Canal 11, regreso a los medios de Estado

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

En la euforia de las privatizaciones, con el deseo de satisfacer las más descabelladas exigencias de las tareas económicas impuestas por los organismos financieros internacionales, en medio de la irreprimible y recóndita necesidad de que la nación fuese reconocida como alumna ejemplar, tras facilitar el saqueo de su riqueza vía intereses de la deuda externa, los gobiernos que se sucedieron desde 1982 privatizaron casi todo, incluso instituciones necesarias a la seguridad nacional; lo que no pudieron enajenar, lo desaparecieron.

Si mal no recuerdo, Enriqueta Cabrera ofició de sepulturera de El Nacional. Es un secreto de Estado bien guardado el destino de la excelente maquinaria de talleres de impresión adquirida bajo la administración de José Carreño Carlón, quien hizo de ese medio de comunicación del Estado un negocio rentable, legible y hasta disfrutable. Bajo su dirección era prestigioso trabajar en ese diario.

Canal 13 se privatizó, como ocurrió con los estudios de cine. Se salvaron Canal 22, Notimex, transformada momentáneamente en agencia informativa del Estado, pero con la Espada de Damocles sobre el presupuesto que se le asigna, y Canal 11, del que el Instituto Politécnico Nacional recientemente fue despojado por una acción unilateral del gobierno.

Parece que hoy Felipe Calderón Hinojosa y la cúpula de Acción Nacional -partido que mientras fue oposición pugnó porque el Estado privatizara los medios informativos y de entretenimiento- perciben la importancia que tienen para el Estado los medios de información de su propiedad, por lo que pueden significar como vehículo de comunicación de las políticas públicas, de sus resultados, pero sobre todo como instrumento de defensa histórica, programática e ideológica de ese Estado que tanto parecen desdeñar, porque a fin de cuentas es resultado de las Leyes de Reforma y de las sucesivas constituciones, desde la de 1857, lo que nada tiene que ver con el proyecto de nación de la extrema derecha, que tuvo un pie dentro de la historia nacional cuando Agustín de Iturbide y sus valedores concibieron la independencia de México como un Imperio.

El hecho de que el gobierno haya decidido hacerse con Canal 11, convertirlo en medio de cobertura nacional y cobijarlo bajo la égida del despacho de Gobernación, nos puede dar idea de cómo se vienen los próximos combates que librará Felipe Calderón en contra de la delincuencia organizada y, la fundamental y decisiva lucha de la sucesión presidencial, pues a lo que aspira el actual presidente de la República, es a que no le suceda lo que a Ernesto Zedillo Ponce de León.

El futuro de la derecha mexicana, una vez concluido el trágico experimento de Maximiliano de Habsburgo, dejó de estar ligado a las monarquías europeas; la cúpula de Acción Nacional tardó años en percatarse de la única posibilidad de regresar al poder y reconstruirse como una promesa a los ojos de los electores mexicanos: lo logró al concientizar que sus aliados naturales, lógicos, eran los organismos financieros internacionales, los gurús de la seguridad nacional estadounidense, así como los extremistas de la National Rifle Association, cuyo emblemático presidente y portavoz fue Charlton Heston.

Hacerse del Canal 11 después de tantos remilgos en contra de los medios de difusión como propiedad del Estado, obliga a pensar en la renuncia de Maximiliano Cortazar y en la improvisación de Alejandra Sota como su sucesora, pues como apunta Juan José Saer: “… todo esto no es un problema de personas, sino de tendencias globales de la sociedad… pero habría que preguntarse si tantos esfuerzos aislados y sinceros por crear una nueva antropología, capaz de realizar la síntesis de las contradicciones presentes de la especie humana, tienen alguna posibilidad de modificar esas tendencias generales. Todo parecería indicar lo opuesto: el fascismo ordinario se percibe ya en el discurso de ciertos dirigentes, muchos de los cuales han luchado contra el fascismo en su juventud, y, como sistema económico, en todos los países, aun en los que gobiernan los socialistas e incluso los neocomunistas, se nos sirve ese guiso recalentado, el liberalismo, que sólo un gángster podría aplicar al pie de la letra y que, inversamente, convertiría automáticamente en gángster a quienquiera lo llevase hasta sus últimas consecuencias, así se trate del panadero de la esquina”.

Por lo pronto, los dados ruedan sobre el tapete verde; no se detendrán hasta que quede definitivamente conjurada la amenaza de los carros-bomba. Para lograrlo son inútiles los medios informativos del Estado, menos ahora que este gobierno cuando fue oposición, se encargó de desprestigiarlos.

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