Raúl Trejo Delarbre
Dimes y diretes; zancadillas y golpeteo y a final de cuentas, un enorme vacío político. Dentro de dos domingos habrá 14 elecciones estatales, 12 de ellas para gobernador entre otros cargos. Nadie tiene el pulso completo de las campañas locales, que se han desarrollado en circunstancias y con niveles de competitividad muy variados. Pero en el plano nacional, que es el que han privilegiado los partidos para confrontarse, el saldo que dejan esas desastradas campañas es de escándalo, vulgaridad y confusión.
La sociedad enterada sabe que Fidel Herrera ha traficado con recursos públicos en beneficio del PRI. Basta conocer la ramplonería con que ha ataviado de rojo lo mismo a los empleados públicos que a calles, edificios oficiales, anuncios espectaculares y espacios mediáticos en Veracruz, para constatar ese afán de carro completo traducido en una autoritaria escenografía política. El acaparamiento partidario del espacio público ha sido tan ominoso que recuerda no solamente las épocas del PRI más abusivo, sino incluso las de gobiernos totalitarios que en diversas latitudes creyeron que uniformarían las voluntades de los ciudadanos adornando a su modo un entorno que la gente terminaría por abominar.
No hacía falta documentar con grabación telefónica alguna el talante mandón y ramplón del gobernador veracruzano. Pero el PAN, supeditado en esa entidad a Miguel Ángel Yunes, un ex priista que cambió de partido pero no de costumbres, se ha embarcado en una campaña de afrentas mutuas al cabo de la cual los ciudadanos quedarán todavía más hartos del griterío político.
Lo mismo sucede en Oaxaca. La supeditación del candidato del PRI a la égida del gobernador Ulises Ruiz ha sido harto conocida y no es, por cierto, una novedad dentro de las usanzas autoritarias del Revolucionario Institucional. El gobernador oaxaqueño apadrina y defiende a su recomendado Eviel Pérez, a quien considera comprometido con la continuidad respecto de la gestión actual en esa entidad. Sin embargo las grabaciones filtradas a varios medios de comunicación y luego ostentosamente presentadas por el Partido Acción Nacional, no documentan novedad alguna en el comportamiento de los mandatarios priistas (y, de hecho, en el patrimonialismo que siguen ejerciendo gobernantes de todas las adscripciones).
César Nava Vázquez, presidente del PAN, asegura que la difusión de esas grabaciones es una contribución a la democracia. Los panistas, y la sociedad, decidirán si a ese dirigente lo mueven la ingenuidad o la perversidad. Pretender que con media docena de frases altisonantes los gobernadores priistas quedan expuestos como bribones, implica desconocer la historia política mexicana y la experiencia misma de los ciudadanos. El mismo PAN, cuando Nava era algo más joven, se dedicaba a devalar comportamientos irregulares de los dirigentes y gobernantes promovidos por el PRI.
Para descubrir el hilo negro de la malevolencia priista, los dirigentes de Acción Nacional acuden a grabaciones ilegales. Es decir, para documentar los ardides de sus adversarios, emplean recursos también ilícitos. Quizá, entusiasmados como muchachos que de pronto encuentran en falta a aquellos a quienes detestan, los líderes panistas olvidaron que no se vale hacer trampa para exhibir a los tramposos. O acaso, hicieron un frío cálculo de riesgos y beneficios y concluyeron que el lodo de este episodio mancharía más a sus rivales que a ellos mismos.
Se equivocaron. En una sola maniobra política, los operadores de Acción Nacional cohesionaron a los jeques e intereses dentro del PRI, se mostraron a sí mismos como dirigentes sin escrúpulos políticos, nutrieron de mugre y escarnio a la industria mediática tan ávida siempre de alboroto –sobre todo si contribuye a desprestigiar a los de por sí desacreditados políticos– y les dieron a los ciudadanos un motivo más para no votar el 4 de julio en unas elecciones en donde es altamente posible que la abstención favorezca la inercia (es decir, al PRI).
Las guerritas de lodo no persuaden y mucho menos educan a los ciudadanos. Y a los dinosáuricos priistas, tan acostumbrados como han estado durante tantas décadas a revolcarse en el fango, no les afectan sustancialmente.
No hay que olvidar que en varias entidades el PAN, con todo y sus inopinados aliados perredistas, se enfrentan a caciques habilidosos para respaldarse en la explotación clientelar de los recursos públicos. Se trata de cacicazgos que dilapidan dádivas y amenazas con las que mantienen controlados a los medios de comunicación y que perpetran un abuso tras otro para esconder y, cuando pueden, silenciar las expresiones de la oposición.
Pero en vez de documentar y denunciar esos hechos, panistas y aliados se engancharon a los peregrinos beneficios del espionaje telefónico. Aunque sus propósitos fueran otros, terminaron pareciéndose cada vez más a los políticos a los que tratan de combatir.
