Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Hablan ya de impulsar la alianza PRD-PAN en las elecciones que habrán de sustituir a Enrique Peña Nieto, por el resultado obtenido el domingo. Nada más superficial, porque la preferencia del elector no queda definida exclusivamente por sus afinidades políticas, hay otros factores mucho más importantes que inciden en su modo de elegir y, además, porque los resultados del domingo muestran que el voto duro dejó de ser una realidad, allí están los tropiezos de Fidel Herrera Beltrán para consolidar su tan cacareado triunfo.
En una aproximación a la realidad de las preferencias electorales, debemos dejar de lado al estado de Tamaulipas, que es atípico y porque triunfó un muerto cargado por su hermano. Pronto veremos quién o quiénes van a decidir el futuro de los tamaulipecos desde el palacio de gobierno de Ciudad Victoria.
En las otras entidades federativas, ¿qué fue lo sancionado o avalado por los electores? ¿Tienen ya los líderes de los partidos y en Los Pinos un perfil de las afinidades electorales de los votantes? ¿Saben a ciencia y paciencia el peso de las consecuencias de las políticas públicas en las opiniones políticas de los sufragistas?
La mayoría de las personas con las que he conversado sobre el tema opinan que estoy gagá, o de plano me estoy orinando fuera del tiesto, pero insisto en que el asunto de las tenencias, la manera en que se pagará el IETU, el miedo inspirado por la ejecución de Rodolfo Torre Cantú, las supuestas buenas nuevas acerca del desempleo, el anuncio hecho por Barack Obama de su propuesta al Congreso estadounidense para solucionar la regularización de los ilegales, la reiterada confirmación presidencial de mantenerse en la lucha cruenta en contra de la delincuencia organizada y su invitación al diálogo a todas las fuerzas políticas, de alguna manera incidieron en las preferencias electorales, por lo que para perfilarse a la sucesión presidencial sería oportuno saber qué tan profunda resultó esa incidencia, por temas y de acuerdo a los perfiles socioeconómicos de los votantes.
Algo ocurre en la percepción de la realidad por parte de los electores, que los políticos, los sociólogos y los analistas son incapaces de ver, porque hay clara diferencia entre lo que se opina en los medios y la manera en que define el elector sus preferencias electorales. Esa diferencia facilitó la idea de que el PRI estaba en la antesala de su regreso a Los Pinos, lo que el domingo en la noche resultó ser un espejismo.
Cómo, entonces, comprender lo apuntado en el editorial de El País del 30 de junio último, cuando los votos dicen otra cosa: “Lo gravísimo, sin embargo, es que esa guerra en la que el Estado se ha implicado a fondo no se está ganando. La intervención del Ejército para sustituir a una policía corrompida no ha hecho sino agudizar la violencia sin resultados apreciables. Y si no hay corrección de rumbo, nos hallaremos ante una tragedia no solo mexicana, sino por extensión latinoamericana. El acechante espectro de un Estado fallido es algo que hoy no se puede permitir el mundo de habla española”.
Percibo la realidad mexicana de la misma manera que lo hace el editor de El País, y como él muchos millones de mexicanos: esta guerra contra el narco la pierde México, pero los electores decidieron otra cosa, y en una entidad como Sinaloa ratificaron las políticas públicas de Acción Nacional, lo que significa que además de la percepción sobre la inseguridad, otros son los factores que incidieron en la voluntad del votante.
Otro asunto que me inquieta, es conocer el perfil socioeconómico de los electores que definen los resultados electorales. ¿Son la clase media, los pobres, la clase alta, una burguesía en vías de extinción, o los mensajes subliminales emitidos por los poderes fácticos a través de sus ventanas mediáticas?
Por ejemplo, el 18 de junio La Jornada informó que “el endeudamiento contratado por el sector público federal en el mercado interno llegó en junio de 2010 al monto sin precedentes de 3 billones 658 mil 905 millones de pesos, cantidad que equivale a 30 por ciento del total de bienes y servicios producidos por la economía mexicana en un año…”
La información anterior no es para legos, pero conocerla debió haber incidido entre aquellos que tienen capacidad de ahorro y al menos educación media superior, ya no digamos universitaria. Un gobierno cuya deuda crece es, necesariamente, un gobierno deficiente, pero ese endeudamiento beneficia a quienes perciben intereses y con ellos hacen crecer sus capitales y su influencia sobre ese gobierno que es su deudor.
Pensar entonces en que las alianzas y sólo ellas incidieron en la opinión del elector, es una simplicidad; si alguno de los institutos políticos desea conquistar la silla presidencial o conservarla, lo primero que ha de hacer es esforzarse por comprender la variedad de factores que definieron las preferencias electorales a pesar de los 25 mil muertos, del desempleo, de la inseguridad creciente y del factor Enrique Peña Nieto.
