Raymundo Riva Palacio
A José Francisco Blake Mora lo conocen los panistas sólo como “Blake”. Ni Pepe, ni Paco. Blake, simplemente Blake. Pero fuera del PAN y de la sociedad política más conocedora, el nuevo secretario de Gobernación es un desconocido, sobre los que muchos tienen preguntas y un juicio adelantado: como carece de peso político, no será un buen secretario.
El diagnóstico está consumado mientras que su vida y su trayectoria se empiezan a desdoblar. El miércoles no era nadie en la política nacional. Su biografía en Wikipedia registraba en unas cuantas líneas su paso por puestos en su natal Baja California, y cuando se confirmó el nombramiento, se le añadió la línea donde sumaba su nueva encomienda. Parecía como si el presidente Felipe Calderón lo hubiera sacado de la chistera para remplazar al incómodo Fernando Gómez Mont.
A decir verdad, Blake era el conejo que en varias ocasiones el Presidente había fintado que sacaría del sombrero. Tiene una década muy cerca a él, desde que se conocieron en la 58 legislatura al arrancar el gobierno de Vicente Fox y fue parte de la burbuja de Calderón, que coordinaba la fracción del PAN en el Congreso.
Aunque neopanista laico –los panistas religiosos dejaron de tener esplendor al término del sexenio foxista-, Blake compartía intereses con Calderón, un panista doctrinario con repulsión natural al PRI que formó parte de la Comisión Instructora que trató fallidamente de desaforar a los legisladores y líderes petrolero Carlos Romero Deschamps y Ricardo Aldana, para que pagaran con la cárcel su participación en el Pemexgate.
Desde entonces establecieron una relación de empatía y confianza recíproca. Por eso, cuando Calderón fue destituido por el ex presidente Fox por adelantarse a sus tiempos electorales, Blake no dudó en sumarse a una campaña que en esos años tenía como puerto de destino la nada. Blake, quien ya había sido regidor en el Ayuntamiento de Tijuana cuando José Guadalupe Osuna Millán era alcalde, se convirtió en su coordinador de campaña en aquél estado, donde desapareció el PRD y la reserva de votos para el candidato Andrés Manuel López Obrador.
Calderón, agradecido y reconocido, le ofreció construir la nueva Oficina de la Presidencia, pasando por alto a su propio colaborador Juan Camilo Mouriño. Blake tenía otras metas inmediatas, le dijo a Calderón, y aceptó el ofrecimiento de Osuna Millán para convertirse en el coordinador de la campaña que lo llevó a la gubernatura de Baja California, con lo cual recibió la Secretaría de Gobierno del estado, el verdadero poder tras el trono, en recompensa.
Para quien apenas en los 90 había entrado al PAN, la marcha había sido relampagueante. Otro Osuna, Héctor Osuna Jaime, lo había incorporado a un grupo político en compañía de varios panistas en ascendencia, llamado “Los Rojos”. Para cuando el otro Osuna llegó a la gubernatura, Blake ya era el jefe de ese grupo. Hombre todo poderoso en Baja California y con acceso directo al Presidente, se convirtió en un enemigo natural de los panistas del estado que querían crecer en el camino hacia la gubernatura.
Por esa razón el senador Alejandro González Cortázar se sumó al PRI para vetarlo como el relevo de Eduardo Medina Mora en la Procuraduría General de la República. Por temores similares otros panistas comenzaron a pedir su destitución en Baja California días después de la elección del 4 de julio, donde al haber sido el operador electoral del PAN y haber pasado por encima de candidatos naturales para imponer a los suyos, le acreditaron plenamente la derrota frente al PRI, que en esa entidad tuvo su victoria más sorprendente de la jornada.
Ese factor había sido determinante para que ante la inminente salida de Gómez Mont de Gobernación, su nombre hubiera perdido peso como relevo preferente en la cabeza de Calderón. De hecho, en la víspera del relevo, la decisión se había focalizado en dos personas, el viejo panismo representado por Luis Felipe Bravo Mena, secretario particular de Calderón, y ex líder nacional del partido, y Roberto Gil, figura emergente del panismo, ex representante ante el IFE, ex operador de la bancada panista en el Congreso, y subsecretario de Gobernación. Ambos representaban un grupo político con vínculos importantes hacia Calderón, con la garantía de lealtad, que es pre requisito de trabajo en Los Pinos. Hasta por la noche del martes el nombre de Blake comenzó a circular en los corrillos palaciegos.
