AMLOVE

Astillero / Julio Hernández López

- Arranque temprano

- La República Amorosa

- ¿Repetición, agravada, de 2006?


Cobijado por las encuestas multitudinarias del Zócalo capitalino, Andrés Manuel López Obrador se declaró virtual candidato en campaña, reiteró las líneas de su anterior programa de gobierno, esbozó principios de autocrítica y corrección y, con pasajes cargados de consideraciones morales, declaró en ruta de construcción la nueva república, la "amorosa".

Domingo de esperanza militante renovada, con lo netamente electoral en el centro del escenario y con una convocatoria al voluntarismo para que cada cual ayude desde su lugar a tejer la resistente red que pueda enfrentar el complejo conjunto de intereses coaligados para impedir el arribo de opciones de gobierno popular a México. Campaña y postulación adelantadas, cúpula perredista nacional obviamente ausente, deslinde práctico y chirriante contra el marcelismo-camachismo que soñaba con las encuestas tradicionales de opinión que cual pulPopol Vuh señalarían al "mejor posicionado", aparición notable del ideólogo Enrique González Pedrero para llenar el hueco del desertor Manuel Camacho, y consolidación del PT como partido base para 2012, de Convergencia como posible suscriptor en trámite y del PRD como hipotético espacio de litigio.

Treintaidos discursos regionales que en realidad fueron calurosos informes de actividades y recuentos complacidos de logros a la palabra. Discurso central que en unos 40 minutos confirmó los trazos anteriores de plan de gobierno y que evitó entrar en terrenos de confrontación, deslinde o precisiones partidistas. No apareció el "pelele" que poblaba los pasajes oratorios anteriores, ni se habló de perredismo enchuchado, alianzas perreánicas ni traiciones internas. Fue un domingo de amor (una especie de AMLOve parade), con recomendaciones éticas aplicables a la sociedad, la familia y el individuo y un final escénico en el que, cuando el presidente legítimo y virtual candidato, al mismo tiempo, ya había dejado de hablar, se pedía a los asistentes que dieran la mano y abrazaran a quien tuvieran a su lado, como en dación católica de paz misal.

Numéricamente no hay duda de la fuerza zocalera del tabasqueño resistente y persistente. Ni de la dedicación y entrega de esos núcleos organizados que se comprometieron a fungir como ejes de reproducción del mensaje de quien va en segundo intento por la Presidencia que le fue robada en 2006. Y, hasta hoy, nadie tiene la congruencia para hacer creíble un programa de reformas populares como el presentado ayer por un grupo de especialistas para un proceso de discusión pública que acabará conformando el plan de gobierno 2012-2018. López Obrador sigue mostrando una enorme capacidad de convocatoria y, en procesos medianamente aceptables de democracia formal, esa fuerza y esa candidatura deberían tener un camino relativamente expedito para pelear limpiamente por llegar al poder.

Pero, hoy, ese proyecto de reformismo popular tiene contra sí una amalgama de intereses cebados en los crímenes cívicos de 2006 y la secuela de exterminio del adversario desarrollada desde entonces. López Obrador es un hombre de honestidad personal a toda prueba, que no ha dado un solo motivo comprobable para su difamación, que vive austeramente y no ha generado ningún hecho público negativo. Quienes le siguen y apoyan son, en su mayoría (se habla aquí fundamentalmente de las bases, de los ciudadanos de a pie) mexicanos libres, que creen sinceramente en la posibilidad de ejercer sus derechos políticos en favor de la opción que les parece más adecuada y que, sobre todo, constituyen una fuerza cívica importantísima en función de propósitos de depuración nacional y reestructuración institucional. Ninguna democracia sana debería marginar y mucho menos perseguir a esa opción ciudadana.

Resulta, sin embargo, que las cúpulas ocupantes del poder trabajan a marchas forzadas en el proceso de desmantelamiento del escenario de elecciones al que amorosamente el lopezobradorismo se ha subido de manera firme desde ayer. La comercialización acelerada de lo electoral (el dinero compra votantes, monta movilizaciones, paga equipos de trabajo, compra tiempos y espacios en los medios de comunicación, corrompe funcionarios y juzgadores), la desmoralización colectiva mediante alianzas aberrantes, el control tecnológico, financiero y de armamento que Estados Unidos ha ido consolidando en México con el socio Calderón, y el uso del narcotráfico como instrumento de disuasión y amenaza o apoyo para ciertas candidaturas y partidos, va haciendo inviable la ruta de las urnas. Es posible que apostar al 2012 sin cambiar desde ahora las condiciones de competencia para acceder al poder sea un esfuerzo de voluntad plausible, pero insuficiente. Cambiar esas condiciones no está, por otro lado, al alcance de un movimiento que carece del bagaje legislativo y ejecutivo mínimo (las bancadas legislativas están divididas, y los segmentos leales al lopezobradorismo son pequeños, sin capacidad de decidir votaciones; en los estados, los gobernadores "de izquierda" tienen agenda e intereses distintos a los del movimiento social expresado ayer en el Zócalo). Tal vez una alternativa de lucha sea la de la fusión de movimientos sociales y la organización del descontento popular, pero ello contradice el enfoque electoral que se prefiere en campañas y circunstancias como las que hoy condicionan al lopezobradorismo. Radicalizar la lucha resta votos y quedarse en el "centro" ayuda a ganarlos. Pero es posible que no presionar a fondo, no luchar por cambios reales, desde ahora, haga que, con los esquemas hoy vigentes, la lucha electoral se convierta solamente en un esfuerzo heroico pero improductivo, una repetición, acaso agravada, de los escenarios fraudulentos de 2006, atenuados por la fabricada contienda de lucha "democrática" que podrían escenificar el PRI y el PAN, e incluso una alianza del partido de blanco y azul con el perredismo chucho-camacho-ebrardista.

Y, sin embargo, AMLO se mueve... ¡Amor y paz!

¡Hasta mañana, en esta columna que de todo toma nota!

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