El escritor Carlos Monsiváis falleció el sabado, por insuficiencia respiratoria, a la 1:48 p.m. en el área de terapia intensiva del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición "Salvador Zubirán", al que había ingresado el 2 de abril. Tenía 72 años.
De acuerdo con su amigo Jenaro Villamil, en los últimos días Monsiváis se mantuvo luchando entre la vida y la muerte.
El cronista, nacido el 4 de mayo de 1938, recibió un homenaje de cuerpo presente esa noche en el Museo de la Ciudad de México.
"Yo ya extraño a mi hermano, a mi amigo. Siempre estuvo conmigo. Trabajamos muchas veces juntos: durante el terremoto, en Chiapas... Se extrañará al Monsiváis humanista, el de todos los días, pero también al Monsiváis del gran sentido del humor", dijo la escritora Elena Poniatowska.
Su muerte, después de un silencio de 79 días y cuando México no se reponía aún de la muerte de José Saramago, ha cimbrado al medio cultural mexicano. Falta saber cómo impactará a la sociedad civil. "No concibo un México sin Carlos Monsiváis", ha dicho José Emilio Pacheco. Pero tal vez los movimientos sociales en resistencia prefieran pensar como Carlos Fuentes: Con su muerte, su obra se hará eterna.
En tanto, en un comunicado, el presidente Felipe Calderón señaló: "Su obra literaria y periodística es referencia fundamental para comprender la riqueza y diversidad cultural de México. Su obra se caracterizó por su agudo y bien informado sentido crítico".
Un quijote de la izquierda
El 68 fue una marca en la conciencia de Carlos Monsiváis. No fue testigo de la matanza en la Plaza de las Tres Culturas, pero absorbió el pánico y la angustia, y supo que no podría hacerse justicia mientras hubiera impunidad.
En los meses que antecedieron al 2 de octubre, Monsiváis fue una de las voces críticas que condenó la violencia del gobierno desde las páginas del suplemento La Cultura en México de Novedades. A sus 30 años, era un ser "candoroso" que le gritaba represor al Presidente Gustavo Díaz Ordaz sin temor a las consecuencias. No imaginaba una masacre. El 68 le produjo una depresión profunda y un hambre por saber más de la lucha de aquellos jóvenes.
"Me gustaría encontrar", decía, "el documento de las ilusiones, las esperanzas, el heroísmo, el sentimiento épico de esos jóvenes".
Dedicó al tema las crónicas de Días de guardar, los dos volúmenes de Parte de guerra junto a Julio Scherer García, y en 2008, El 68, la tradición de la resistencia. Después de asistir a cientos de reuniones con los estudiantes, de firmar decenas de manifiestos, Monsiváis llegó aquel día tarde a Tlatelolco, y alcanzó a ver desde la orilla un hecho definitivo en la historia del país.
Para Monsiváis, el 68 se convirtió en punto de referencia. Un símbolo del combate al autoritarismo y la defensa de los derechos humanos, un paso hacia la utopía de un nuevo orden social, basado en decisiones éticas y acciones morales. Un paso siempre en suspenso por la falta de castigo a los verdugos.
El arma más poderosa de Monsiváis es su crítica permeada de ironía, su temible humor, su condición de "payaso sabio", en palabras de Linda Egan, su biógrafa. "Monsiváis es", según José Joaquín Blanco, "el primer escritor libre del México moderno, el primero que empieza a tomarse las grandes libertades y a decir las grandes barbaridades".
Desde su posición de outsider, forja su naturaleza disidente. Vive en la misma casa donde creció en la Portales, trabaja en su estudio-biblioteca, y defiende su independencia: no tiene jefes y nadie lo supervisa.
Sus colaboraciones periodísticas no merman su autonomía. En suma, va por la libre. En Los periodistas, Vicente Leñero recuerda al entonces editorialista de Excélsior lamentándose por su lentitud al escribir. Es por eso que muchos sábados no aparecen en la página siete, arriba a la izquierda, sus artículos. Retrata a un Monsiváis varado en el camino, revisando sus palabras, alguien que se puede dar el lujo de no entregar a tiempo. No pasa nada; su espacio sigue abierto.
