Cortesía de Salvador González Briceño
El universo literario y cultural Iberoamericano está de pésames. Carlos Monsiváis de México (1938-2010), con 72 años; José Saramago de Portugal (1922-2010), con 87 años de edad. Escritores con trascendencia más allá de sus propios países. Obra muy prolífica. Ambos recibieron reconocimientos, condecoraciones e importantes premios en vida por su trabajo. A un deceso casi simultáneo, hubo condolencias entre sus colegas literatos; pero sobre todo desde los lectores, el terreno fértil en donde se ganaron el respeto y la admiración.
Toda pérdida humana es irreparable. Más cuando un hombre elabora y luego hereda una obra escrita importante. Eso representa un vació difícil de llenar. En este caso, los dos autores araron en surcos de las letras española y portuguesa. Significando pérdidas lamentables. Claro está que ningún hombre es sustituible. Cada uno con una trayectoria especial, con una inclinación personal. Cada quien su preparación, su identidad y su legado. Pero sobre todo vale el compromiso social de cada cual. Pero ambos, en su lucha por la defensa de sus creencias, en aras de la propia y la ajena dignidad.
Monsiváis trascendió por su crítica hacia el poder desde lo social. Su obra lo hizo popular. Además de estar presente en muchos medios de comunicación, en diálogo a público abierto durante la presentación de temas, de libros, de revistas, etcétera. Independiente siempre en la crítica, Monsiváis, abrió ventanas para desgranar muchas tropelías coyunturales desde el poder. Nos legó las crónicas de una ciudad que lo vio nacer, el Distrito Federal. Los capitalinos como actores de sus vidas; la visión de sus problemas, de sus fiestas, de sus traumas, de sus vaivenes, de sus protestas y de su pleno andar. Así lo despidió el mundo intelectual desde el Museo de la Ciudad de México. La gente de a pié le dio el último adiós en Bellas Artes. La familia recibió condolencias directas, por los medios impresos y vía internet.
Saramago dejó dolor a su partida. En Lanzarote, en Portugal, en España, en todo el mundo. Sus libros muy leídos. Polémicos y únicos. Fruto de un hombre “muy de izquierdas”. Comprometido siempre con las causas justas. Después de Fernando Pessoa, Saramago obligó a posar la mirada en Portugal. Pero Saramago, con todo y —se dice— llegó tarde a las letras y antes le batalló en su lucha por vivir, escribió y dijo lo que sintió.
No hubo obra que hiciera púbica sin disputa. La reacción de los detractores siempre le acompañó. Incluso hasta el final. Pero quien le dio la puñalada trapera —ni siquiera por la espalda porque la reacción vino después de fallecido— fue la Iglesia católica de Roma. Le tocó fijar postura al órgano oficial. El artículo con la firma de Claudio Toscani en L´Obsservatore Romano del sábado 19 de junio. El Nobel de Literatura 1998 fue “populista y extremista”. “Fue un hombre y un intelectual concesión metafísica, anclado hasta el final en una obstinada confianza en el materialismo histórico, en el marxismo. Lúcidamente posicionado en la parte de la cizaña en el campo de trigo de la evangelización, se declaró insomne de preocupación por las cruzadas o la inquisición, olvidándose de los gulags, las purgas, el genocidio, los samizdat culturales y religiosos”.
Aparte, El Evangelio según Jesucristo es una novela “irreverente”, un “desafío a la memoria del cristianismo”. Y agrega Toscani. “Y en cuanto a la religión, atada como estuvo siempre su mente por la desestabilizadora trivialización de lo sagrado y por el materialismo libertario que cuanto más avanzaba en años más se radicalizaba, Saramago no abandonó nunca su incómoda simplicidad teológica: si Dios es la fuente de todo, Él es la causa de todo efecto y el efecto de toda causa”.
Aparte: “Un extremista populista como él, que se hizo cargo del porqué del mal en el mundo debería haber abordado en primer lugar en problema de las erróneas estructuras humanas, de las histórico-políticas a las socio-económicas, en vez de saltar al plano metafísico y culpar con demasiada facilidad y sin mayor consideración a un Dios en el que él nunca había creído a causa de Eu omnipotencia, de Su omnisciencia, de su clarividencia”, concluyó.
