Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Sólo tres certezas dejan en el caletre declaraciones formuladas en días recientes. No es la oposición política y a la vista la que disputa el poder al gobierno constitucionalmente elegido, sino la delincuencia organizada; el país estaría ya inmerso en una guerra interna y, el Comando Norte tiene más y mejor información sobre la seguridad nacional mexicana, que las instituciones autóctonas creadas ex profeso.
Con el aserto anterior pareciera que ayer equivoqué mis observaciones sobre la capacidad de la delincuencia organizada para disputarle espacio y poder político al gobierno legítimo. Lo importante es tener la capacidad de información adecuada y oportuna para determinar quiénes son los titiriteros de los barones de la droga, porque éstos carecen de servicios de inteligencia adecuados para saber lo que está en juego: la viabilidad de México como nación, o la extraña y mezquina opción de optar por el camino legal e histórico para convertir al país en Estado asociado.
Los poderes fácticos locales que son los que hoy ningunean en México, debieran meditar con detenimiento y seriedad con quién quedarán alineados para rascarse mutuamente la espalda, pues de ser cierta la afirmación de Edgardo Buscaglia, asesor de la ONU para el combate al crimen organizado, la nación, la patria va camino de convertirse en Afganistán de manera acelerada, pues existen 982 espacios territoriales en los cuales los cárteles han desestabilizado o capturado a los gobiernos municipales, o como sucede con pozos petroleros a los cuales PEMEX parece no tener acceso, o como quieren atemorizar con el asesinato de Rodolfo Torre Cantú, candidato del PRI al gobierno de Tamaulipas. Los talibanes tienen proyecto religioso e ideológico, los cárteles no, pero así los necesitan quienes están detrás de ellos. Este es el riesgo.
Además, seguramente con cifras e información obtenida de los narcotraficantes detenidos y torturados como lo hacen en la cárcel de Guantánamo, el Comando Norte de Estados Unidos, por voz de James Winnefeld Jr., informa que desde hace 24 meses el Ejército de su país envía al nuestro 20 equipos integrados por cinco militares cada uno, para entrenar a las contrapartes mexicanas en el combate contrainsurgente, con la idea de que el enemigo vive entre civiles, dejó de ser ajeno a los intereses del país…
¿Por qué los extranjeros tienen acceso a esa información, y carecen de ella los analistas nacionales? ¿Cómo puede contextualizarse ese conocimiento, de acuerdo a las aspiraciones del secretario Fernando Gómez Mont, si nos enteramos mal y tarde de lo que ocurre en el país? Por ejemplo, esa aseveración de que el enemigo que amenaza la estabilidad de México, que apuesta a convertirlo en Estado fallido, no es externo, no la compro, porque ha sido abundantemente documentada la presencia de kaibiles y “maras” entre los más feroces de los sicarios de los cárteles. Lo desconocido es su número y la nacionalidad de los muertos en esta guerra.
¿Por qué la insistencia en conocer su nacionalidad? Muy sencillo, saberla es la diferencia entre posiblemente hallarnos ya inmersos en una guerra civil, en una insurgencia imposible de reconocer desde el gobierno, o apechugar con el reconocimiento de que en este combate a la delincuencia organizada operan intereses ajenos a los nacionales y es, casi, una guerra de intervención, pues los mercenarios que se ocupan de lo cruento del asunto son importados de diversas naciones centroamericanas e, incluso, quizá también del barrio Logan.
No es sencillo entonces el panorama de la seguridad nacional y la seguridad interna de México, por lo que el gobierno no sólo debiera actuar con cautela, sino también recomendar a sus diversos voceros agarrar al vuelo la oportunidad de cerrar la boca y no acusar de tontos útiles a quienes sí pueden estar viendo por los intereses del país, y no velar por los intereses del Imperio, de los poderes fácticos y por los de los verdaderos, auténticos patrones de los cárteles.
Apunta ese gurú surgido de la inteligencia rechazada por la Guerra Civil española: “Y como en los ritos orgiásticos, la lenta angustia se resolvía en un instante de epilepsia; la larga humillación en un instante de sentirse fuera de sí, en un éxtasis invertido, hundimiento de la persona en un paroxismo. Así llegaba hasta la masa la abdicación de los que piensan y aun de los que en verdad deben conducir a un pueblo hasta el nivel de la persona humana.
“Y en lugar del pan de cada día, la droga que por un instante convierte al desposeído en dueño de todo, hasta del pasado, de la totalidad del tiempo. Se hace del desposeído un poseso.
“Y estos instantes absolutos tan fugaces habían de sostenerse en un último absoluto: la muerte. El vértigo de la caída se detenía sólo en ella. Y ella era el 'fundamento' último, el punto de recurrencia, fin que estaba desde el principio: la hechicera. Para seguir viviendo así había que morir y que matar. Poseídos por la muerte afirmaban los valores 'vitales'…
Por ello aquí se grita: ¡La calavera me pela los dientes!, o se venera a esa señora que los barones de la droga adoran, para que todo se olvide o, al menos, sea olvidable.
