Extraña vida sin Carlos Monsiváis

Francisco Javier Guerrero*

No pienso en mis amigos cercanos todo el tiempo. Ni siquiera ocupan mi mente absoluta y reiteradamente mis mujeres amadas que son dos, y quizá tres. Me dedico demasiado a mis actividades académicas, a mis irregulares labores políticas y a gastar muchas horas en amenas conversaciones con aficionados a la bohemia.

A partir del lejano año de 1960, sin embargo, un ilustre personaje se convirtió para mí en una obsesión cotidiana; se llamaba Carlos Monsiváis. Ese año lo conocí, y me impresionaron profundamente su singular sapiencia, su memoria que competía con la del Funes Borgiano, su capacidad para el sarcasmo, todo ello aunado a una gran capacidad de trabajo y una enorme cantidad de saberes que no solamente eran un ropaje erudito, sino la base de una conciencia crítica insólita e indomable. Pensador de izquierda, se solidarizaba con los movimientos populares e imprimía a ese compromiso un sello inconfundible, un conjunto de cascadas de afecto y comprensión, una pasión recóndita y trémula anhelante de lograr la emancipación del pueblo.

No era, ciertamente, un militante a la vieja usanza marxista-leninista como aquel hombre ejemplar que fue José Revueltas y no faltó quien lo considerara un intelectual oficialista o que ocupara los escenarios al lado de vedetes como Gloria Trevi u otras. Pero en este país abrumado por el machismo, el sexismo, la homofobia, la misoginia y los aspectos embaucadores del llamado vacionalismo revolucionario, Carlos fue el gran arquitecto de templos ideológicos y orfebre de joyas conceptuales que abrieron las mentes de multitud de personas, sembraron dudas y dieron paso a reflexiones ignotas, cerraron el paso a la oligofrenia y ornamentaron nuestro país con nuevos senderos del pensamiento.

Como recordarán mis familiares, amigos, adversarios y gentes conocidas fugazmente, yo hablaba constantemente de Monsiváis; era para mí el creador de una atmósfera omnipresente. Y preguntaba: “¿Ya leíste el más reciente libro de Monsiváis?, “¿Sabes que hay un tipo que fue líder estudiantil, ahora es un apóstol del neoliberalismo y dice que va a tundir a karatazos a Carlos?, Me parece que Monsiváis exagera en su admiración a Pedro Infante, Creo que Carlos se ha envejecido rápidamente, Pienso que Monsiváis sabe mucho, pero a veces da conferencias sobre temas que no domina por completo, Es asombrosa la sabiduría de Carlos en un país donde la educación y la difusión cultural son un desastre.

El día anterior a la muerte de José Saramago. Pero, además, previamente, el país se vio envuelto en una mala, en una pésima racha: desaparecieron también el excelente humanista que fue Carlos Montemayor, el arqueólogo par Enrique Nalda, el magnífico economista que fue Pedro López Díaz, y el extraordinario filósofo Bolívar Echeverría. Fueron hombres que estudiaron a México, lo escudriñaron, lo sintieron, lo abrazaron. En estos oscuros momentos imprescindible es cubrir sus ausencias y ello sólo puede lograrse si el hálito que de ellos se desprendió envuelve a las nuevas generaciones impulsándolas a emprender las tareas indispensables para la emancipación social y cultural del país.

Algunos colegas antropólogos se molestaron ante lo que consideraron como una usurpación de su quehacer por Monsiváis; pensaban que éste no era el máximo exponente del conocimiento sobre la cultura popular; incluso escuché decir a un amigo de alguien que pretendió ser candidato independiente a la Presidencia de la República que Monsiváis ni siquiera conocía a los locatarios del mercado de la colonia Portales (donde vivía Carlos). Los antropólogos alegamos que analizamos a los sectores populares mediante teorías científicas bien estructuradas, con metodologías refinadas y harto probadas en su eficiencia; Monsiváis, por el contrario –se decía– era un cronista impresionista, sin bagaje teórico antropológico y sin un adecuado acervo para elaborar hipótesis y reconocer variables inscritas en los procesos sociales. Me parece que no es así. Carlos no era un especialista profesional en ciencias sociales, pero contaba con un amplio conocimiento en estos campos, sabía diferenciar lo significativo de lo que no lo era, organizaba los datos de la experiencia racionalmente y se apoyaba en una poderosa intuición que facilitaba una comprensión de los fenómenos que abordaba. En realidad, fué mejor antropólogo que muchos de nosotros.

Es extraña la vida sin Monsiváis, sin poder discutir sus afirmaciones y perplejidades, sin verlo en contra de nuestras ideas, sin iniciar con él controversias en un café en la colonia Condesa, sin asombrarse de muchas de sus audacias y reclamarle varias de sus timideces. Sin Carlos, ¿de qué nos vamos a ocupar ahora? ¿De las importantísimas informaciones que nos aporta Paty Chapoy? ¿De la próxima novia de Cuauhtémoc Blanco?

En el medio intelectual mexicano no es frecuente la crítica, ya que si alguien pone al descubierto las fallas y defectos en la obra de una persona con méritos en el campo de las ideas, ésta la toma como una ofensa a su egregio ser, lo cual es un resultado del infantilismo emocional (aunque, ciertamente, en muchos casos se lanzan dardos injustificadamente con el afán de agredir). Recuerdo que los ilustres personajes me dejaron de hablar porque realice una crítica académica a sus trabajos (y a mi memoria viene el hecho de que algunas seudocríticas no son más que el disfraz de censuras ideológicas). La polémica entre Octavio Paz y Monsiváis fue un viento fresco en el medio, y abrió las puertas –aunque todavía débilmente– a la producción y desarrollo de controversias constructivas.

Es extraña la vida sin Monsiváis. Pero Carlos está presente en su herencia, en sus obras, en su configuración arquetípica. Sin embargo, creo que desapareció demasiado pronto, ¡Ojalá hubiera vivido tanto como Saramago! Todavía tenía mucho que decir, escribir, escudriñar, merodear, provocar admiraciones e irritaciones. Habrá que doctorarse en el estudio de sus cualidades positivas para que, al comprenderlas, las podamos asumir y enriquecer.

* Antropólogo e historiador, autor del libro La impasibilidad cuestionada de Juárez, publicado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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