Esperando a Diego

Martha Anaya / Crónica de Política

Fue la noche del 14 de mayo cuando se vio a Diego Fernández de Cevallos por última vez. Nos acercamos ya al mes de su desaparición y una sensación de vacío se cierne en torno a su figura.

Esa impresión de vacío, tan cercana al vértigo, va más allá de lo que produce el silencio de Televisa sobre el tema; se acerca más al temor que se produce cuando uno siente que algo maligno se acerca y no sabe con certeza qué es, por dónde viene, cuándo llegará, qué nos ocurrirá.

¿Realmente está vivo Diego Fernández de Cevallos? Cuando apareció la fotografía del Jefe Diego en internet –aquella que presumiblemente hicieron circular sus captores seis días después del “secuestro” en la que aparece el ex candidato presidencial con el torso desnudo, los ojos vendados y señales de un golpe en la parte superior del labio—se me figuró más la imagen de un muerto que de un ser vivo.

Las investigaciones y el actuar de sus allegados, familiares y abogados, apuntan en sentido contrario: en que el ex candidato presidencial del partido Acción Nacional está vivo y que se está negociando su rescate. La suma que habrían pedido los secuestradores estaría fijada en 50 millones de dólares –en una sola entrega–, según han publicado diversos medios.

¿Pero es esa –la negociación– una prueba contundente de que Diego sigue vivo?
No sería la primera vez que en algún secuestro se mantuviera la negociación de un rescate aún cuando la víctima hubiese fallecido.

El hijo de Diego pidió a la Procuraduría General de la República alejarse de la investigación para preservar la integridad de su padre. Aparentemente lo hizo. Pero hace unos días, el representante de Prisa en México, Antonio Navalón, publicó que un Secretario de Estado (no especifica cuál, aunque la lógica apunta hacia Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública Federal) siguió con las pesquisas.

En un momento dado –vía intervención de los teléfonos– detectó una llamada de los presuntos secuestradores. Esa primera comunicación, según escribió, se dio desde una cabina telefónica. El secretario en cuestión ubicó el origen del número y mandó a la policía a sacar huellas.

Dos días después, recibían las fotos de los policías tomando las huellas en el teléfono público. Y con ellas, un mensaje: una sola vulneración más del acuerdo y verán la ejecución de Diego en vivo y directo.

A partir de ese momento, según lo que dio a conocer Navalón, la relación entre la familia de Diego y los secuestradores ha sido a través de mensajes que se recogen en iglesias de Guanajuato.

La negociación económica ya habría sido concluida; pero no sería lo único que demandaran los secuestradores a cambio de la vida del poderoso empresario y político panista: otro tipo de “material”.

¿Qué tipo de materia? No se especifica, pero no sería aventurado especular que se trata de información confidencial en poder del abogado.

¿A dónde nos lleva todo esto? A lo que declaró otro de los amigos de Diego, el también abogado y director de la Escuela Libre de Derecho, Fauzi Hamdam: que detrás del secuestro está un grupo “muy poderoso” en términos de organización y recursos; un grupo cuyo interés va más allá de lo mercantil.

Aquí agregaría otra posibilidad que está detrás de la figura de “grupo poderoso” pero que nadie se atreve a pronunciar: que miembros del Ejército estén involucrados en el asunto. ¿Por órdenes de quién? ¡A saber!

Pero todo este dicho nos mantiene por la línea de un posible secuestro por un grupo “poderoso” y de que Diego está vivo.

Sin embargo, tales hipótesis no son del todo compartidas por otros especialistas en materia de seguridad. Uno de los detalles que más les llama la atención es que no existe una sola huella de rodamiento (ni de carros, motocicletas, ni de ningún tipo de vehículo) en el lugar donde se supone “levantaron” a Fernández de Cevallos. Se sabe tan sólo de una huella de pie descalzo.

¿Qué significa esto? Hay dos tipos de respuestas: Uno, la posibilidad de que se trate de un autosecuestro (en lo personal no me parece muy convincente) y otra, que no se trate de ningún grupo delincuencial “poderoso” sino más bien de un trabajo interno del grupo en el poder.

A esa última conjetura le suman el famoso twitteo del ex presidente del PAN, Manuel Espino, en las primeras horas que se conoció la desaparición del Jefe Diego: que había muerto y que su cuerpo se encontraba en las instalaciones de la zona militar de Querétaro. Información que, según el propio Espino declaró, obtuvo del diputado panista Javier Corral.

Es así, en medio del vacío de la ausencia y con este tipo de conjeturas que, a un mes de distancia, seguimos esperando a Diego

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