Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Leo y me avisan que es muy posible que Fernando Gómez Mont deje su encargo como secretario de Gobernación. Apuntan los que saben y están en el primer círculo del poder, que el presidente evalúa su permanencia en el gabinete, lo que es un ejercicio ocioso, porque Felipe Calderón Hinojosa tiene entre ceja y ceja las razones por las cuales lo nombró, conoce a las perfección de qué manera le es útil ese espléndido ser humano, considerado por Javier Lozano Alarcón su enemigo.
Claro que Gómez Mont carece de las virtudes tradicionales que debiera tener un funcionario público, ya no digamos el secretario de Gobernación; es boquiflojo, es congruente en su pensar y proceder, mantiene su postura ideológica y es capaz de ceder por el bienestar de la nación. Todo lo anterior pudiese descalificarlo, pero no vivimos tiempos tradicionales, Gobernación dejó de ser la antesala de la Presidencia de la República y fuente de poder.
Recuerdo, por ejemplo, que cuando en los tres primeros años del gobierno de José López Portillo alguien acudía al palacio de Covián, en tono festivo subrayaba que vería a Jesús del gran poder. El mismo Reyes Heroles dijo: Gobernación no se nota, pero se siente.
¿Cuáles pueden ser hoy las analogías entre el poder y la secretaría de Gobernación? No hay manera de establecerlas. La fuerza real que centrifugaba el poder en esa dependencia del Ejecutivo, desapareció, se trasladó a otros despachos y/o fue absorbida por los barones de los poderes fácticos. Hoy tiene más fuerza política por ser inherente al cargo, Ernesto Cordero que Fernando Gómez Mont. Las dos fuentes que legitiman la autoridad presidencial están asentadas en la hacienda pública y en las fuerzas armadas.
Desprenderse de Fernando Gómez Mont es despojarse de la coherencia ideológica de Acción Nacional, que es lo que identificaba al actual gobierno, ajeno al neopanismo del foxiato. Queda claro a quienes saben de política, que Javier Lozano Alarcón no es amigo de última hora del presidente de la República; se sabe, además, que trabajó arduamente en la campaña de su jefe desde el cuarto de guerra, pero él se ha encargado y empeñado en que se olvide su origen ideológico, que es del priismo, como también parece que no quiere que se recuerde que perdió las elecciones de diputado federal por Puebla cuando Francisco Labastida perdió la suya por la Presidencia de la República. Esa derrota no ha podido superarla, lo mantiene amargado, y así ejerce su oficio: con amargura.
La nota de La Jornada que refiere ese contencioso entre dos de los integrantes del gabinete, apunta: “En el sector laboral confirmaron que uno de los temas que generaron diferencias entre Gómez Mont y Lozano fue el caso del SME, porque tras el decreto de extinción de Luz y Fuerza del Centro, hace nueve meses, de Gobernación surgió una oferta para que ese sindicato aceptara la recontratación de 8 mil 500 electricistas (de 44 mil) a cambio de que diluyeran la movilización colectiva por el cierre del organismo”. Naturalmente la oferta no prosperó, porque el secretario del Trabajo la consideró una traición para el proyecto del presidente de la República, lo que de ser cierto implicaría, a güevo, la desaparición por hambre de un grupo de obreros que hubiese podido tener una segunda oportunidad de haberse permitido que el secretario de gobernación operara, pero como esa dependencia es pálido reflejo de lo que en un momento significó para el control político del país, pues Javier Lozano Alarcón parece imponer su voluntad.
Deshacerse -por capricho de Javier Lozano Alarcón- de Fernando Gómez Mont cuando se ha convocado a las fuerzas políticas de la nación a participar en el diseño, construcción y aplicación de una agenda de seguridad democrática, sería algo más que no querer enfrentar la realidad.
La nación está en crisis, ceder a los caprichos de los subordinados equivale a entregar la plaza, como ocurrió ya en Valle Hermoso, Tamaulipas. La patria se haya inmersa en un proceso de cambio, en una transición “atorada” en los intereses que se verían afectados de consolidarse las reformas. Lo que se requiere es impulsarlas, porque la transición de ninguna manera puede sustentarse hambreando a los despedidos de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, ni a los mineros que han sido engañados por sus líderes, sino como se ha esforzado en hacerlo Fernando Gómez Mont, negociando, aunque es posible que se prefiera y elija lo contrario: la imposición, como gusta de hacerlo Javier Lozano Alarcón.