Lo peor fue la reacción post mortem de la Iglesia. Como las aves de rapiña. Como para justificar una postura sin esperar respuesta. A sabiendas de que no se puede defender personalmente. Escrito vilipendioso, sacrílego, más que vil. Una muestra de la reacción que causó su vida y su obra. ¿Por qué no replicó Toscani—a nombre de la Iglesia romana— para esperar la respuesta en vida de Saramago? ¿Quién está dispuesto a creer que las tropelías de la Iglesia católica han pasado y seguirán pasando desapercibidas siempre?
En una entrevista para la revista Expresso, del mismo Portugal, Saramago asentó lo siguiente que puede servir de respuesta a L´Obsservatore Romano: “Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar, necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte” (11 de octubre de 2008).
Adiós a Saramago y Monsiváis
¡Ah, no! Ahora nos explican cómo es que se fueron juntos, Saramago y Monsiváis. / Ambos comprometidos con las causas justas, los dos compartiendo el viaje final. / Saramago nos sorprendió con sus desasosiegos y su prosa única y fuera de lugar. / Monsiváis nos educó en la rebeldía contra la sinrazón de la vida cotidiana y del poder.
Letrados ambos, nuestros, Nobel de Portugal el uno, novel de México el otro también. / Prestos para destripar el mundo, como para brindar las explicaciones de lo irracional. / Por el idioma, por las palabras, por la acción, por el ejemplo, compromisos por igual. / Ambos, dueños de lo universal; Saramago-Monsiváis, dejan un hueco que llenar.
Con Saramago hablamos del Quijote y de una fama superior al libro de Cervantes. / Con Monsiváis, el encuentro presto a discutir de la ciudad, sus costumbres y el altar. / Cuando un Grande se va —ahora dos— nos deja en soledad, pero hereda terquedad. / El mejor homenaje será la lectura de sus obras, la memoria de los pasos en su honor.
El universo literario y cultural Iberoamericano está de pésames. Carlos Monsiváis de México (1938-2010), con 72 años; José Saramago de Portugal (1922-2010), con 87 años de edad. Escritores con trascendencia más allá de sus propios países. Obra muy prolífica. Ambos recibieron reconocimientos, condecoraciones e importantes premios en vida por su trabajo. A un deceso casi simultáneo, hubo condolencias entre sus colegas literatos; pero sobre todo desde los lectores, el terreno fértil en donde se ganaron el respeto y la admiración.
Toda pérdida humana es irreparable. Más cuando un hombre elabora y luego hereda una obra escrita importante. Eso representa un vació difícil de llenar. En este caso, los dos autores araron en surcos de las letras española y portuguesa. Significando pérdidas lamentables. Claro está que ningún hombre es sustituible. Cada uno con una trayectoria especial, con una inclinación personal. Cada quien su preparación, su identidad y su legado. Pero sobre todo vale el compromiso social de cada cual. Pero ambos, en su lucha por la defensa de sus creencias, en aras de la propia y la ajena dignidad.
Monsiváis trascendió por su crítica hacia el poder desde lo social. Su obra lo hizo popular. Además de estar presente en muchos medios de comunicación, en diálogo a público abierto durante la presentación de temas, de libros, de revistas, etcétera. Independiente siempre en la crítica, Monsiváis, abrió ventanas para desgranar muchas tropelías coyunturales desde el poder. Nos legó las crónicas de una ciudad que lo vio nacer, el Distrito Federal. Los capitalinos como actores de sus vidas; la visión de sus problemas, de sus fiestas, de sus traumas, de sus vaivenes, de sus protestas y de su pleno andar. Así lo despidió el mundo intelectual desde el Museo de la Ciudad de México. La gente de a pié le dio el último adiós en Bellas Artes. La familia recibió condolencias directas, por los medios impresos y vía internet.
