1910, 2010 ¿Y 2012?

Agenda Ciudadana / Lorenzo Meyer

Entre Bromas y Veras. Desde hace años, y no como una predicción con sustento sino como mera broma, se formuló un pronóstico relacionado con la proximidad del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución Mexicana: "1810, 1910 ¿y 2010?". La pregunta apuntaba a la posibilidad que México volviera a enfrentar un nuevo ciclo de violencia extrema como resultado de sus contradicciones políticas.

Hasta hace poco, nadie tomaba en serio esa conjetura, pero hete aquí que el México de 2010 está experimentando efectivamente una ola de violencia sin precedente inmediato, ligada al crimen organizado y que va en ascenso: de 2,119 ejecuciones en 2006 se pasó a 6,587 el año pasado y hoy, aunque apenas estamos en julio, ya superamos las seis mil, (consúltese el "Ejecutómetro" en Reforma).

La violencia actual no es revolucionaria, pero no por ello deja de tener serias implicaciones políticas, pues se trata de un desafío directo al gobierno al Estado y a la sociedad misma. Hoy, como hace un siglo, el Ejército y la Policía Federal -el equivalente del Cuerpo de Rurales de la Federación de 1910- se encuentran dispersos por todo el territorio nacional haciendo frente, sin gran éxito, al reto que lanzan a diario grupos bien armados y que ya le perdieron el respeto a la autoridad. No se trata, desde ningún punto de vista, de los herederos de Francisco I. Madero y sus jefes militares antirreeleccionistas o de Emiliano Zapata y sus agraristas, pero el "Chapo Guzmán", "Nacho Coronel", "El Azul", "El Jefe de Jefes", "La Barbie" y otros capos, ya son objeto de corridos y estudios, aunque no por justicieros sino simplemente por su habilidad para desafiar a los "federales", por su riqueza y la mucha sangre que han derramado.

SIMILITUDES Y DIFERENCIAS

El México de 1910 y 2010 se parecen en varios aspectos pero también difieren en muchos, aunque no tanto como sería de desear después de un siglo de supuesto progreso. Justo como los de 1910, quienes hoy desafían al orden establecido también han salido, a semejanza de Francisco Villa, de las márgenes de una sociedad oligárquica e injusta. Los ejércitos privados de los actuales capos de la droga se enfrentan a la autoridad con armas y recursos que vienen de Estados Unidos, como lo hicieron los rebeldes de hace cien años; los de entonces intercambiaban ganado, algodón o minerales por armas y vituallas y los de hoy intercambian droga por armas y dólares, muchos dólares. En 1910 la fuerza armada federal estaba apenas preparada para sofocar a rebeldes mal armados y muy localizados -en Tomochic, por ejemplo- pero no en todo el país. Algo no muy distinto sucede hoy: el Ejército actual pudo poner fin a las manifestaciones estudiantiles del 68 o del 71 o a la guerrilla rural en Guerrero, pero no al cultivo generalizado de marihuana y amapola o al trasiego de cocaína.

El Mapa de la Violencia

A partir de noviembre de 1910, y de acuerdo con los mapas mensuales de la insurrección maderista elaborados por Santiago Portilla en: Una sociedad en armas: insurrección antirreeleccionista en México, 1910-1911, (El Colegio de México, 1995), el régimen de Díaz enfrentó una rebelión que de estar inicialmente muy localizada en el norte, se extendió y para abril de 1911 ya abarcaba casi todas las regiones del país. Si ese mapa se compara con el publicado por Reforma el 8 de febrero del 2009, y donde aparecen los 353 municipios catalogados como los más peligrosos del país de acuerdo con la Secretaría de Seguridad y Protección, se tendrá la sensación de algo ya visto, pues los focos rojos están concentrados en el norte pero aparecen también en el centro y en sur, en la costa del Golfo lo mismo que en la del Pacífico y en la Península de Yucatán.

BAJAS

En la etapa inicial, la rebelión maderista no implicó grandes batallas. La decisiva, la de Ciudad Juárez, fue un enfrentamiento del 8 al 10 de mayo de 1911 entre los sitiados -alrededor de 500 federales al mando del general Juan J. Navarro- y poco más de dos mil rebeldes. Al final, las bajas federales fueron medio centenar. Hoy Ciudad Juárez es el escenario de un tercio de los asesinatos relacionados con el crimen organizado en México.

