El espionaje de siempre

Jaime García Chávez / garciachavez1.jaime@gmail.com

Porque no se ha ido nunca, el espionaje no puede regresar ni a viejos ni a recientes tiempos. Sigue con nosotros, no se ha marchado, solo que ahora lo pueden practicar, además del Estado un sector privado —grandes monopolios económicos, los cárteles de la droga, los clérigos que reciben en confesión— con pretensiones de disputa en este terreno frente a quien antes lo tenía en ejercicio de uso exclusivo.

Cuando pienso en el espionaje del pasado no encuentro que el régimen autoritario tuviera necesidad alguna de espiar a sus propios agentes, gobernadores por ejemplo, puesto que aparte de abyectos le eran cómodos, serviles y confidentes obligados.

La Dirección Federal de Seguridad de Fernando Gutiérrez Barrios, espiaba y lo hacía a lo grande, cebándose con los opositores de la izquierda, marxistas, socialistas, comunistas, cristianos libertarios, guerrilleros y líderes sociales a los que aplastaba, desaparecía y mataba si era necesario o los encerraba en prisiones o campos militares para privarlos de su libertad, en algunos casos escudándose en juicios caricaturescos contra los que nos levantamos en 1968.

Lo de hoy es otra cosa y bien distinta. Es un espionaje a lo interior de los estamentos políticos que dominan al país. Me refiero por igual a los gobiernos del PRI y a los del PAN y sus pugnas por el poder al calor de viciados procesos electorales.

Doy por establecido como premisa mayor indiscutible a contabilizar a la hora de las conclusiones, que toda intervención telefónica, sin la correspondiente orden de un juez, constituye un delito tipificado en la ley penal. Pero ahí no debe terminar el asunto: no nada más se abre a disputa el cómo llegó la información afuera —las famosas filtraciones de la tinaja del poder— sino también primordialmente lo que se escucha, el contenido, que llevan las palomas mensajeras interceptadas y que son por lo general revelaciones de delitos más graves que la filtración misma.

Quiero decir que no vale nada o muy poco, escandalizarse por lo más y olvidar lo esencial. En estos espionajes es frecuente que se discuta más sobre lo aparente que sobre lo real, más en las formas que en el fondo. Quien corre el velo de la secrecía que a de cubrir al buen espionaje, es evidente que busca el escándalo, que se sepan en grande cosas graves, que provocan resultados, dañosos para alguien y que pueden —como en la especie— cambiar el curso de una elección en Veracruz o Oaxaca.

Pero si todo queda en la ordinariez de demostrar que hay espionaje que por lo demás nadie niega, no habremos llegado a ninguna parte y sí al simple desgarramiento de vestiduras con finalidades dictadas por razones oportunistas.

Lo afirmo: si a una autoridad se le demuestra que intervino llamadas o conversaciones realizadas por cualquier medio (telefonía, mails, cartas, etc.) y sin la orden de un juez, lo lógico es que a esa autoridad se le instaure un proceso y se le sancione, si es el caso. Pero eso no significa vadear el problema, esquivar el contenido de las evidencias que se encuentran en las conversaciones que narran delitos aún más grandes que la intervención misma. O qué ¿eso no importa? ¿Están inmunes o impunes los autores confesos de señores delitos que se cometen al amparo del poder y desviando el patrimonio de los mexicanos, contribuyentes o no del erario?

Milito a favor de la más rigurosa transparencia y rendición de cuentas que se traducen en responsabilidades y no en estos procedimientos de coyuntura, de perdón y olvido. Una vez que a través de estas llamadas intervenidas, que conocemos a través de la prensa, aparecen evidencias y se presume la comisión de delitos, la impunidad es inaceptable so pretexto de que la información se obtuvo por medios anormales cual es la intercepción de comunicaciones que transitan por medios protegidos por el principio de privacidad. Hoy vivimos y padecemos las consecuencias del affaire Marín, el gober precioso, so pretexto de este tipo de argumentos que hasta la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha respaldado en los peores veredictos de su historia.

Para estos casos lo correcto es tener una visión integral que empieza por una investigación a fondo bajo el principio de que caiga quien caiga. En los Estados Unidos el tema de los fontaneros de Watergate motivó —recuérdelo— la caída final del presidente Nixon, ni más ni menos. En México lo augurable es que pasadas las elecciones en Chihuahua, Veracruz y Oaxaca todos descansen después de gritar: vivimos en el país de no pasa nada. Para los antagonistas es oportunismo vil, para las instituciones colapso completo.

El problema es muy grave. Que se demuestre que el gobierno de Calderón y sus aparatos policíacos y de inteligencia espían a los gobernadores priístas, sería lo de menos. Estarían cenando lo que los autoritarios servían (sirven) en el desayuno, se trata de una sopa vieja y agria. De todas maneras el hecho se debe investigar y extraer de la eterna impunidad, lo que es más que imposible por la falta de un ministerio público autónomo y la instalación en su lugar de un funcionario de nombramiento y servil a los criterios de la conveniencia política momentánea.

Como dice el salmo bíblico: un abismo llama a otro abismo. Lo grave y confieso que conjeturo porque no tengo elementos ciertos, es que aprovechando la descomposición del Estado mexicano estén sucediendo otras cosas, inimaginables pues no es fruto de la pura ficción lo que luego diré.

¿Qué pasa si no se demuestra que el gobierno es el espía? ¿Qué peligros corremos si el espionaje proviene de otro país o si los realizadores son parte de los poderes fácticos que espían para luego hacer el escándalo? No suena imposible si nos hacemos cargo de que estos poderes provocan en su ventaja mayor ingobernabilidad, más desasosiego y crisis.

Estos poderes de hecho tienen recursos más que sobrados para adquirir y operar sofisticados instrumentos para el espionaje. En realidad hacerse de una conversación así está al alcance de la mano. ¿Qué tal si es el crimen organizado quien hace esto y también escucha todo lo que llega a la Sedena, a la PGR, a la presidencia? Si pensó que estamos en la absoluta vulnerabilidad los mexicanos, acertó. Nuestro Estado está en riesgo, es frágil porque su clase política y gobernante es espiada de la misma manera que a cualquiera de nosotros se nos puede ver hasta en los más simples detalles.

Ese es el problema. Pensar solo en los “filtradores” es una especie de cinismo, creer que se sabe el precio de todo e ignorar el valor de una sola cosa: que es el país entero el que se está cayendo hoy y solo esmerarse en utilizar la lente que nos muestra un detalle aquí y otro más allá. Bueno, con decirles que hay periodistas que le exigen a Calderón que se deslinde de estos hechos. Por favor.

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