Sólo tres certezas dejan en el caletre declaraciones formuladas en días recientes. No es la oposición política y a la vista la que disputa el poder al gobierno constitucionalmente elegido, sino la delincuencia organizada; el país estaría ya inmerso en una guerra interna y, el Comando Norte tiene más y mejor información sobre la seguridad nacional mexicana, que las instituciones autóctonas creadas ex profeso.
Con el aserto anterior pareciera que ayer equivoqué mis observaciones sobre la capacidad de la delincuencia organizada para disputarle espacio y poder político al gobierno legítimo. Lo importante es tener la capacidad de información adecuada y oportuna para determinar quiénes son los titiriteros de los barones de la droga, porque éstos carecen de servicios de inteligencia adecuados para saber lo que está en juego: la viabilidad de México como nación, o la extraña y mezquina opción de optar por el camino legal e histórico para convertir al país en Estado asociado.
Los poderes fácticos locales que son los que hoy ningunean en México, debieran meditar con detenimiento y seriedad con quién quedarán alineados para rascarse mutuamente la espalda, pues de ser cierta la afirmación de Edgardo Buscaglia, asesor de la ONU para el combate al crimen organizado, la nación, la patria va camino de convertirse en Afganistán de manera acelerada, pues existen 982 espacios territoriales en los cuales los cárteles han desestabilizado o capturado a los gobiernos municipales, o como sucede con pozos petroleros a los cuales PEMEX parece no tener acceso, o como quieren atemorizar con el asesinato de Rodolfo Torre Cantú, candidato del PRI al gobierno de Tamaulipas. Los talibanes tienen proyecto religioso e ideológico, los cárteles no, pero así los necesitan quienes están detrás de ellos. Este es el riesgo.
Además, seguramente con cifras e información obtenida de los narcotraficantes detenidos y torturados como lo hacen en la cárcel de Guantánamo, el Comando Norte de Estados Unidos, por voz de James Winnefeld Jr., informa que desde hace 24 meses el Ejército de su país envía al nuestro 20 equipos integrados por cinco militares cada uno, para entrenar a las contrapartes mexicanas en el combate contrainsurgente, con la idea de que el enemigo vive entre civiles, dejó de ser ajeno a los intereses del país…
¿Por qué los extranjeros tienen acceso a esa información, y carecen de ella los analistas nacionales? ¿Cómo puede contextualizarse ese conocimiento, de acuerdo a las aspiraciones del secretario Fernando Gómez Mont, si nos enteramos mal y tarde de lo que ocurre en el país? Por ejemplo, esa aseveración de que el enemigo que amenaza la estabilidad de México, que apuesta a convertirlo en Estado fallido, no es externo, no la compro, porque ha sido abundantemente documentada la presencia de kaibiles y “maras” entre los más feroces de los sicarios de los cárteles. Lo desconocido es su número y la nacionalidad de los muertos en esta guerra.
¿Por qué la insistencia en conocer su nacionalidad? Muy sencillo, saberla es la diferencia entre posiblemente hallarnos ya inmersos en una guerra civil, en una insurgencia imposible de reconocer desde el gobierno, o apechugar con el reconocimiento de que en este combate a la delincuencia organizada operan intereses ajenos a los nacionales y es, casi, una guerra de intervención, pues los mercenarios que se ocupan de lo cruento del asunto son importados de diversas naciones centroamericanas e, incluso, quizá también del barrio Logan.
No es sencillo entonces el panorama de la seguridad nacional y la seguridad interna de México, por lo que el gobierno no sólo debiera actuar con cautela, sino también recomendar a sus diversos voceros agarrar al vuelo la oportunidad de cerrar la boca y no acusar de tontos útiles a quienes sí pueden estar viendo por los intereses del país, y no velar por los intereses del Imperio, de los poderes fácticos y por los de los verdaderos, auténticos patrones de los cárteles.
Apunta ese gurú surgido de la inteligencia rechazada por la Guerra Civil española: “Y como en los ritos orgiásticos, la lenta angustia se resolvía en un instante de epilepsia; la larga humillación en un instante de sentirse fuera de sí, en un éxtasis invertido, hundimiento de la persona en un paroxismo. Así llegaba hasta la masa la abdicación de los que piensan y aun de los que en verdad deben conducir a un pueblo hasta el nivel de la persona humana.
“Y en lugar del pan de cada día, la droga que por un instante convierte al desposeído en dueño de todo, hasta del pasado, de la totalidad del tiempo. Se hace del desposeído un poseso.
“Y estos instantes absolutos tan fugaces habían de sostenerse en un último absoluto: la muerte. El vértigo de la caída se detenía sólo en ella. Y ella era el 'fundamento' último, el punto de recurrencia, fin que estaba desde el principio: la hechicera. Para seguir viviendo así había que morir y que matar. Poseídos por la muerte afirmaban los valores 'vitales'…
Por ello aquí se grita: ¡La calavera me pela los dientes!, o se venera a esa señora que los barones de la droga adoran, para que todo se olvide o, al menos, sea olvidable.
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