Por propio derecho, apunta Jorge Volpi en La imaginación y el poder, Monsiváis es el "intelectual prototipo", un caso insólito en el País, alguien cuya única actividad es opinar. "Su obra personal apenas existe, o más bien se concentra en todo aquello sobre lo que opina".
Un intelectual que, antes de volverse conciencia omnipresente, enfrentó --¿y venció?-- a sus demonios. En una carta enviada a Elena Poniatowska en 1971, citada por Egan en Carlos Monsiváis, el escritor le confiesa que el problema de mantener una actitud crítica, disidente, es la "lucha contra la locura".
"Es una de mis angustias permanentes, la búsqueda de la razón de mi razón".
Intelectual de izquierda, opositor histórico del PRI y el establishment político, rudo militante del laicismo. Monsiváis ha sido también un periodista activo, alguien que toma partido, un "voyeurista social" que no se limita a observar.
A Sergio Pitol lo conoce en 1954, con 16 años, en un comité universitario de solidaridad con Guatemala. Un año antes fue a su primera marcha, contra la ejecución de los esposos Julius y Ethel Rosenberg, acusados de espionaje en Estados Unidos. En 1961, participa con José Revueltas, Benita Galeana y José Emilio Pacheco en una huelga de hambre de 62 horas en protesta por la violencia ejercida contra los ferrocarrileros.
Crítico de marxistas y socialistas, de los regímenes de Fidel Castro y Hugo Chávez, Monsiváis se ha mantenido fiel a los valores liberales de la izquierda, escribe Egan.
Estuvo en los orígenes del PRD y aplaudió la elección de Cuauhtémoc Cárdenas como Jefe de Gobierno de la Ciudad de México. Amigo de Andrés Manuel López Obrador, apoyó su candidatura a la Presidencia en 2006, pero criticó los bloqueos en Reforma tras las elecciones. Sin restarle confianza a la izquierda, "indispensable" para el País, lamentó la crisis del partido y su pérdida de autoridad moral, que atribuía a la dirigencia de Jesús Ortega.
Ha exhibido la impunidad, el autoritarismo y la hipocresía, con una visión negra que, según su biógrafa, denota "un optimismo inextinguible", siempre a la espera de un mejor futuro, del fin de la desigualdad económica y el avance democrático. "A fin de cuentas, la crítica tiene sentido sólo si está alimentada por la esperanza del cambio", señala Egan.
Monsiváis acuñó el término de sociedad civil para definir a la masa solidaria surgida tras el terremoto de 1985. Veterano de las causas perdidas, su primer golpe fue la derrota de los republicanos en la Guerra Civil española.
Quijote posmoderno, defendió los derechos indígenas y de las minorías sexuales, la despenalización del aborto, y como gatófilo irredento, los derechos de los animales.
Abogó por la tolerancia y rechazó la injusticia, el machismo, el racismo, el fanatismo. En 1994, mantuvo su distancia con el EZLN: al tiempo que reconocía postulados como la urgencia del cambio y la denuncia de los agravios históricos sufridos por los indígenas, se distanció de lo que llamaba la "mística de la muerte digna", en la que veía ecos de un "cristianismo sacrificial".
En 1998, al cumplir 70 años, numerosas voces se unieron en estas páginas para festejar a Monsiváis, voces de políticos, artistas, escritores, deportistas, que confirmaron su fama pública. Le dieron las gracias, lo llamaron gurú, maestro, le desearon larga vida.
Un cronista no lo es sin los otros. Lo sabía Monsiváis. A este "hombre brillante, genial", decía el Fisgón, "sólo le falta un país que lo entienda". Quizá lo encontró. Por eso son tantos los que desde ahora comienzan a extrañar su voz.
Las obsesiones de un coleccionista
En su primera expedición al mercado de La Lagunilla, en 1968, Carlos Monsiváis regresó con un ejemplar antiguo de La familia Burrón, cuando nadie pensaba que la tira de Gabriel Vargas fuera coleccionable.
