Política electoral

Arnaldo Córdova

Como suele suceder en México, apenas se inician las campañas electorales rápidamente se convierten en basureros inmundos en los que se van acumulando hechos que empiezan siendo lúgubres y acaban siendo, francamente, siniestros. La ausencia de una verdadera civilidad nos lleva a la campaña del escándalo y ésta se convierte, sin que se perciba en el momento, en una auténtica guerra sucia. Ni los partidos políticos ni los mismos ciudadanos están acostumbrados al debate político, aquél a través del cual se discuten ideas de gobierno, propuestas programáticas y, desde luego, un análisis claro y abierto de la situación nacional y sus grandes problemas.

Los priístas parecen ir en caballo de hacienda. Nadie parece siquiera acercárseles en sus hipotéticas posibilidades de triunfo. Beatriz Paredes va por todos los estados en campaña anunciando el inevitable triunfo de los candidatos priístas y mofándose de las evidentes miserias de sus oponentes, sobre todo de las coaliciones de perredistas y panistas. Parece tan imponente el paso arrollador del PRI que no hay encuesta más o menos confiable que no les dé el triunfo en todos lados. Saben bien que su poder ya no depende de sus antiguos sectores de masas, campesino, obrero y popular, porque éstos ya poco sirven para ello. Su poder está en los gobernadores priístas, que Fox supo refaccionar en abundancia para obtener su apoyo. Ellos son los que hacen del PRI una maquinaria de verdad imponente.

La mayoría de los estados en los que habrá elecciones el próximo mes está gobernada por priístas. De ahí su triunfalismo y muy justificado. Ellos hubieran preferido que cada partido opositor marchara por su cuenta. La verdad es que el asunto de las coaliciones les mete ruido en la oreja. Yo no veo en eso un lado positivo de las famosas coaliciones. Para mí, no tiene sentido sólo espantar al PRI, pues esas alianzas están envenenadas desde su raíz. Pero los priístas van perdiendo su aplomo donde sienten que se les está compitiendo con fuerza, por ejemplo, en Oaxaca, en Quintana Roo, en Sinaloa y en Durango. No creo que allí las coaliciones vayan a ganar, pero a los priístas los traen preocupados.

El PAN es un partido que luce derrotado desde las elecciones del año pasado. El suyo es un síndrome que será incurable por un buen tiempo. Perder elecciones no es para ningún partido una tragedia; pero sí lo es para un partido gobernante que, además, sabe que ha gobernado muy mal y, por lo menos, todo mundo se lo está reclamando. Los panistas nunca han sido buenos políticos. Fernández de Cevallos, puede decirse que lo fue. Pero yo me atrevería a decir que, simplemente, fue un hombre sin escrúpulos que estuvo siempre dispuesto a vender su alma al diablo y encontró en Salinas a quien lo catapultara como un político exitoso. Cuando ya no le sirvió a nadie, simple y sencillamente lo dejaron caer.

Los panistas, además, son muy dados a padecer otro mal, el síndrome de Jeremías. Se la pasan chillando por todo y siempre se llaman injustamente incomprendidos cuando hacen sus burradas, sobre todo, cuando gobiernan. Se sienten traicionados por esos pillos de priístas que los dejaron con un palmo de narices en las iniciativas de su presidente que no apoyaron en el Congreso o que les modificaron hasta hacerles perder su intención y su sentido. Y parecen no entender por qué sus aliados históricos, los priístas, les dieron tan grandes palizas en las elecciones de 2009. Por eso también resultan ser malos políticos, por tontos.

Pienso que los panistas, después de sus fracasos electorales y legislativos (con iniciativas tan pésimamente planteadas), se sintieron como pudieron haberse sentido los priístas después de su derrota de 2000: unos huerfanitos a los que papá los había dejado solos en el mundo. Muchas veces oí a panistas hablar pestes de una posible alianza con las izquierdas y, en particular, con el PRD. Era, para ellos, como aliarse con el diablo. Eso los priístas (y Fernández de Cevallos) sí lo han sabido hacer. Para ellos era, hasta hace poco, como unir el agua y el aceite y así lo dijeron tantísimas ocasiones. La izquierda, simplemente, era la representación del demonio.

Los chuchos recorrieron el mismo camino, pero mucho más fácilmente, porque carecen de escrúpulos ideológicos o principistas. En ese camino encontraron a un hombre que siempre se ha sentido como un consumado centrista, vale decir, el que lo puede ver todo, porque se sitúa en ese centro que le permite estar a un paso de los extremos (de izquierda y de derecha) y que ha hecho de las coaliciones su religión particular. En 1980 coincidimos Manuel Camacho y yo en una reunión en La Moncloa con el presidente español Adolfo Suárez. Pude ver a Manolo verdaderamente entusiasmado con el político de Ávila. Lo trató como si fuera un héroe: Ésta, le dijo, es su azaña. Usted es el autor material de esta unificación de España en la democracia.

Desde hace varios años, Camacho ha estado interviniendo activamente en los arreglos cupulares del PRD y no sé a qué título, pues él mismo me ha dicho siempre que no es miembro de ese partido. La mercancía que siempre ha ofrecido ha sido la de la unidad pragmática por sobre principios que sólo dividen; tengo a la vista algunos de sus escritos de los años setenta en los que pregonaba la conciliación y el arreglo como modo de hacer política, sin importar posiciones ideológicas engorrosas. Entonces era miembro del PRI y pretendía, como lo dije hace poco aquí mismo, ser ideólogo de ese partido. Camacho sólo así entiende la política. No como lucha de contrarios, sino como arreglo de diferencias. No está mal, en abstracto, pero no se puede olvidar que la política es también y, ante todo, lucha.

Bien refaccionados por Camacho, los chuchos le lanzaron el anzuelo a los panistas y éstos, desesperados y derrotados como estaban, lo mordieron gustosamente. De ahí surgieron las coaliciones perrepánicas, un fenómeno de verdad peculiar y absurdo. Y hay que ver qué candidatos se han escogido: en Oaxaca, Puebla, Sinaloa, Durango, priístas disidentes; en Hidalgo, una colaboradora de Fox que no da color. Los panistas deben haber sabido que la PGR iba por el Greg y, ahí, dijeron que no jugaban. De esas alianzas no podían salir unos candidatos que se identificaran con las mismas y se recurrió a priístas. El PRI sigue siendo el semillero de candidatos para la derecha y para el PRD.

Ya he dicho por qué no estoy de acuerdo con esas coaliciones y debo repetirlo. Sigo pensando que las alianzas deben ser programáticas o son sólo pragmáticas. Es aburrido, ya lo sé, pero derrotar al caciquismo priísta en los estados será obra de una movilización popular por principios programáticos y eso no aparece en estas coaliciones. No me mueve el hecho de que el PAN nos haya robado las elecciones de 2006. Sólo que no veo ninguna coherencia en ese tipo de alianzas que, además de perder, van a dar la peor imagen para la izquierda en el futuro.

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