Saramago dejó dolor a su partida. En Lanzarote, en Portugal, en España, en todo el mundo. Sus libros muy leídos. Polémicos y únicos. Fruto de un hombre “muy de izquierdas”. Comprometido siempre con las causas justas. Después de Fernando Pessoa, Saramago obligó a posar la mirada en Portugal. Pero Saramago, con todo y —se dice— llegó tarde a las letras y antes le batalló en su lucha por vivir, escribió y dijo lo que sintió.
No hubo obra que hiciera púbica sin disputa. La reacción de los detractores siempre le acompañó. Incluso hasta el final. Pero quien le dio la puñalada trapera —ni siquiera por la espalda porque la reacción vino después de fallecido— fue la Iglesia católica de Roma. Le tocó fijar postura al órgano oficial. El artículo con la firma de Claudio Toscani en L´Obsservatore Romano del sábado 19 de junio. El Nobel de Literatura 1998 fue “populista y extremista”. “Fue un hombre y un intelectual concesión metafísica, anclado hasta el final en una obstinada confianza en el materialismo histórico, en el marxismo. Lúcidamente posicionado en la parte de la cizaña en el campo de trigo de la evangelización, se declaró insomne de preocupación por las cruzadas o la inquisición, olvidándose de los gulags, las purgas, el genocidio, los samizdat culturales y religiosos”.
Aparte, El Evangelio según Jesucristo es una novela “irreverente”, un “desafío a la memoria del cristianismo”. Y agrega Toscani. “Y en cuanto a la religión, atada como estuvo siempre su mente por la desestabilizadora trivialización de lo sagrado y por el materialismo libertario que cuanto más avanzaba en años más se radicalizaba, Saramago no abandonó nunca su incómoda simplicidad teológica: si Dios es la fuente de todo, Él es la causa de todo efecto y el efecto de toda causa”.
Aparte: “Un extremista populista como él, que se hizo cargo del porqué del mal en el mundo debería haber abordado en primer lugar en problema de las erróneas estructuras humanas, de las histórico-políticas a las socio-económicas, en vez de saltar al plano metafísico y culpar con demasiada facilidad y sin mayor consideración a un Dios en el que él nunca había creído a causa de Eu omnipotencia, de Su omnisciencia, de su clarividencia”, concluyó.
Lo peor fue la reacción post mortem de la Iglesia. Como las aves de rapiña. Como para justificar una postura sin esperar respuesta. A sabiendas de que no se puede defender personalmente. Escrito vilipendioso, sacrílego, más que vil. Una muestra de la reacción que causó su vida y su obra. ¿Por qué no replicó Toscani—a nombre de la Iglesia romana— para esperar la respuesta en vida de Saramago? ¿Quién está dispuesto a creer que las tropelías de la Iglesia católica han pasado y seguirán pasando desapercibidas siempre?
En una entrevista para la revista Expresso, del mismo Portugal, Saramago asentó lo siguiente que puede servir de respuesta a L´Obsservatore Romano: “Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar, necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte” (11 de octubre de 2008).
Adiós a Saramago y Monsiváis
¡Ah, no! Ahora nos explican cómo es que se fueron juntos, Saramago y Monsiváis. / Ambos comprometidos con las causas justas, los dos compartiendo el viaje final. / Saramago nos sorprendió con sus desasosiegos y su prosa única y fuera de lugar. / Monsiváis nos educó en la rebeldía contra la sinrazón de la vida cotidiana y del poder.
Letrados ambos, nuestros, Nobel de Portugal el uno, novel de México el otro también. / Prestos para destripar el mundo, como para brindar las explicaciones de lo irracional. / Por el idioma, por las palabras, por la acción, por el ejemplo, compromisos por igual. / Ambos, dueños de lo universal; Saramago-Monsiváis, dejan un hueco que llenar.
Con Saramago hablamos del Quijote y de una fama superior al libro de Cervantes. / Con Monsiváis, el encuentro presto a discutir de la ciudad, sus costumbres y el altar. / Cuando un Grande se va —ahora dos— nos deja en soledad, pero hereda terquedad. / El mejor homenaje será la lectura de sus obras, la memoria de los pasos en su honor.
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