AMLO padece el síndrome Muñoz Ledo

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Nada como las derrotas para conocer la cordura, la medida de la razón del vencido. Andrés Manuel López Obrador no tardó ni ocho días para mostrarse tal cual es, para exhibir esa rara enfermedad política conocida entre los entendidos como síndrome Muñoz Ledo, cuyos síntomas son claros, precisos y se manifiestan de manera idéntica en los enfermos.

Donde primero se manifiesta es en el ego: ¿cómo ellos, y yo no?; después en la necesidad irreprimible de ser presidente de México o, de perdis, candidato, para lo que es necesario encontrar un partido de a modo, como en su momento lo fue el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), tanto para Cuauhtémoc Cárdenas como para el propio Porfirio; luego, es urgente manifestarse en desacuerdo con la autoridad establecida, con todo respeto, pero sin dejar de mostrar los dientes y los músculos, porque lo que se disputa es el poder, el poder disponer de la hacienda pública, pues así es como lo comprenden los políticos que disputan la silla presidencial.

Por último, es necesario articular el discurso, darle contenido ideológico y contrastarlo con el de los oponentes de parecido perfil político, para convertirse en el irremplazable abanderado de la izquierda coherente, que no deja lugar a dudas a los intereses que él persigue, mientras exhibe los intereses bastardos de quienes le regatean lo que ya es de él, porque así lo decidió el pueblo bueno, como lo apuntó Ciro Gómez Leyva.

Calibrado y medido el resultado de las alianzas que proporcionaron mayor población bajo la égida gubernativa de Acción Nacional, Andrés Manuel López Obrador fue incapaz de meditar, de hacer uso de la templanza, de reprimirse, y en entrevista radial con Carlos Puig se destapó al advertir que a finales de 2011 buscará un partido político que le facilite el registro ante el IFE para poder postularse como candidato a la presidencia.

También fue admonitorio, como Moisés: si el PRD quiere sumarse a su candidatura tendrá que hacerlo en esa fecha, pues él no esperará; como siempre, no está acostumbrado a hacerlo, sino a imponer sus reglas del juego, a imponer su ritmo, la hora de la conferencia de prensa. Él está para que lo esperen, pues.

A Carlos Puig le sostuvo que cuenta con un movimiento ciudadano integrado por entre 10 y 15 millones de personas, con estructura territorial que le permitiría tener en la contienda presidencial más de 2 mil comités en cada uno de los municipios de la república, además de 8 mil comités regionales. Anunció también, para que todo México esté atento, que en el Zócalo presentará el próximo 25 de julio su proyecto alternativo de nación, base de su movimiento para llegar a la presidencia y construido a partir de estudios de expertos e intelectuales.

Bueno, ya está, será el candidato de la izquierda, por más que Marcelo Ebrard sostenga que sí Andrés Manuel López Obrador se postula, desarticulará lo que queda de esa opción político-electoral, lo que no es una opinión del todo equivocada, pero a la que el mismísimo López Obrador se le adelantó con una respuesta en su entrevista concedida a La Jornada, con otro matiz, diferente perspectiva, mayor contencioso ideológico y político, por ser los lectores de ese medio distintos a los radioescuchas de Carlos Puig.

A Alma Muñoz le subrayó que “con las alianzas entre los cuatro partidos en diversos estados no ganó la izquierda, aunque Oaxaca puede ser la excepción, dijo, con el triunfo de Gabino Cué. PRD, PT y Convergencia 'tienen que pensar que si se sigue por ese camino, vamos a terminar desdibujando la opción de izquierda. En el terreno estrictamente político, uno debe anclar en lo que representa. Es fatal el zigzagueo'.

Le dijo también que en junio o julio de 2011, el movimiento nacional en defensa del petróleo, la economía popular y la soberanía nacional “va a resolver en definitiva sobre la candidatura (presidencial) y se va a hablar con los dirigentes de los tres partidos: PRD, PT y Convergencia”.

Está bien, es el mismo discurso desde 2005, quizá anterior, aprendido seguramente cuando fue amanuense de Enrique González Pedrero, abrevado cuando escuchaba con reverencia a Cuauhtémoc Cárdenas, articulado ideológicamente en las horas de soledad, cuando intuye que su destino está muy lejos de Nacajuca, es ajeno a los avatares de la gente menuda, porque él, sí, él, Andrés Manuel López Obrador está llamado a ser el liberador de este olvidado pueblo bueno que lo sigue, como los judíos siguieron a Moisés, hasta que en una de tantas veleidades fabricaron el becerro de oro, que los condenó a vagar cuarenta años en el desierto.

Efectivamente, Andrés Manuel López Obrador cayó enfermo, es víctima del síndrome Muñoz Ledo.

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