Ataques de pánico

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

Hay una alarma generalizada en los medios por la ola de violencia durante el fin de semana. La llaman “sin precedente”, y la transmisión de mensajes en forma lineal y mecánica lleva a diagnósticos y conclusiones que inyectan altas dosis de adrenalina al miedo nacional, que contribuyen a provocar una distorsión de la realidad. Sin minimizar el fenómeno en sí mismo, la ola no es inédita ni fue la jornada más violenta de los tres últimos años. Los medios no se percataron de olas anteriores y fueron sorprendidos. Cuidado. Hay que ubicar la violencia en su justa dimensión para entenderla sin que a todos agarre un ataque de pánico.

Esta ola de violencia es recurrente en este mes del año. Si uno grafica las olas de ejecuciones de los tres últimos años, podrá ver que junio es un mes donde crece inexplicablemente la violencia en varias regiones del país, y en julio empieza la curva descendente de manera también inexplicable. Las matanzas tampoco son nuevas. En la primavera de 2008 cuando inició la guerra dentro de la fragmentada La Federación, que aglutinaba a todos los cárteles salvo Tijuana y El Golfo-Los Zetas, hubo asesinatos en ranchos de Sinaloa de hasta 60 muertos por noche. En Durango, hay matanzas de más de 30 personas por suceso que son comunes no sólo en estos años de guerra contra el narcotráfico, sino en años previos.

Es decir, la violencia en México no es un producto de la delincuencia organizada, sino subproducto de un fenómeno nacional que se acentúa en aquellas regiones donde se disputan territorios, ya sea por la tenencia de la tierra –como en el sur mexicano-, como por poder político y económico –como en el norte del país-. La geografía de la violencia del fin de semana tampoco refleja un cambio del patrón mantenido durante los tres últimos años. De los 111 muertos se dieron estos días, 74 fueron en Chihuahua y Tamaulipas. En Chihuahua, Sinaloa y Guerrero -donde también hubo muertos- es donde se registró el 53% de las ejecuciones entre diciembre de 2006 y diciembre de 2009.

Casi dos terceras partes de la violencia se genera en nueve estados, Baja California, Chihuahua, Coahuila, Durango, Guerrero, Michoacán, Sinaloa, Sonora y Tamaulipas, y la mitad de ella únicamente en 12 municipios, que en orden de violencia son: Juárez, Culiacán, Tijuana, Chihuahua, Gómez Palacio, Acapulco, Nogales, Navolato, Durango, Torreón, Mazatlán y Morelia. Los números comienzan a tener su verdadera dimensión y profundidad cuando se desagregan. Por ejemplo, 3 de cada 7 ejecuciones en el país tuvo lugar en Ciudad Juárez durante los dos últimos años.

El fenómeno tiene una explicación. Al fracturarse La Federación, los cárteles se realinearon y se abrieron nuevos campos de batalla. La Federación perdió al Cártel de Juárez, que permaneció al lado del Cártel de los Hermanos Beltrán Leyva, cuyo líder Arturo fue quien rompió con sus viejos socios, Ismael “El Mayo” Zambada y Joaquín “El Chapo” Guzmán, por considerar que traicionaron a su hermano Alfredo, en la cárcel desde enero de 2008.

Esa ruptura convirtió a Ciudad Juárez en territorio en disputa. Por ahí cruza el 70% de la cocaína a Estados Unidos, y la ruta comienza en Gómez Palacio-Torreón, lo que explica la violencia en algunas colonias de esas ciudades hermanas. La ruta estaba bajo control de La Federación, que al quebrarse, quedó bajo disputa entre los cárteles de Sinaloa y Juárez. Ese pleito también se refleja en Navolato, la tierra del jefe del Cártel de Juárez, Vicente Carrillo Fuentes, cuya sociedad con los Beltrán Leyva es parte del mapa del crimen en Culiacán, Mazatlán y Nogales, donde se enfrentan con Zambada y Guzmán.

Tijuana es menos violenta hoy en día porque Zambada ganó la guerra al Cártel de Tijuana, y los marginó. Las ejecuciones en Guerrero y el sur de Tamaulipas se entienden porque los sicarios de Sinaloa, aliados con el Cártel de El Golfo, están en proceso de expulsar de ese territorio a Los Zetas. Estos dos fueron aliados por más de un lustro, pero en la recomposición de los cárteles este año, se dividieron. Esta lucha también provoca la violencia en Nuevo León y en Veracruz, y probablemente se irá corriendo hacia Coahuila, Veracruz, y más adelante a Campeche y Tabasco.

Las ejecuciones en Michoacán, el estado de México y el Distrito Federal están vinculados a los ajustes de cuentas de La Familia contra sus fundadores Los Zetas. La Familia está hoy en día asociada a Sinaloa y al Cártel del Golfo. La dinámica de estos conflictos explica la única anomalía aparente de las muertes del fin de semana, las 29 que se dieron en Tepic, Nayarit. La razón es que el círculo interno de guardaespaldas de Arturo Beltrán Leyva era nayarita, y cuando murió y comenzó la persecución de su jefe de sicarios, Édgar Valdés Villarreal, “La Barbie”, se fue a Tepic por resguardo.

Cuando se estudia más a fondo el fenómeno de la violencia se puede entender que el mensaje gubernamental no es falso, sino pésimamente explicado. Pero al mismo tiempo, lo desdobla a otras dimensiones. Por ejemplo, qué ha sucedido con el entramado institucional en esos estados y esos municipios, que está desmantelado. Y en el campo federal, el número de muertos cada vez más jóvenes obliga a preguntar qué ha hecho el gobierno en materia de políticas públicas, ya que los cárteles están encontrando fácilmente reclutas entre aquellos que no tienen posibilidades de estudio ni opciones laborales.

No es la violencia lo que más debe alterar, sino su causa. La versión del gobierno que se debe a que rompió las redes de distribución y comercialización de los cárteles, con lo cual se quedaron sin dinero y propició la guerra entre ellos, es cierta, pero no se atomizaron como creían. Mostraron tener una enorme capacidad y velocidad para reinventarse, y encontraron el lado débil de la estrategia gubernamental, que al no resolver problemas estructurales en materia educativa y laboral, ni desarrollar políticas públicas de recuperación ciudadana de espacios, abandonaron a una masa de jóvenes dispuestos a morirse en pocos años a cambio de vivirlos plenamente. Eso sí es para que nos agarre el pánico, pues lo que nos dibuja es una guerra que no tendrá fin.

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