Grave error de Barack Obama

Rubén Cortés

Un general que responde por la vida y la muerte de 100 mil soldados no tiene jefe. Puede tener un superior que lo destituya. Pero no hay quien lo mande. Obama quiso demostrar que sí, y destituyó al jefe militar en Afganistán, para dejar claro que el Ejército está subordinado al poder civil.

Despidió sin honor a Stanley McChrystal, el general más célebre de Estados Unidos, líder de la captura de Sadam y único estratega que desde 2001 ha podido anular a los talibanes, gracias a la ofensiva de febrero, que acabó en la toma de Marja.

Unas indirectas (ni siquiera sus expresiones literales) de McChrystal contra él, publicadas en la revista de música The Rolling Stones, bastaron para que Obama decidiera que el respeto a su autoridad es más importante que el destino inmediato de la guerra.

Pero cometió un error, al ponerle él mismo una zancadilla a su objetivo de reelegirse, atado irremisiblemente a un retiro con gloria de Afganistán, dentro de un año.

¡Hombre! si para eso recién le dio 30 mil refuerzos a McChrystal, quien se aprestaba a ganar la guerra con una ofensiva este verano en Kandahar, que ya tendrá que retrasarse hasta que su reemplazo, el general Petraeus, se ubique en el terreno.

Sin embargo, la reelección es un asunto personal de Obama: lo peor de defenestrar al mejor general de su Ejército porque le dijo “intimidado”, es que el Presidente de la única superpotencia demuestra no ser el estadista que amerita una superpotencia.

Porque el futuro de Estados Unidos como nación más poderosa depende de vencer en Afganistán y acceder a sus cuantiosos recursos petroleros, mineros e hidrológicos, controlar militarmente Asia Central y romper con la hegemonía del integrismo islámico en la zona.

Pero a Obama le interesa ser un Presidente de Estados Unidos distinto. Más aún, quiere que lo vean como un estadounidense diferente: no desea ser sentimental y emotivo, llorar con el maravilloso mundo de Disney ni parecer básico… igual a la media de sus compatriotas.

Como una típica persona procedente de una minoría tradicionalmente explotada, embrutecida e irrespetada por una mayoría, quiere advertir que él no es igual y ofrece una imagen muy culta y perfecta, que lo distinga de las masas.

De ahí su excesiva prudencia ante la mayor catástrofe ecológica en la historia de su país (el derrame de crudo en el Golfo de México) para aparentar que, a diferencia de la mayoría de sus gobernados, no es alguien que se emociona con facilidad.

Por eso ahora, al echar al general McChrystal, olvidó una enseñanza básica de Johann Wolfgang Goethe, aplicada a los mandatarios:

“No preguntemos si estamos plenamente de acuerdo, sino tan sólo si marchamos por el mismo camino”.

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