Hablan ya de impulsar la alianza PRD-PAN en las elecciones que habrán de sustituir a Enrique Peña Nieto, por el resultado obtenido el domingo. Nada más superficial, porque la preferencia del elector no queda definida exclusivamente por sus afinidades políticas, hay otros factores mucho más importantes que inciden en su modo de elegir y, además, porque los resultados del domingo muestran que el voto duro dejó de ser una realidad, allí están los tropiezos de Fidel Herrera Beltrán para consolidar su tan cacareado triunfo.
En una aproximación a la realidad de las preferencias electorales, debemos dejar de lado al estado de Tamaulipas, que es atípico y porque triunfó un muerto cargado por su hermano. Pronto veremos quién o quiénes van a decidir el futuro de los tamaulipecos desde el palacio de gobierno de Ciudad Victoria.
En las otras entidades federativas, ¿qué fue lo sancionado o avalado por los electores? ¿Tienen ya los líderes de los partidos y en Los Pinos un perfil de las afinidades electorales de los votantes? ¿Saben a ciencia y paciencia el peso de las consecuencias de las políticas públicas en las opiniones políticas de los sufragistas?
La mayoría de las personas con las que he conversado sobre el tema opinan que estoy gagá, o de plano me estoy orinando fuera del tiesto, pero insisto en que el asunto de las tenencias, la manera en que se pagará el IETU, el miedo inspirado por la ejecución de Rodolfo Torre Cantú, las supuestas buenas nuevas acerca del desempleo, el anuncio hecho por Barack Obama de su propuesta al Congreso estadounidense para solucionar la regularización de los ilegales, la reiterada confirmación presidencial de mantenerse en la lucha cruenta en contra de la delincuencia organizada y su invitación al diálogo a todas las fuerzas políticas, de alguna manera incidieron en las preferencias electorales, por lo que para perfilarse a la sucesión presidencial sería oportuno saber qué tan profunda resultó esa incidencia, por temas y de acuerdo a los perfiles socioeconómicos de los votantes.
Algo ocurre en la percepción de la realidad por parte de los electores, que los políticos, los sociólogos y los analistas son incapaces de ver, porque hay clara diferencia entre lo que se opina en los medios y la manera en que define el elector sus preferencias electorales. Esa diferencia facilitó la idea de que el PRI estaba en la antesala de su regreso a Los Pinos, lo que el domingo en la noche resultó ser un espejismo.
Cómo, entonces, comprender lo apuntado en el editorial de El País del 30 de junio último, cuando los votos dicen otra cosa: “Lo gravísimo, sin embargo, es que esa guerra en la que el Estado se ha implicado a fondo no se está ganando. La intervención del Ejército para sustituir a una policía corrompida no ha hecho sino agudizar la violencia sin resultados apreciables. Y si no hay corrección de rumbo, nos hallaremos ante una tragedia no solo mexicana, sino por extensión latinoamericana. El acechante espectro de un Estado fallido es algo que hoy no se puede permitir el mundo de habla española”.
Percibo la realidad mexicana de la misma manera que lo hace el editor de El País, y como él muchos millones de mexicanos: esta guerra contra el narco la pierde México, pero los electores decidieron otra cosa, y en una entidad como Sinaloa ratificaron las políticas públicas de Acción Nacional, lo que significa que además de la percepción sobre la inseguridad, otros son los factores que incidieron en la voluntad del votante.
Otro asunto que me inquieta, es conocer el perfil socioeconómico de los electores que definen los resultados electorales. ¿Son la clase media, los pobres, la clase alta, una burguesía en vías de extinción, o los mensajes subliminales emitidos por los poderes fácticos a través de sus ventanas mediáticas?
Por ejemplo, el 18 de junio La Jornada informó que “el endeudamiento contratado por el sector público federal en el mercado interno llegó en junio de 2010 al monto sin precedentes de 3 billones 658 mil 905 millones de pesos, cantidad que equivale a 30 por ciento del total de bienes y servicios producidos por la economía mexicana en un año…”
La información anterior no es para legos, pero conocerla debió haber incidido entre aquellos que tienen capacidad de ahorro y al menos educación media superior, ya no digamos universitaria. Un gobierno cuya deuda crece es, necesariamente, un gobierno deficiente, pero ese endeudamiento beneficia a quienes perciben intereses y con ellos hacen crecer sus capitales y su influencia sobre ese gobierno que es su deudor.
Pensar entonces en que las alianzas y sólo ellas incidieron en la opinión del elector, es una simplicidad; si alguno de los institutos políticos desea conquistar la silla presidencial o conservarla, lo primero que ha de hacer es esforzarse por comprender la variedad de factores que definieron las preferencias electorales a pesar de los 25 mil muertos, del desempleo, de la inseguridad creciente y del factor Enrique Peña Nieto.
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