Calderón propone acuerdos, pero los entorpece

Raúl Trejo Delarbre

Crispado y aciago, el escenario público mexicano parece repleto de actores de reparto, o plano improvisados, cuando requeriría de protagonistas de primera línea. No hay un solo dirigente partidario, ni un solo gobernante, que en estos días infaustos haya salido a reivindicar intereses más amplios que el de los colores o las causas específicas que cada quien defiende.

El asesinato del candidato que hubiera podido ganar la gubernatura de Tamaulipas fue motivo de nuevos desencuentros entre las fuerzas políticas fundamentales, lejos de la unidad y los objetivos esenciales que, eso sí, todos incorporaron en sus discursos. El presidente Felipe Calderón hizo un llamado pertinente a traducir en hechos el frente común que siempre se menciona para atajar a la delincuencia, pero se limitó a repetir esa exhortación ante el respetable y en estos casos impávido público de los medios electrónicos.

Si hubiese querido construir una respuesta unitaria, el presidente Calderón la hubiera buscado acercándose a los dirigentes de otros partidos, presentando propuestas y discutiéndolas: haciendo política, en fin, que se suponía era una de sus habilidades y que evidentemente ha querido relegar para concentrarse en las dos grandes batallas con las que quiere sellar su sexenio. La primera de ellas es la guerra contra el narcotráfico, una causa que no puede ser más urgente pero que el presidente Calderón enfrenta desde el aislamiento político que él mismo ha construido. La otra ofensiva es por el mantenimiento del PAN en la presidencia de la República y a ella supedita el resto de sus decisiones, incluyendo las que podrían articular acuerdos y alianzas con otras fuerzas políticas.

El resultado, es una crecientemente desgastante (para el gobierno, pero también para el país) esquizofrenia política. El presidente Calderón exhorta, con argumentos sólidos, a enfrentar todos juntos a ese adversario común que es la delincuencia organizada. Pero al mismo tiempo tiene como objetivo inmediato arrimarle adhesiones al PAN, en una actitud que hace imposible cualquier acuerdo con el partido mayoritario en la Cámara de Diputados y que tiene más gubernaturas y que es el Revolucionario Institucional.

Los priistas, de piel política muy frágil cuando les señalan las atrocidades clientelares y los tráficos de influencia que perpetran constantemente, ya estaban disgustados con el espionaje cometido o tolerado por el gobierno federal. En ese clima de animosidades recíprocas, el llamado a la unidad que dirigió el presidente Calderón con motivo del infame asesinato de Rodolfo Torre Cantú, en Tamaulipas, les pareció demagogia electorera. La respuesta de Beatriz Paredes fue tan drástica que otros dirigentes del PRI han tenido que aclarar que no se rehúsan a dialogar con el gobierno pero que será después de las elecciones del domingo próximo.

El presidente Calderón parece empeñado en sembrar de obstáculos ese diálogo. La dimisión o renuncia –según la fuente en la que se confíe– de la Fiscal para Delitos Electorales, Arely Gómez, despierta preocupaciones fundadas acerca de la escrupulosidad con que serán atendidas las denuncias sobre irregularidades en las elecciones de este fin de semana. La decisión de aceptar o propiciar esa renuncia, precisamente cuatro días antes de las elecciones, fue de la PGR que atiende a indicaciones del titular del Ejecutivo Federal.

El afán del gobierno para reemplazar la conciliación por la imposición, se manifiesta también en la designación del nuevo integrante de la Comisión Federal de Telecomunicaciones. La renuncia de Héctor Osuna al advertir que no lo reelegirían como presidente de la Cofetel fue anunciada en una reunión encabezada por el secretario de Comunicaciones y Transportes, Juan Molinar. Conocido por su afición a defender los intereses de Televisa, Osuna no tomó distancia respecto del gobierno para dar a conocer su dimisión.

Ahora se puede considerar que esa renuncia, en forma y fondo, era anticipo de un movimiento para debilitar la ya escasa autonomía de la Cofetel. La designación del jefe de asesores de Molinar es expresión de menosprecio por ese organismo colegiado. Maestro en política comparada y licenciado en relaciones internacionales, Mony de Swaan ha sido un funcionario público diligente y quizá en ocasiones inteligente, siempre al lado de Juan Molinar en las variadas responsabilidades que ha desempeñado el hoy titular de la SCT. A excepción del breve paso que ha tenido por esa Secretaría, De Swaan ha sido por completo ajeno a las telecomunicaciones y a la radiodifusión, respecto de las cuales ahora tendrá que tomar decisiones fundamentales.

Además de la inexperiencia del nuevo comisionado, resulta preocupante el desinterés del presidente Calderón por las tareas de la Cofetel, a cuyo desempeño pudo haber contribuido con una designación distinta. No exageran quienes, desde otras fuerzas políticas o incluso en los consorcios mediáticos, ven la designación de De Swaan como parte del esfuerzo del gobierno para acaparar posiciones pensando en las elecciones de 2010 y no en el interés de la sociedad.

Televisa y otras empresas querían un comisionado cercano a ellas. El dilema no era un funcionario manipulable por intereses corporativos o por intereses políticos. El presidente de la República pudo haber considerado otras opciones e incluso un mecanismo de designación que atendiera a otras opiniones.

Con decisiones como ésas, será muy difícil que el presidente construya los acuerdos que tanta falta le hacen al país. Calderón sigue rehusándose a pensar como estadista; sus miras son estrechas, el horizonte ya se le acabó. Esa es una pésima noticia para el país.

Comentarios