Dimes y diretes; zancadillas y golpeteo y a final de cuentas, un enorme vacío político. Dentro de dos domingos habrá 14 elecciones estatales, 12 de ellas para gobernador entre otros cargos. Nadie tiene el pulso completo de las campañas locales, que se han desarrollado en circunstancias y con niveles de competitividad muy variados. Pero en el plano nacional, que es el que han privilegiado los partidos para confrontarse, el saldo que dejan esas desastradas campañas es de escándalo, vulgaridad y confusión.
La sociedad enterada sabe que Fidel Herrera ha traficado con recursos públicos en beneficio del PRI. Basta conocer la ramplonería con que ha ataviado de rojo lo mismo a los empleados públicos que a calles, edificios oficiales, anuncios espectaculares y espacios mediáticos en Veracruz, para constatar ese afán de carro completo traducido en una autoritaria escenografía política. El acaparamiento partidario del espacio público ha sido tan ominoso que recuerda no solamente las épocas del PRI más abusivo, sino incluso las de gobiernos totalitarios que en diversas latitudes creyeron que uniformarían las voluntades de los ciudadanos adornando a su modo un entorno que la gente terminaría por abominar.
No hacía falta documentar con grabación telefónica alguna el talante mandón y ramplón del gobernador veracruzano. Pero el PAN, supeditado en esa entidad a Miguel Ángel Yunes, un ex priista que cambió de partido pero no de costumbres, se ha embarcado en una campaña de afrentas mutuas al cabo de la cual los ciudadanos quedarán todavía más hartos del griterío político.
Lo mismo sucede en Oaxaca. La supeditación del candidato del PRI a la égida del gobernador Ulises Ruiz ha sido harto conocida y no es, por cierto, una novedad dentro de las usanzas autoritarias del Revolucionario Institucional. El gobernador oaxaqueño apadrina y defiende a su recomendado Eviel Pérez, a quien considera comprometido con la continuidad respecto de la gestión actual en esa entidad. Sin embargo las grabaciones filtradas a varios medios de comunicación y luego ostentosamente presentadas por el Partido Acción Nacional, no documentan novedad alguna en el comportamiento de los mandatarios priistas (y, de hecho, en el patrimonialismo que siguen ejerciendo gobernantes de todas las adscripciones).
César Nava Vázquez, presidente del PAN, asegura que la difusión de esas grabaciones es una contribución a la democracia. Los panistas, y la sociedad, decidirán si a ese dirigente lo mueven la ingenuidad o la perversidad. Pretender que con media docena de frases altisonantes los gobernadores priistas quedan expuestos como bribones, implica desconocer la historia política mexicana y la experiencia misma de los ciudadanos. El mismo PAN, cuando Nava era algo más joven, se dedicaba a devalar comportamientos irregulares de los dirigentes y gobernantes promovidos por el PRI.
Para descubrir el hilo negro de la malevolencia priista, los dirigentes de Acción Nacional acuden a grabaciones ilegales. Es decir, para documentar los ardides de sus adversarios, emplean recursos también ilícitos. Quizá, entusiasmados como muchachos que de pronto encuentran en falta a aquellos a quienes detestan, los líderes panistas olvidaron que no se vale hacer trampa para exhibir a los tramposos. O acaso, hicieron un frío cálculo de riesgos y beneficios y concluyeron que el lodo de este episodio mancharía más a sus rivales que a ellos mismos.
Se equivocaron. En una sola maniobra política, los operadores de Acción Nacional cohesionaron a los jeques e intereses dentro del PRI, se mostraron a sí mismos como dirigentes sin escrúpulos políticos, nutrieron de mugre y escarnio a la industria mediática tan ávida siempre de alboroto –sobre todo si contribuye a desprestigiar a los de por sí desacreditados políticos– y les dieron a los ciudadanos un motivo más para no votar el 4 de julio en unas elecciones en donde es altamente posible que la abstención favorezca la inercia (es decir, al PRI).
Las guerritas de lodo no persuaden y mucho menos educan a los ciudadanos. Y a los dinosáuricos priistas, tan acostumbrados como han estado durante tantas décadas a revolcarse en el fango, no les afectan sustancialmente.
No hay que olvidar que en varias entidades el PAN, con todo y sus inopinados aliados perredistas, se enfrentan a caciques habilidosos para respaldarse en la explotación clientelar de los recursos públicos. Se trata de cacicazgos que dilapidan dádivas y amenazas con las que mantienen controlados a los medios de comunicación y que perpetran un abuso tras otro para esconder y, cuando pueden, silenciar las expresiones de la oposición.
Pero en vez de documentar y denunciar esos hechos, panistas y aliados se engancharon a los peregrinos beneficios del espionaje telefónico. Aunque sus propósitos fueran otros, terminaron pareciéndose cada vez más a los políticos a los que tratan de combatir.
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