Al anarquista español Ricardo Mestre le compró por una cantidad ridícula y a plazos un conjunto de 15 litografías y caricaturas de Miguel Covarrubias... y a partir de entonces ya no pudo parar de comprar.
"Un coleccionista odia y respeta a los aquejados por el mismo mal, y no descansa hasta asegurarse de su infelicidad. Su verdadera recompensa es la tortura de precisar lo que aún no consigue", decía el cronista.
A Monsiváis se le podía encontrar los sábados en la Plaza del Ángel, en compañía del caricaturista Rafael Barajas El Fisgón, y los domingos en La Lagunilla para hacer crecer su colección que terminó por desbordar su casa en Portales.
Acumuló a lo largo de 40 años estampas, postales, partituras, piezas de los artesanos Teresa Nava, Susana y Teodoro Torres, y Roberto Ruiz, fotografías, juguetes populares, álbumes, calendarios, cómics, periódicos, cuadernos y recetarios...
"Una vez que las compraba (esas curiosidades), no las volvía a ver", confesó en la inauguración del Museo del Estanquillo el 22 de noviembre de 2006, en los altos de la antigua joyería La Esmeralda, en el cruce de Madero con Isabel la Católica.
Ahí trasladó su colección de más de 12 mil piezas reunidas a lo largo de 40 años de minuciosa acumulación...
"Si quieren que confiese que soy fetichista, lo soy", admitió al recibir en donación para El Estanquillo el escritorio de José Vasconcelos.
Al trasladar su colección al Estanquillo, su casa no se quedó vacía, nunca aceptó que salieran sus más de 30 mil libros: "Ahí sí, sobre mi cadáver".
La vida de un coleccionista es el llanto por lo que no consigue y la insatisfacción por lo que tiene", dijo Monsiváis en una ocasión.
Sólo Carlos Monsiváis ha sido capaz de escribir la biografía de Carlos Monsiváis, pero lo hizo en 1966, cuando apenas tenía un libro publicado, 28 años y no conocía Europa. Salvo la edad a la que murió, 72 años, nadie puede precisar los totales de su vida. Ni el de sus crónicas escritas ni el número de los libros en su biblioteca ni el de sus colecciones. Carlos Monsiváis perteneció a esa estirpe de escritores que se vuelven leyenda, mito, mucho antes de su muerte. Su presencia fue infinita, y esa, también, es la medida de su pérdida.
"Nadie puede responder a la pregunta de quién es Carlos Monsiváis", afirmó en 2006 su amigo más antiguo, José Emilio Pacheco, aunque algunos ya lo habían intentado. Octavio Paz: "Es un nuevo género literario". Adolfo Castañón: "Es una agencia de noticias". Sergio Pitol: "Es un hombre llamado legión". Raquel Tibol: "Es imprescindible, igual que Dios".
"Soy un clon de mí mismo", dijo en 1997, con su ironía cotidiana, el autor de Días de guardar. Un clon que, como Dios o como el diablo, estaba y no estaba en todas partes. El 21 de agosto de 2003 no estuvo en la Sala Manuel M. Ponce. "México está en una crisis de abasto. Se ha quedado sin clones de Monsiváis", dijo entonces el editor Jorge Herralde.
Monsiváis, la agencia de información, era el escritor más conocido en México, y sin embargo durante más de dos meses, desde el 2 de abril cuando fue internado por una fibrosis pulmonar, su salud fue un misterio de tres palabras: "Grave pero estable". Lo siguiente que se supo fue que había muerto.
Decir que Carlos Monsiváis era la conciencia crítica de un país a la deriva, se convirtió en un lugar común que no por eso era mentira. Monsiváis lo confirmó, por ejemplo, cuando al recibir el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2005 les espetó a los funcionarios del PAN: "Aunque en el sigilo obtenga sus victorias administrativas, el fundamentalismo de la derecha ha perdido en México una tras otra las batallas culturales".