La mañana del miércoles, quienes conocen a Blake, sabían que su destino había cambiado. Ya iba volando hacia la ciudad de México para presentarse en sociedad. Fue poco embarazoso el aterrizaje. Cuando llegó a Los Pinos el Estado Mayor Presidencial no lo dejó pasar, y tuvo que esperar largos minutos hasta que le abrieron la puerta al nuevo secretario de Gobernación.
Su nombre decepcionó a la opinión pública y a muchos analistas porque, o no sabían quién era, o porque pensaban, con el referente de la vieja mitología de Bucareli, que esa posición tenía que ser ocupada por un peso completo. Pero el cargo no se hace sólo con gigantes políticos. Tiene que ver con la capacidad de interlocución con la clase política y el acceso que le da el Presidente para poder darles respuestas. Con Calderón, el único que tuvo esa escuela fue Mouriño, quien cuando decía sí, sus interlocutores sabían que era sí, y cuando era no, sabían que no habría forma de cambiar. Mouriño se ganó el respeto de la oposición que no consiguieron Francisco Ramírez Acuña o Gómez Mont en este sexenio.
Blake tiene ventajas sobre su antecesor. Gómez Mont era par de Calderón, con vicios, filias y fobias. Blake siempre ha sido subordinado a Calderón, sin esos vicios, filias y fobias, precisamente porque su carrera fue local. Gómez Mont tenía el oído de Calderón, pero también vida política propia a nivel federal. Blake tendrá el oído del Presidente, y lo que tiene el equipaje a nivel federal se lo regaló Calderón en el Congreso. El futuro de Gómez Mont no dependía de Calderón, pero el de Blake estará totalmente asociado a cómo le vaya al Presidente. De él depende que las cosas le resulten bien, porque de sus éxitos seguirá caminando hacia arriba. Si fracasa, su jefe ya va rumbo a la salida y el golpe será en el juicio histórico. Pero él, que quiere volar alto, se habrá desplomado.
A José Francisco Blake Mora lo conocen los panistas sólo como “Blake”. Ni Pepe, ni Paco. Blake, simplemente Blake. Pero fuera del PAN y de la sociedad política más conocedora, el nuevo secretario de Gobernación es un desconocido, sobre los que muchos tienen preguntas y un juicio adelantado: como carece de peso político, no será un buen secretario.
El diagnóstico está consumado mientras que su vida y su trayectoria se empiezan a desdoblar. El miércoles no era nadie en la política nacional. Su biografía en Wikipedia registraba en unas cuantas líneas su paso por puestos en su natal Baja California, y cuando se confirmó el nombramiento, se le añadió la línea donde sumaba su nueva encomienda. Parecía como si el presidente Felipe Calderón lo hubiera sacado de la chistera para remplazar al incómodo Fernando Gómez Mont.
A decir verdad, Blake era el conejo que en varias ocasiones el Presidente había fintado que sacaría del sombrero. Tiene una década muy cerca a él, desde que se conocieron en la 58 legislatura al arrancar el gobierno de Vicente Fox y fue parte de la burbuja de Calderón, que coordinaba la fracción del PAN en el Congreso.
Aunque neopanista laico –los panistas religiosos dejaron de tener esplendor al término del sexenio foxista-, Blake compartía intereses con Calderón, un panista doctrinario con repulsión natural al PRI que formó parte de la Comisión Instructora que trató fallidamente de desaforar a los legisladores y líderes petrolero Carlos Romero Deschamps y Ricardo Aldana, para que pagaran con la cárcel su participación en el Pemexgate.
Desde entonces establecieron una relación de empatía y confianza recíproca. Por eso, cuando Calderón fue destituido por el ex presidente Fox por adelantarse a sus tiempos electorales, Blake no dudó en sumarse a una campaña que en esos años tenía como puerto de destino la nada. Blake, quien ya había sido regidor en el Ayuntamiento de Tijuana cuando José Guadalupe Osuna Millán era alcalde, se convirtió en su coordinador de campaña en aquél estado, donde desapareció el PRD y la reserva de votos para el candidato Andrés Manuel López Obrador.
