AMLO: el profeta desarmado

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Las plazas llenas estremecen, porque quienes hoy acuden a ellas parecen hacerlo por voluntad propia; en sus miradas y gestos anida la obsesión por mantener encendida una chispa de esperanza. Van a ser arengados, lo quieren, lo necesitan como el aire, requieren creer en sí mismos, están ansiosos de depositar su confianza en alguien igual a ellos.

¿Es Andrés Manuel López Obrador igual a ellos? ¿Es El Peje el hombre, el político indicado para recorrer la república, unir voluntades y cambiar el destino de la nación? ¿Está consciente de los poderes fácticos que tiene frente a él, los intereses que habría de modificar, la impunidad que necesita vencer para que esto cambie? ¿Sabe lo que le espera de emprender el camino de las reformas por él señaladas el domingo último, o es sólo un comparsa de la lucha por el poder?

Si no es comparsa es un ingenuo, porque hoy nadie puede, de un plumazo, borrar el pasado reciente para iniciar desde menos cero la construcción de los anhelos que se tienen para la nación. No le creo, porque ante una plaza llena aseguró que no participará en la contienda presidencial porque busca el poder o por ambición personal, “sino para sacar al país del atraso y no nos quiten a nosotros ni a las nuevas generaciones el derecho a la esperanza y a vivir en una sociedad mejor”. Anhelos que nunca podrán cristalizarse si no se tiene el poder, y éste ha de buscarse, no llega solo.

En cuanto a la ambición, lo que él concibe como tal lo convierte en un político de mecha corta, porque la ambición pecuniaria nada más satisface a los pequeños; la otra, la gran ambición de hacer y ser historia es para los espíritus de gran calado, para aquellos dispuestos al sacrificio último con tal de lograr una mínima parte de los anhelos soñados, largamente acariciados.

Escriben los que saben: “lo terrible del poder es que contiene una ausencia de límite, en consecuencia hay más poder que saber”, por ello no deben extrañarnos los representantes populares, los administradores públicos, los políticos profesionales ignorantes, pero con el poder de cambiar las leyes, efectuar reformas y soñar con la grandeza, cuando las consecuencias de lo realizado son inversas a lo propuesto en el discurso y los programas de las políticas públicas.

Andrés Manuel, en un gesto de audacia, convoca a que lo convoquen. ¿¡Vamos!? Vamos, escribieron en la pancarta que presidió el acto desde donde propuso el camino: renovar las instituciones, en especial la SCJN, para convertirla en “faro de la ley”; pide democratizar los medios de comunicación, la reforma fiscal, fortalecer las industrias nacionales y los programas sociales y, quizá lo más importante, una renovación de los valores éticos y morales para compartir el bienestar espiritual y material.

Propuso: “Es indispensable crear una nueva corriente de pensamiento para fortalecer valores culturales, morales y espirituales…, porque se convirtió la codicia en virtud, se ha elevado a rango supremo el dinero y se ha inducido la creencia de que se puede triunfar a toda costa, sin escrúpulos morales de ninguna índole”.

Es cierto, la sevicia, la impunidad, la mala administración de justicia lo mismo se encuentran entre quienes están llamados a combatir esos males desde un mandato constitucional o desde la fe, que entre quienes promueven esas debilidades como correa de transmisión del ejercicio del poder.

Pero, regreso, las propuestas de El Peje son anhelos; esto es importante, pues como apunta el consejero de la ciencia política y de las humanidades: “El anhelo es un signo de vacío. El hombre podría definirse -una de tantas posibles definiciones- como el ser que alberga dentro de sí un vacío; el vacío sólo aparece en la vida humana. El anhelar es como la respiración del alma. Presupone un vacío que ha de llenarse; ese dentro que es la vida donde quiera que se muestre. En el ser humano este vacío es metafísico, podría decirse, puesto que nada lo calma. Un vacío activo que es llamada y tensión. Sólo por el simple hecho de anhelar, el hombre se dispararía al hacer historia, es decir: a ir más allá de aquello que lo rodea. Y aún más: a destruir lo que encuentra para sustituirlo por algo diferente, nuevo. Pues que el simple anhelar es por esencia destructor. Por ser algo abstracto, tiende a hacer el vacío allí donde encuentra un lleno, y también por su trascender, pues nada de lo que encuentra le satisface…”

Los anhelos de Andrés Manuel López Obrador chocan con la realidad, ésta lo sobrepasa y lo desespera, pues de otra manera no hubiera mandado al diablo las instituciones ni hubiese permitido el bloqueo vacío del tramo de Paseo de la Reforma. Es un profeta desarmado, porque intuye de manera inequívoca lo que puede hacer, pero carece de la inteligencia suficiente para construir, y en materia de pugna por el poder la voluntad no es suficiente.

Es un profeta desarmado porque hoy, en esta globalización, los verdaderos dueños del poder no comprarán su proyecto de políticas públicas, porque no es un proyecto de nación. Éste todavía nadie lo propone.

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