Mordaz, certero, implacable en contra de los voraces poderes económicos y de la cultura más homófoba, racista, dogmática y conservadora, se presentaba como periodista, y no como cinéfilo, coleccionista, crítico social, militante de causas perdidas, amante de los gatos, ganador de premios --del Anagrama de Ensayo en 2000 al doctorado "Honoris Causas Perdidas" en 2008--, extra en películas y telenovelas o el cronista de todo lo que se moviera sobre la tierra.
En 2006 le preguntaron de qué no había escrito. "De toros no hablaré nunca", respondió. "Si la actividad de su máquina de escribir se transformara en electricidad, Monsiváis podría iluminar una ciudad de buen tamaño", señaló Juan Villoro.
La Biblioteca Nacional tiene registro de 234 documentos de él o sobre él, de la traducción que hizo en 1966 de Los Archivos secretos de James Bond al prólogo a los comunicados del EZLN, en 1955, a sus ensayos de Aires de familia.
Pero antes, en su autobiografía, Carlos Pascual Aceves Monsiváis, Monsi, para quienes lo querían, se presentaba como el niño, hijo único, precoz, protestante que nació el 4 de mayo de 1938 en La Merced, como un lector memorioso de la Biblia y de los cómics y que prefirió tener currículum a tener infancia. En el principio de Monsiváis estuvo el Verbo y después la lectura, la militancia política, la izquierda, lo marginal, el sentido del humor.
En adelante sería, ya viviendo en la Portales, el niño libresco e irónico que a los ocho años leyó a Homero y a Virgilio. Después de su autobiografía los rastros de su vida personal se pierden. Su vida sólo puede ser descrita en un cúmulo de voces, como en la lucha libre, el deporte favorito de un hombre que no hacía deporte.
Algunos lo vieron en el programa Los niños catedráticos de la XEQ, otros en una marcha en 1954 cerca de Frida Kahlo reporteando para su primera crónica. Tenía 16 años. En las Facultades de Economía y de Filosofía de la UNAM, donde estudiaba, en 1957. O en el videoclip La Media Vuelta, de Luis Miguel. En Juchitán con Jorge Luis Borges o dictando cátedra en Harvard 1965. En el grupo de rock Los tepetatles y en la historieta Chanoc como el Sabio de la historia; y hubo también un ladrón que al verlo le dijo "Perdone, señor Monsiváis, no lo había reconocido".
"Y cuando ocurrió el Big Bang, Monsiváis ya estaba ahí", tituló un diario en 1995 y la definición parecía exacta. Por sus alcances, su obra parece monumental, como el proyecto con el que ganó su segunda beca en el Centro Mexicano de Escritores entre 1967 y 1968: un libro de 300 páginas con título La historia de las ideas en México.
Muy pronto, desde niño, Monsiváis se avocó a sus obsesiones. "Básicamente no he cambiado del adolescente que fui al casi sexagenario de hoy", dijo en 1997 el autor de Los rituales del caos. "He rectificado, he afinado, sigo creyendo en la heterodoxia, en la izquierda, en los derechos civiles, en los poderes de la palabra, en el pasmo ante una buena película, en las potencias del relajo, en la tontería de la mayoría de las columnas de esta sociedad".
¿El México de la segunda mitad de este siglo sería impensable sin ti? le preguntaron en 1997. "Yo he llegado a una conclusión: yo sería impensable sin mí", respondió. Detrás de unos lentes gruesos, de una sonrisa de gato, con sus cabellos enredados, Monsiváis fue siempre la exageración, la parodia, el entredicho, la contradicción que salvaba de la solemnidad aburrida de los intelectuales mexicanos. El hijo único de Esther Monsiváis era un ubicuo tímido y feroz que opinaba sobre todo y viajaba en taxi, el reformador del ensayo y la crónica periodística que se expresaba con aforismos.
