Álvaro Cepeda Neri
Nada como, con el título del filme: Durmiendo con el enemigo o con el símil griego de El caballo de Troya, puede ser más doloroso. Y es el caso de Manuel de Jesús Espino Barrientos quien, casi a muerte, desafía y ataca a Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, entre otros motivos de técnico electricista contra el licenciado en derecho (y... ¡hasta doctorado en economía!, por una universidad patito estadounidense) porque lo dejaron fuera del presupuesto. Los dos son derechistas y quizá más Espino que milita en El Yunque, organización de los ultras nazifascistas. Se han venido distanciando después que Calderón promovió a Espino en 1966 como delegado especial del PAN en Sonora. Siempre ha sido prepotente, por más que ahora se disfrace de cordero y... ¡periodista! e incluso de autor de libros que otros le escriben, para justificar su enloquecida, perversa y traidora carrera neopanista.
Calderón, siendo presidente del PAN, hizo de Espino uno de sus peones, lo elevó a alfil y luego, traicionándolo (claro: Espino a Calderón) los Foxes lo impusieron como presidente del PAN. Espino quiso que Creel fuera el candidato presidencial, para la sucesión foxista, pero Calderón más astuto preparó y dio el golpe para autoproclamarse candidato e imponerse, por una chapucera diferencia de 400 votos, contra López Obrador. A raíz de que Calderón se fue a vivir a Los Pinos, se tensaron las relaciones con Espino, hasta su rompimiento, que éste lleva hasta casi sus últimas consecuencias. Lo que lleva visos de la expulsión de Espino, quien por cierto, busca la candidatura presidencial del PAN para el 2012, lo cual no es difícil... ¡sino imposible!
En la reciente asamblea nacional del PAN, las pandillas de Espino midieron fuerzas con las de Calderón. Saben los espinistas que los calderonistas tienen muchos flancos descubiertos y que ya no tienen todas consigo. Así que combaten al inquilino de Los Pinos, a Cesarín Navita y el resto ya muy diezmado del calderonismo, buscando penetrar por ellos hasta cuando menos controlar al panismo en las vísperas de que el PAN, batiéndose en retirada, sufra descalabros electorales en las 14 entidades, donde doce se compite por las gubernaturas y los vaticinios, encuestas y deseos apuntan a victorias arrasadoras del PRI.
Mientras tanto, Manuel Espino, un lobo en la manada calderonista, aprieta sus sabotajes, para que el PAN pierda más terreno y presentarse él como único Salvador. Sin reparar en nada Espino: compra espacios en los medios de comunicación escritos, tiene su página en las pantallas (donde, a unas horas de la desaparición de Fernández de Cevallos, hizo circular la “información” de su muerte) y se deja entrevistar haciéndose pasar por periodista, cuando no ha dejado de ser lo que fue: jefe de policía (en Sonora); funcionario de Seguridad Pública en Ciudad Juárez, cuando empezaron los feminicidios; incursionó como oscuro diputado federal. Y casi deja que Martha fuera la sucesora de Fox, cambiando de parecer para sumarse a Creel, con quien actualmente juega “el uno-dos” para darle estocada final a la vaquilla calderonista.
Nada como, con el título del filme: Durmiendo con el enemigo o con el símil griego de El caballo de Troya, puede ser más doloroso. Y es el caso de Manuel de Jesús Espino Barrientos quien, casi a muerte, desafía y ataca a Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, entre otros motivos de técnico electricista contra el licenciado en derecho (y... ¡hasta doctorado en economía!, por una universidad patito estadounidense) porque lo dejaron fuera del presupuesto. Los dos son derechistas y quizá más Espino que milita en El Yunque, organización de los ultras nazifascistas. Se han venido distanciando después que Calderón promovió a Espino en 1966 como delegado especial del PAN en Sonora. Siempre ha sido prepotente, por más que ahora se disfrace de cordero y... ¡periodista! e incluso de autor de libros que otros le escriben, para justificar su enloquecida, perversa y traidora carrera neopanista.
Calderón, siendo presidente del PAN, hizo de Espino uno de sus peones, lo elevó a alfil y luego, traicionándolo (claro: Espino a Calderón) los Foxes lo impusieron como presidente del PAN. Espino quiso que Creel fuera el candidato presidencial, para la sucesión foxista, pero Calderón más astuto preparó y dio el golpe para autoproclamarse candidato e imponerse, por una chapucera diferencia de 400 votos, contra López Obrador. A raíz de que Calderón se fue a vivir a Los Pinos, se tensaron las relaciones con Espino, hasta su rompimiento, que éste lleva hasta casi sus últimas consecuencias. Lo que lleva visos de la expulsión de Espino, quien por cierto, busca la candidatura presidencial del PAN para el 2012, lo cual no es difícil... ¡sino imposible!
En la reciente asamblea nacional del PAN, las pandillas de Espino midieron fuerzas con las de Calderón. Saben los espinistas que los calderonistas tienen muchos flancos descubiertos y que ya no tienen todas consigo. Así que combaten al inquilino de Los Pinos, a Cesarín Navita y el resto ya muy diezmado del calderonismo, buscando penetrar por ellos hasta cuando menos controlar al panismo en las vísperas de que el PAN, batiéndose en retirada, sufra descalabros electorales en las 14 entidades, donde doce se compite por las gubernaturas y los vaticinios, encuestas y deseos apuntan a victorias arrasadoras del PRI.
Mientras tanto, Manuel Espino, un lobo en la manada calderonista, aprieta sus sabotajes, para que el PAN pierda más terreno y presentarse él como único Salvador. Sin reparar en nada Espino: compra espacios en los medios de comunicación escritos, tiene su página en las pantallas (donde, a unas horas de la desaparición de Fernández de Cevallos, hizo circular la “información” de su muerte) y se deja entrevistar haciéndose pasar por periodista, cuando no ha dejado de ser lo que fue: jefe de policía (en Sonora); funcionario de Seguridad Pública en Ciudad Juárez, cuando empezaron los feminicidios; incursionó como oscuro diputado federal. Y casi deja que Martha fuera la sucesora de Fox, cambiando de parecer para sumarse a Creel, con quien actualmente juega “el uno-dos” para darle estocada final a la vaquilla calderonista.
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