En su último manuscrito para un artículo periodístico, en vísperas de ingresar a terapia intensiva, Carlos Monsiváis escribió:
“Nada más lógico y, a su modo, más eficiente, que la estrategia de autoengaño del gobierno federal. No son los únicos, desde luego, en este laberinto de afirmaciones que parten de la irrealidad y se alojan en la realidad más profunda, aquella que habitan los manufactureros de la verdad”.
Era el 27 de marzo. Aún estaba reciente el homicidio de dos estudiantes del Tecnológico de Monterrey –la misma institución que entonces dirigía como rector Rafael Rangel Sostmann, recientemente “renunciado”–, y el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, volvió a recetar en una de sus carismáticas ruedas de prensa la explicación calderonista del “fuego cruzado”, que avalaba la tesis del “daño colateral” expuesta por el secretario de la Defensa, Guillermo Galván.
“No estoy ironizando –escribió Monsiváis. ¿Cómo puede explicarse de otra manera que el secretario de Gobernación hable de la línea de fuego en el combate en el Tec de Monterrey y que los estudiantes habían estado del lado bueno y por ello resultaron asesinados por los sicarios? No lo dice en serio como secretario de Gobernación. Lo dice, y muy en serio, como poder y lector del secretario de Gobernación”.
La mejor prueba de que los poderosos no leen o no les gusta asimilar lo que leen de Monsiváis respecto de sus propias palabras nos la acaba de recetar el mismo personaje. Fernando Gómez Mont, tan perspicaz como siempre, acaba de descubrir que el problema de la violencia en el país no es la violencia misma, sino el lenguaje utilizado por los medios.
En sintonía con su jefe, Felipe Calderón, quien publicó sendos desplegados dominicales y declamó en “cadena nacional” que si hay 22 mil muertos es porque su administración ha sido muy valiente y los narcos sólo se matan entre sí (esa especie de endogamia del crimen que exenta al Estado de la responsabilidad en función de la justicia), Gómez Mont declaró el pasado lunes 21, en Ixtapan de la Sal, que la violencia es heredada y que los medios no han contextualizado como debieran lo que está ocurriendo.
“Hay un falso debate entre contar y no contar historias –afirmó Gómez Mont. Reconozco la limitada capacidad para comunicar estrategias de seguridad. Tampoco vengo a pedir aplausos; no vengo a pedir que se callen, sino que contextualicen (El contexto es una manera de censura voluntariamente asumida, diría la R., me dicta Monsiváis desde el más acá). No les vengo a pedir que tapen la violencia, sino que cuando la cuenten la pongan en contexto.
“Desde antes de que el presidente Calderón asumiera el poder ya había violencia importante y sostenida; había procesos contenidos y cubiertos. El gobierno apostó por reconstruir las instituciones, porque la democracia no le heredó al país cuerpos confiables de seguridad”.
La última frase es un prodigio. Una perla de Por mi Madre, Bohemios. “La democracia no le heredó cuerpos confiables de seguridad”, resuena el reclamo de Gómez Mont. Si es así, entonces, para contextualizar, hay que decir que ante cada masacre, ante cada “fuego cruzado”, ante todos los “daños colaterales”, ante las confusiones de policías nerviosos o de militares enviados a una guerra sin estrategia, que el gobierno federal es heroico porque está construyendo democracia.
Por estas mismas razones, en las últimas entregas de Por mi Madre, Bohemios, Monsiváis me decía sin ningún dejo de ironía: “vamos hacia el facismo”. Y no le faltaba razón: veía venir la ceremonia de lavado de manos frente a la tragedia de la guardería ABC; la paramilitarización del discurso oficial (tan bien representada por Genaro García Luna), y lo que hoy se convierte, a pesar del enorme distractor del Mundial de Futbol Sudáfrica 2010, en una realidad apabullante: el calderonismo continuó con la polarización social que inició en 2006, cuando decidió decretar que ellos nos salvarían de un “peligro para México”. Y el peligro son ellos.
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