"Si me he apasionado tanto por la crónica es porque me gusta ver a los demás y observarlos. Nunca he sentido como irreconciliable esa distancia entre lo que sería la cultura popular y la alta cultura", señaló en la primera entrevista larga que concedió en su vida, en abril de 1977, a Elena Poniatowska, quien así iniciaba la primera de tres partes: "Si Artemio del Valle Arizpe, si Salvador Novo fueron cronistas de la ciudad, Carlos Monsiváis los ha superado, tan brillante, mordaz y maldito en sus juicios como Novo, Carlos Monsiváis tiene una irreprochable, una admirable actitud política".
"Al único que le haré caso es al intelectual Carlos Monsiváis", dijo Xavier Velasco a TVyNovelas en 1987. "El subcomandante Marcos ha leído más a Carlos Monsiváis que a Carlos Marx", escribió Carlos Fuentes en 1995. "Monsiváis es el crítico más filoso y brillante de la derecha", dijo el líder guerrillero en su última entrevista publicada en 2008. Para Monsiváis había algo esencial: "Ni un paso atrás en los derechos básicos".
La noticia de la muerte de Carlos Monsiváis habrá de competir con la estridencia de un campeonato mundial de futbol, un deporte del que habló muy poco. "Me reservo el futbol para mi muerte", dijo en el 2000. No hablaba de futbol porque, si Dios es redondo, según dijo Villoro, él era un ateo, un ateo que consideraba la muerte como "el fin del hedonismo" que se permitía.
Hereda Monsiváis tolerancia: Lujambio
El secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, afirmó que la herencia y lección que deja el escritor Carlos Monsiváis a la clase política es la tolerancia.
Durante la hora y media que el funcionario estuvo a un costado del féretro, en las escalinatas de Bellas Artes, en cuatro ocasiones le gritaron "¡Fuera!".
Antes, cuando esperaba frente al recinto la llegada de la carroza con la actriz y seguidora de Andrés Manuel López Obrador, Jesusa Rodríguez, le pidió que se retirara, con el argumento de que él no tenía nada que hacer ahí, sin embargo, el funcionario no volteó a verla.
"Sólo les digo que Carlos era mi amigo, conversé con él varias veces y en muchas ocasiones coincidimos, en otras no lo hicimos, pero siempre nos respetamos", señaló el titular de la SEP.
"De modo que la tolerancia y respeto a la diversidad es lo que él siempre buscó, y la mejor manera de honrarlo es precisamente con ese legado que busca luchar contra la intolerancia y la exclusión".
Al retirarse de Bellas Artes, Lujambio aseguró que la clase política debe recordar a Monsiváis no sólo como uno de los personajes más críticos sino como un personaje central siempre pidió a los políticos tolerancia.
"Nos ha dejado una extraordinaria inteligencia, ese es el sello que marca la vida de Carlos Monsiváis con sus contemporáneos, su lucidez, su enciclopedia cultura su memoria de elefanta para relacionar datos, para analizar la realidad, su ironía exquisita, sus giros retóricos siempre inesperados", señaló.
"Es una pérdida extraordinaria, pero nos deja un legado que fue siempre central en su obra y es la idea de la tolerancia".
Nunca se dejó coptar por el régimen: AMLO
Andrés Manuel López Obrador afirmó que Carlos Monsiváis fue uno de los pocos intelectuales en el País que nunca se dejó coptar por el régimen, por lo que la clase política extrañará su crítica racional.
El ex candidato presidencial acudió este domingo al homenaje que se le rindió al cronista en el Palacio de Bellas Artes, luego que durante la madrugada estuvo en su velorio en el Museo de la Ciudad de México.
"Es el intelectual más consecuente y honesto de nuestros tiempos. Nunca se dejó coptar por el régimen y siempre estuvo del lado de las causas justas", señaló.
"Además de su vasta cultura e inteligencia, fue un hombre vinculado a los problemas sociales, siempre defendiendo la diversidad, con una cultura de la no violencia".
"¿La clase política extrañará la crítica del escritor?", se le preguntó.
"Sí, se extrañará lo que él decía, el ejercicio de una crítica racional. Fue un hombre bueno, limpio, independiente y muy crítico", añadió el político tabasqueño.
Comentarios