Todos los gobiernos, incluso los populares y ampliamente apoyados por la sociedad, requieren de un chivo expiatorio. Concluida la Guerra Fría, disminuido el multilateralismo, desaparecida la Unión Soviética y definidos los acuerdos con la República Popular China, el enemigo público número uno de las buenas conciencias de Occidente, por encima del terrorismo islámico, es el narcotráfico y la secuela de desarrollo e impunidad con que se mueve: tráfico de armas y trata.
Lo curioso de este tema es que los poderes fácticos que determinaron la globalización y los administradores del gobierno estadounidense, tal y como lo cuenta Don Winslow en El poder del perro, son quienes fomentan la multiplicación y diversidad de los barones de la droga, quienes los combaten y, al mismo tiempo, quienes establecen acuerdos y alianzas con ellos, para servirse de los miles de millones de dólares que la delincuencia organizada está obligada a blanquear.
Con desfachatez absoluta George Bush padre se sirvió de Manuel Antonio Noriega, de idéntica manera a la que Fidel Castro se sirvió del general Arnaldo Ochoa. En estos convenios, acuerdos secretos, no hay dobleces entre quienes los suscriben, pues las partes saben con claridad que estarán vigentes mientras sean de utilidad a los propósitos del Imperio, cuando eso deja de suceder, la cárcel o la muerte son el destino.
Así lo apunta el autor: “Niebla Roja era el nombre clave de la coordinación de la miríada de operaciones destinadas a 'neutralizar' los movimientos de izquierdas en Latinoamérica. Básicamente, el programa Fénix (de Vietnam) adaptado a Sudamérica y Centroamérica. La mitad de las veces, los agentes ni siquiera sabían que estaban siendo coordinados en el seno de Niebla Roja, pero el papel de Sal Scachi… era lograr que la información se compartiera… Y había mucho en que colaborar. Niebla Roja abarcaba literalmente cientos de milicias de extrema derecha y sus patrocinadores, señores de la droga, así como mil oficiales del ejército (estadounidense) y algunos cientos de miles de soldados, decenas de agencias de inteligencia diferentes y fuerzas de policía. Y la Iglesia Católica”.
Si la ficción creada por Don Winslow está sustentada en ciertos aspectos de la realidad, con el propósito de hacer creíble la narración, quizás resulte verídico que en operaciones encubiertas las agencias de seguridad nacional y de inteligencia de Estados Unidos, mandaron ejecutar a los políticos de izquierda colombianos que deseaban insertarse en el sistema para promover los cambios desde la legalidad, y entre ellos a Luis Carlos Galán, naturalmente sirviéndose de los sicarios de los barones de la droga, como equilibrio al entendimiento logrado para que trasegaran en paz su producto hasta los consumidores estadounidenses.
Anota Winslow en su novela, que los agentes de Aduanas de Estados Unidos reciben hasta 30 mil dólares por cargamento. La cifra es lo de menos, lo que importa es que la puritana sociedad estadounidenses, los hipócritas de sus gobernantes, los propietarios de las corredurías bursátiles, los verdaderos dueños del poder, esos ubicuos poderes fácticos, son incapaces de reconocer que su sistema político y económico también funciona gracias a una amplia red de corrupción y a una muy sofisticada catalogación de la manera en que han de responder a las necesidades primarias de su sociedad, que garantiza impunidad a quien las provee.
Esas necesidades primarias son el marco ideológico y pragmático de donde parten sus especialistas de seguridad nacional para diseñar los programas secretos que han de cumplirse al pie de la letra, como hicieron con Centro y Sudamérica, el traspatio continental, considerando que México es la puerta de entrada a esa área de seguridad.
Apunta Winslow en esa ficción tan cercana a la realidad: “Luis Carlos Galán, el candidato presidencial del Partido Liberal que contaba con kilómetros de ventaja en las encuestas, fue eliminado en el verano del 89. Bernardo Jaramillo Osa, el líder de la UP, fue abatido a tiros cuando bajaba de un avión en Bogotá la primavera siguiente. Carlos Pizarro, el candidato del M-19 a la presidencia, fue asesinado una semana después”. El autor se asegura de que los lectores crean, a pies juntillas, que esas ejecuciones fueran decididas en Estados Unidos, y operadas por los barones de la droga colombianos.
Entre los personajes de El poder del Perro aparece el alter ego de Juan Jesús Posadas Ocampo, quien hace saber al nuncio que tiene información urgente que comunicar a Juan Pablo II. ¿Serían esos los documentos del misterioso portafolios perdido en el aeropuerto de Guadalajara?
Lo único cierto es que Don Winslow es el sucesor de Elaine Shanon. Tambièn lo documentaron para desacreditar a los latinoamericanos y, concretamente a los mexicanos, aunque para hacerlo tenga que exhibir la iniquidad bíblica de las autoridades de todo nivel en Estados Unidos.
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