La extorsión que no cesa

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Los indicadores advierten que la extorsión en el Distrito Federal se multiplica, como ha de ocurrir en otras ciudades donde la respuesta de los gobiernos locales a la sociedad es nula, increíble. Este aserto conduce a una conclusión lógica: el extorsionado cae porque quiere creer, necesita creer, pues hoy no confía ni en sus autoridades, y en materia de fe religiosa la competencia por las almas hace dudar hasta al más pintado, con eso de que la muerte merece culto.

Ser víctima de extorsión, como me sucedió en febrero de 2007, ocurre por tres cosas: se está dormido (me despertaron a las 03:00 horas) y el extorsionador es tan hábil y lábil como un político concupiscente deseoso de obtener el voto para aprovecharse de sus electores; por codicia, en el caso de habérsele ofrecido un premio a la víctima a la que se va a despojar de unos cuantos o varios miles de pesos, y a la urgencia de creer por estar necesitado de que se haga una luz al final del túnel, de que las cosas se le compongan como por arte de magia a esa a quien la jettatura le ha teñido la vida.

Es menos creíble aún que las autoridades nada puedan hacer para luchar contra la extorsión telefónica. Los reos no sentenciados y los sentenciados también, continúan comunicándose desde el interior de los reclusorios sin que nada ni nadie los detenga, a pesar de haberse anunciado con bombo y platillo el programa que bloquearía la salida de llamadas desde celulares, o el aviso que advierte la procedencia de la llamada desde una cárcel. Como hubiese dicho Pedro Aspe, fueron mitos geniales.

Pero claro que las autoridades algo pueden hacer para acabar o al menos disminuir la extorsión: recuperar la confianza de la sociedad, lo que no es fácil, pero se deja de creer en soluciones casi milagrosas cuando los gobiernos dan seguridad a los integrantes de la sociedad a través de la prestación puntual de los servicios básicos: seguridad, salud, educación y empleo, pero resulta que hoy salir a la calle, trasladarse al trabajo o querer ir de vacaciones, puede tener como resultado emprender un viaje a lo desconocido.

Por ello es necesario poner atención a las advertencias del Consejo Ciudadano de Seguridad Pública y Procuración de Justicia del Distrito Federal, que detectó que más de 30 mil teléfonos celulares han sido usados en extorsiones y plagios, por lo que pide que los aparatos sean cancelados.

Va más allá. Su propio presidente, Luis Wertman Zaslav, explicó a El Universal que a través de un convenio con las compañías telefónicas impulsan cancelar aparatos móviles a través de su alfa numérico o IMEI, desde el cual se puede suspender el servicio de los mismos para inutilizarlos con cualquier otro chip; refirió que el acuerdo fue firmado, en marzo pasado, entre el Consejo Ciudadano y Telcel y Movistar, que son las únicas empresas telefónicas que usan la tecnología de chip.

El resultado de la extorsión es un malestar indefinible y largo, porque por lo pronto la víctima piensa que volvió a caer como lo hace cuando responde con los ojos cerrados a las promesas de un gobierno que incumple como sistema, porque se da cuenta de que le han vuelto a tomar el pelo, por decirlo de manera light, pues el hecho real es que al extorsionado, como al elector, una vez más les vieron la cara de pendejos.

Los integrantes de la sociedad aprenden, se defienden, pero qué hacer cuando sobre lo extorsionado se perpetra el robo por parte de las aseguradoras, porque en el caso de reclamación del resarcimiento de los bienes perdidos por codicia o estupidez, siempre aparecen esas cláusulas, esas letras pequeñas que nada tienen que ver con lo legal ni con la pureza del lenguaje, y los departamentos jurídicos de las compañías de seguros imponen criterio y voluntad incluso por sobre las autoridades de Condusef, hasta lograr lo imposible: convertir en sinónimos fraude y extorsión, con tal de no honrar el compromiso contraído con el asegurado.

Para colmo, al mismo tiempo que me hago de la información sobre los 30 mil celulares, me caen en las manos unas líneas de Arlequín, idóneas para ayudarnos a comprender el incremento de las víctimas de extorsión: “Usted quiere comerse las nueces sin romper la cáscara. Quiere la respetabilidad sin la virtud, la posesión sin amenazas, el placer sin pagarlo. Quiere mercenarios (sicarios) que maten por usted y ciegos que sepulten sus muertos. No hay manera. ¡Ya no hay manera de que sea así el mundo! La alternativa es ser mártir o asesino. ¡A menos que quiera usted unirse a la cadena de los que sufren desde la cuna hasta la tumba, clamando por el Mesías que nunca llega!”

Es cierto, los extorsionados son los mártires de esta nueva era en la que no hay en quien creer, pero se pone la esperanza del futuro inmediato en una llamada telefónica y en la voz de un extorsionador que con cada telefonazo se convierte en asesino, porque lo primero que hace es aniquilar la confianza del extorsionado en él mismo, y eso facilita las tareas del gobierno, cualquiera que sea.

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