaldar esta empresa. Y de ello no escapan los temas más discutidos de la agenda de la semana en el campo de los medios de comunicación. Por ejemplo, la elección del nuevo presidente de la Cofetel, el órgano regulador de los medios, y la ampliación de la cobertura de la señal del Canal 11 como primer paso hacia la constitución de una cadena de televisión pública se perciben mayoritariamente en el sector político —y en la inmensa mayoría de los espacios mediáticos— como dos piezas de un proyecto tendiente a controlar los medios —privados y oficiales, respectivamente— con miras a favorecer a su partido en las campañas por la sucesión presidencial de dentro de dos años.
En la misma percepción se incluye el comportamiento del Presidente y su gobierno ante los desastres naturales del norte del país. No sólo influyó la tardanza presidencial en acudir a las zonas damnificadas. El agravio se profundizó con la afirmación de los titulares de Gobernación y de Conagua de que no había recursos para atender la magnitud de la contingencia en los estados —nomás les faltó decir— gobernados por el PRI. Fue en ese punto en que las distorsiones de un gobierno convertido en partido prendieron las luces de alerta de las responsabilidades del Estado y de las funciones de mando de la nación. Ante las vacilaciones del gobierno, antes de que el titular de Hacienda aclarara que siempre sí hay recursos, el cónsul de EU en Monterrey anunció que el Departamento de Defensa de su país estaría listo para contribuir en la reconstrucción.
Partido, el gobierno-partido
El (mal) ejemplo arrastra, alertaba el catecismo en la Iglesia católica, cuyas lecciones no parecen haber asimilado bien los miembros de un gobierno que se suponía de catequistas. Por eso, si la cabeza del gobierno-partido aparece al frente de la campaña contra sus adversarios, los seguidores no se quedan atrás en las campañas internas para sustituir a la cabeza del gobierno partido, a costa de la unidad y de las funciones del gobierno.
Esa es la percepción que deja el espectáculo de la guerra en el campo de batalla de los medios entre los miembros del gabinete presidencial. Un espectáculo en el que el secretario de Gobernación aparece resistiendo las presiones para desplazarlo, atribuidas al secretario del Trabajo Javier Lozano. Y un espectáculo, además, que parece interminable, tras varias jornadas de agonía para el que se supone que se va, y de espera de definiciones —para los que se quedan— en lo que queda de un gobierno que decidió hacerse partido.
De la evolución clásica de los partidos que aspiran a convertirse en gobierno, parecería que en el México del presidente Calderón pasamos a la involución del gobierno que decide volverse partido.
Así, el presidente Calderón aparece en la agenda de los medios como el comandante supremo (buena definición de Jorge Castañeda) de las estrategias y las alianzas electorales desencadenadas para evitar el regreso del PRI a Los Pinos en el futuro inmediato. Pero a la vez aparece como quien deserta del más inmediato presente de las responsabilidades de gobierno.
La imagen nos conduce ante un gobierno agónico o medio muerto, caminando —o medio caminando— hacia el final del corredor sexenal a la manera del condenado a muerte que hizo célebre Sean Penn en el corredor que conduce a la sala de ejecuciones en Dead Man Walking (hombre muerto caminando), la célebre película dirigida por Tim Robbins y traducida como Pena de muerte.
Y es que la percepción de un Presidente que concentra toda la energía del gobierno en ganar la elección de 2012, a costa de gobernar de 2010 a entonces, produce el efecto público de que nada hay que esperar ya de este gobierno, si el propio Presidente no espera nada que no esté al servicio del proyecto de cerrarle el paso al avance del PRI a la presidencia.
La sucesión sobre la nación
Toda acción gubernamental se atribuye a la intención de respaldar esta empresa. Y de ello no escapan los temas más discutidos de la agenda de la semana en el campo de los medios de comunicación. Por ejemplo, la elección del nuevo presidente de la Cofetel, el órgano regulador de los medios, y la ampliación de la cobertura de la señal del Canal 11 como primer paso hacia la constitución de una cadena de televisión pública se perciben mayoritariamente en el sector político —y en la inmensa mayoría de los espacios mediáticos— como dos piezas de un proyecto tendiente a controlar los medios —privados y oficiales, respectivamente— con miras a favorecer a su partido en las campañas por la sucesión presidencial de dentro de dos años.
En la misma percepción se incluye el comportamiento del Presidente y su gobierno ante los desastres naturales del norte del país. No sólo influyó la tardanza presidencial en acudir a las zonas damnificadas. El agravio se profundizó con la afirmación de los titulares de Gobernación y de Conagua de que no había recursos para atender la magnitud de la contingencia en los estados —nomás les faltó decir— gobernados por el PRI. Fue en ese punto en que las distorsiones de un gobierno convertido en partido prendieron las luces de alerta de las responsabilidades del Estado y de las funciones de mando de la nación. Ante las vacilaciones del gobierno, antes de que el titular de Hacienda aclarara que siempre sí hay recursos, el cónsul de EU en Monterrey anunció que el Departamento de Defensa de su país estaría listo para contribuir en la reconstrucción.
Partido, el gobierno-partido
El (mal) ejemplo arrastra, alertaba el catecismo en la Iglesia católica, cuyas lecciones no parecen haber asimilado bien los miembros de un gobierno que se suponía de catequistas. Por eso, si la cabeza del gobierno-partido aparece al frente de la campaña contra sus adversarios, los seguidores no se quedan atrás en las campañas internas para sustituir a la cabeza del gobierno partido, a costa de la unidad y de las funciones del gobierno.
Esa es la percepción que deja el espectáculo de la guerra en el campo de batalla de los medios entre los miembros del gabinete presidencial. Un espectáculo en el que el secretario de Gobernación aparece resistiendo las presiones para desplazarlo, atribuidas al secretario del Trabajo Javier Lozano. Y un espectáculo, además, que parece interminable, tras varias jornadas de agonía para el que se supone que se va, y de espera de definiciones —para los que se quedan— en lo que queda de un gobierno que decidió hacerse partido.
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