Leo y me avisan que es muy posible que Fernando Gómez Mont deje su encargo como secretario de Gobernación. Apuntan los que saben y están en el primer círculo del poder, que el presidente evalúa su permanencia en el gabinete, lo que es un ejercicio ocioso, porque Felipe Calderón Hinojosa tiene entre ceja y ceja las razones por las cuales lo nombró, conoce a las perfección de qué manera le es útil ese espléndido ser humano, considerado por Javier Lozano Alarcón su enemigo.
Claro que Gómez Mont carece de las virtudes tradicionales que debiera tener un funcionario público, ya no digamos el secretario de Gobernación; es boquiflojo, es congruente en su pensar y proceder, mantiene su postura ideológica y es capaz de ceder por el bienestar de la nación. Todo lo anterior pudiese descalificarlo, pero no vivimos tiempos tradicionales, Gobernación dejó de ser la antesala de la Presidencia de la República y fuente de poder.
Recuerdo, por ejemplo, que cuando en los tres primeros años del gobierno de José López Portillo alguien acudía al palacio de Covián, en tono festivo subrayaba que vería a Jesús del gran poder. El mismo Reyes Heroles dijo: Gobernación no se nota, pero se siente.
¿Cuáles pueden ser hoy las analogías entre el poder y la secretaría de Gobernación? No hay manera de establecerlas. La fuerza real que centrifugaba el poder en esa dependencia del Ejecutivo, desapareció, se trasladó a otros despachos y/o fue absorbida por los barones de los poderes fácticos. Hoy tiene más fuerza política por ser inherente al cargo, Ernesto Cordero que Fernando Gómez Mont. Las dos fuentes que legitiman la autoridad presidencial están asentadas en la hacienda pública y en las fuerzas armadas.
Desprenderse de Fernando Gómez Mont es despojarse de la coherencia ideológica de Acción Nacional, que es lo que identificaba al actual gobierno, ajeno al neopanismo del foxiato. Queda claro a quienes saben de política, que Javier Lozano Alarcón no es amigo de última hora del presidente de la República; se sabe, además, que trabajó arduamente en la campaña de su jefe desde el cuarto de guerra, pero él se ha encargado y empeñado en que se olvide su origen ideológico, que es del priismo, como también parece que no quiere que se recuerde que perdió las elecciones de diputado federal por Puebla cuando Francisco Labastida perdió la suya por la Presidencia de la República. Esa derrota no ha podido superarla, lo mantiene amargado, y así ejerce su oficio: con amargura.
La nota de La Jornada que refiere ese contencioso entre dos de los integrantes del gabinete, apunta: “En el sector laboral confirmaron que uno de los temas que generaron diferencias entre Gómez Mont y Lozano fue el caso del SME, porque tras el decreto de extinción de Luz y Fuerza del Centro, hace nueve meses, de Gobernación surgió una oferta para que ese sindicato aceptara la recontratación de 8 mil 500 electricistas (de 44 mil) a cambio de que diluyeran la movilización colectiva por el cierre del organismo”. Naturalmente la oferta no prosperó, porque el secretario del Trabajo la consideró una traición para el proyecto del presidente de la República, lo que de ser cierto implicaría, a güevo, la desaparición por hambre de un grupo de obreros que hubiese podido tener una segunda oportunidad de haberse permitido que el secretario de gobernación operara, pero como esa dependencia es pálido reflejo de lo que en un momento significó para el control político del país, pues Javier Lozano Alarcón parece imponer su voluntad.
Deshacerse -por capricho de Javier Lozano Alarcón- de Fernando Gómez Mont cuando se ha convocado a las fuerzas políticas de la nación a participar en el diseño, construcción y aplicación de una agenda de seguridad democrática, sería algo más que no querer enfrentar la realidad.
La nación está en crisis, ceder a los caprichos de los subordinados equivale a entregar la plaza, como ocurrió ya en Valle Hermoso, Tamaulipas. La patria se haya inmersa en un proceso de cambio, en una transición “atorada” en los intereses que se verían afectados de consolidarse las reformas. Lo que se requiere es impulsarlas, porque la transición de ninguna manera puede sustentarse hambreando a los despedidos de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, ni a los mineros que han sido engañados por sus líderes, sino como se ha esforzado en hacerlo Fernando Gómez Mont, negociando, aunque es posible que se prefiera y elija lo contrario: la imposición, como gusta de hacerlo Javier Lozano Alarcón.
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