Duele Yucatán, la lejanía y el olvido

Sara Lovera

Cuando algo te impacta o te define en la vida, suceden una de dos cosas: desarrollas eso que te impactó o sencillamente lo escondes en el inconsciente, sobre todo si te hizo daño. Mientras, la historia continúa.

Los asesinatos de mujeres en México han impactado a quienes pronto seremos una generación. La investigación a fondo sobre el feminicidio en México, en la Cámara de Diputados, dejó claro que Yucatán es una de las entidades con menor número de casos.

Pensamos pacíficos a los mayas del siglo XXI, pero borramos las imágenes de la guerra de Castas, la explotación de miles y miles de indios en las haciendas henequeneras, las distintas formas de control social que se ejercen en toda la península, y cómo fueron arrancadas las mujeres en 1916 para pensar en su futuro.

Pero un viaje de regodeo e imprevisto, con esos recuerdos a trozos y esas imágenes confusas de lo positivo –el primer estado donde el aborto fue legal por razones económicas– y de lo negativo, te coloca frente a la realidad, que es mucho más profunda y difícil que la reciente elección en la que el PRI se sirvió con la cuchara grande.

A la desgracia que significa tener al frente del gobierno a una mujer que no entiende nada, se llena de hiel el alma cuando te cuentan a boca de jarro que hay 22 mujeres asesinadas y nadie lo ha investigado; que las mujeres se suicidan, entre otras cosas, por no poder cargar con un nuevo embarazo; que es la entidad con mayor número de suicidios en el país, cuando la confrontación entre los antiguos y nuevos priistas destroza amistades y tranquilidades. Entonces, hay que empezar a preocuparse.

Ahí, en Yucatán, donde gobierna Ivonne Ortega, no se ha puesto en marcha la pomposa Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida libre de Violencia, y la doctora Sandra Peniche y sus planes humanitarios sobre los derechos sexuales y reproductivos tiene que enfrentar cotidianamente las contradicciones odiosas de olvidarse del pasado y volverse neoliberal y aliancista.

La complicidad con los obispos y el conservadurismo, y la negación a los derechos de información y expresión, son otras dos calamidades que acosan a los mayas de Yucatán, donde nadie cuenta lo que realmente pasa y la gente está desinformada y aislada.

Ahí conozco a dos mujeres extraordinarias, que son como un posible puerto de llegada para no hundirse en todo el desencanto. María Eugenia Montalbán, con su necia tenacidad para armar un espacio cultural, de ideas, donde suma discusión política y social a la música más atrevida. Y, como Anais Nin y Antonieta Rivas Mercado, la hace de mecenas por la cultura, finalmente el espacio donde el placer y las ideas pueden desarrollarse.

La otra es una mujer maya llamada Heriberta Canche Tinal, vive en el municipio de Tetiz, es de origen panista y tiene una fortaleza envidiable. Ella ha recorrido muchos años de su vida tratando de ser alcaldesa de su pueblo. Ella es, como muchas mujeres, una soñadora que en una máquina de coser sencilla borda cosas extraordinarias, pero su obra no puede venderse y tiene que trabajar ocho horas, en el más terrible clima caluroso, limpiando las instalaciones de una escuela secundaria.

Heriberta, militante de Acción Nacional, nunca pierde la sonrisa y el humor. Me contó cómo ha trabajado para lograr que sus hijos vayan a la escuela, y mostró un total desconocimiento sobre los derechos sexuales y reproductivos, pero ella es optimista…

Sin embargo, se queja de la inseguridad, de los soldados, del machismo y de la corrupción. Está empoderada, pero sola. Sus bordados se han mostrado en el extranjero, pero todavía tiene que matarse trabajando la doble jornada, además de militar en el PAN e ir a las jornadas y ceremonias religiosas.

Heriberta no sabe que tiene derechos, que puede pedir capacitación para sus vecinas en la materia que le interesa. Y es así porque la simulación nos invade, porque en Yucatán, como en otros lugares, los institutos de las mujeres responden solamente a los intereses del gobierno en turno; porque no hay recursos; porque la política de los hombres nos mantiene dividas, y porque la vida se va por peteneras, sin profundizar en lo importante.

Yucatán me duele, porque ahí está parte de nuestra historia, ahí donde nació la primera presidencia municipal para las mujeres, ahí donde los cacicazgos se prolongan. Y está tan lejos que no recordamos, como no se recuerdan otras cosas, cómo comenzó ahí la historia.

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