La violencia de intensidad relativamente baja a inicios de 1911 fue suficiente para poner el último clavo en el ataúd del régimen, pues pese a tener a su ejército casi intacto, Díaz decidió renunciar a la presidencia para evitar que se ahondara la incipiente guerra civil. Se supuso que acabando con la dictadura personal y saliendo Díaz y su círculo más cercano al exilio, se abriría un proceso electoral que daría la victoria y la legitimidad al maderismo, y México podría experimentar el cambio del equipo gobernante pero preservando lo esencial del viejo régimen que, después de todo, le había dado más de tres decenios de paz, es decir, la primera etapa de estabilidad desde que estallara la rebelión encabezada por Miguel Hidalgo. Hoy la situación es mucho más complicada.

Hace un siglo la estabilidad no volvió con la renuncia del dictador. Los miembros de las clases media y baja movilizados por Madero, no aceptaron tan dócilmente retornar a la obscuridad y dejar a la misma oligarquía a cargo del proceso político, o sea a decidir quién podía conseguir qué, cómo y cuándo. Por otro lado, esa oligarquía se mostró inquieta, enojada y asustada ante lo que juzgó la insolencia creciente de las "clases peligrosas". De mala gana la oligarquía había aceptado a Madero pero se negó a aceptar al maderismo popular, a contemporizar con personajes como Zapata o Pascual Orozco, a los que exigió que tratara como un auténtico "peligro para México". De ahí que finalmente esa élite porfirista optara por la salida radical: el golpe militar y el retorno de la "mano fuerte" que tomara la rienda de ese caballo que aún no aprendía la mansedumbre y que era el México profundo. Como todos sabemos, esa solución "fácil" resultó imposible y desembocó en una verdadera revolución.

LAS ÉLITES DIVIDIDAS

La dictadura porfirista se basó más en un consenso de las élites -regionales y nacionales- y menos en el poder del Ejército y del Cuerpo de Rurales. Fue el tema de las elecciones -la rotación de las élites en el poder- lo que acabó con ese consenso y llevó a que los descontentos, encabezados por Madero, invitaran a las "clases peligrosas" a dejar su papel de subordinados y entraran a jugar uno más activo. Un biógrafo de Madero, Stanley Ross, (Madero: apóstol de la democracia mexicana. Grijalbo, 1959) sostiene que en 1913 Madero había puesto fin a las rebeliones de militares del antiguo orden -las de Félix Díaz y Bernardo Reyes- y casi había logrado devolver a los "invitados" populares a su condición marginal -Orozco estaba derrotado, Zapata cercado y a la defensiva y Villa había perdido importancia. Pero la cerrazón, el miedo de la oligarquía y el imperialismo cerril del embajador norteamericano terminaron por descarrilar un proceso que ya iba camino a la consolidación.

¿Donde está el final de este túnel? La diferencia principal entre 1910 y la situación actual es que los rebeldes de hace cien años -al menos sus jefes- buscaban tomar directamente el poder, pero los narcos de hoy sólo quieren influir en ese poder. Su objetivo hoy no es el cambio de una situación injusta por otra mejor. No, simplemente buscan imponer condiciones para seguir llevando adelante un negocio que empezaron con gran modestia en los 1940 pero que hoy ya colocó al "Chapo Guzmán" entre los grandes millonarios del mundo.

ESTA DIFERENCIA ES CRUCIAL

En 1910 las armas buscaban "cambiar a México" y acabar con los obstáculos que le impedían alcanzar una etapa superior en su desarrollo histórico. Hoy, las armas sólo buscan que la economía ilegal construida por individuos inteligentes, audaces y sin escrúpulos, que han combinado la sangre y el fuego con la corrupción en gran escala, conviva con la economía legal construida por la oligarquía que surgió y creció con la Revolución Mexicana.

Para el grueso de los mexicanos la oferta de los narcos es simplemente inaceptable, pero el fin de la ola de violencia no se vislumbra rápido ni, menos, fácil. Recuperar el rumbo requiere lo que hace un siglo se intentó sin éxito: un acuerdo amplio entre representantes efectivos del grueso de los mexicanos -los de arriba, de abajo y del medio- para rehacer el entramado institucional y el pacto social mismo. Un acuerdo así pudo haberse logrado en el 2000, cuando la desconfianza era menor y la legitimidad mayor. Se trata de una tarea enorme y no hay, por ahora, quién la encabece y habrá que esperar hasta el 2012, puede que entonces se abra una nueva oportunidad, aunque el costo de la espera será exponencial.

RESUMEN

"En 1910 la violencia pudo haberse controlado en su etapa inicial, la de 2010 también, pero ese momento ya pasó, ahora sólo queda el camino más difícil: desmontar lo existente y empezar a construir algo realmente superior".

Comentarios