Calderón, agradecido y reconocido, le ofreció construir la nueva Oficina de la Presidencia, pasando por alto a su propio colaborador Juan Camilo Mouriño. Blake tenía otras metas inmediatas, le dijo a Calderón, y aceptó el ofrecimiento de Osuna Millán para convertirse en el coordinador de la campaña que lo llevó a la gubernatura de Baja California, con lo cual recibió la Secretaría de Gobierno del estado, el verdadero poder tras el trono, en recompensa.
Para quien apenas en los 90 había entrado al PAN, la marcha había sido relampagueante. Otro Osuna, Héctor Osuna Jaime, lo había incorporado a un grupo político en compañía de varios panistas en ascendencia, llamado “Los Rojos”. Para cuando el otro Osuna llegó a la gubernatura, Blake ya era el jefe de ese grupo. Hombre todo poderoso en Baja California y con acceso directo al Presidente, se convirtió en un enemigo natural de los panistas del estado que querían crecer en el camino hacia la gubernatura.
Por esa razón el senador Alejandro González Cortázar se sumó al PRI para vetarlo como el relevo de Eduardo Medina Mora en la Procuraduría General de la República. Por temores similares otros panistas comenzaron a pedir su destitución en Baja California días después de la elección del 4 de julio, donde al haber sido el operador electoral del PAN y haber pasado por encima de candidatos naturales para imponer a los suyos, le acreditaron plenamente la derrota frente al PRI, que en esa entidad tuvo su victoria más sorprendente de la jornada.
Ese factor había sido determinante para que ante la inminente salida de Gómez Mont de Gobernación, su nombre hubiera perdido peso como relevo preferente en la cabeza de Calderón. De hecho, en la víspera del relevo, la decisión se había focalizado en dos personas, el viejo panismo representado por Luis Felipe Bravo Mena, secretario particular de Calderón, y ex líder nacional del partido, y Roberto Gil, figura emergente del panismo, ex representante ante el IFE, ex operador de la bancada panista en el Congreso, y subsecretario de Gobernación. Ambos representaban un grupo político con vínculos importantes hacia Calderón, con la garantía de lealtad, que es pre requisito de trabajo en Los Pinos. Hasta por la noche del martes el nombre de Blake comenzó a circular en los corrillos palaciegos.
La mañana del miércoles, quienes conocen a Blake, sabían que su destino había cambiado. Ya iba volando hacia la ciudad de México para presentarse en sociedad. Fue poco embarazoso el aterrizaje. Cuando llegó a Los Pinos el Estado Mayor Presidencial no lo dejó pasar, y tuvo que esperar largos minutos hasta que le abrieron la puerta al nuevo secretario de Gobernación.
Su nombre decepcionó a la opinión pública y a muchos analistas porque, o no sabían quién era, o porque pensaban, con el referente de la vieja mitología de Bucareli, que esa posición tenía que ser ocupada por un peso completo. Pero el cargo no se hace sólo con gigantes políticos. Tiene que ver con la capacidad de interlocución con la clase política y el acceso que le da el Presidente para poder darles respuestas. Con Calderón, el único que tuvo esa escuela fue Mouriño, quien cuando decía sí, sus interlocutores sabían que era sí, y cuando era no, sabían que no habría forma de cambiar. Mouriño se ganó el respeto de la oposición que no consiguieron Francisco Ramírez Acuña o Gómez Mont en este sexenio.
Blake tiene ventajas sobre su antecesor. Gómez Mont era par de Calderón, con vicios, filias y fobias. Blake siempre ha sido subordinado a Calderón, sin esos vicios, filias y fobias, precisamente porque su carrera fue local. Gómez Mont tenía el oído de Calderón, pero también vida política propia a nivel federal. Blake tendrá el oído del Presidente, y lo que tiene el equipaje a nivel federal se lo regaló Calderón en el Congreso. El futuro de Gómez Mont no dependía de Calderón, pero el de Blake estará totalmente asociado a cómo le vaya al Presidente. De él depende que las cosas le resulten bien, porque de sus éxitos seguirá caminando hacia arriba. Si fracasa, su jefe ya va rumbo a la salida y el golpe será en el juicio histórico. Pero él, que quiere volar alto, se habrá desplomado.
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