Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal
Movilización popular y vandalismo sacudieron las estructuras en Tepito,uno de los barrios más bravos en la ciudad de México. La razón era una protesta con alarma y preocupación porque una banda estaba secuestrando niños. Ya llevaban 12, decían los vecinos, y se los robaban a la gente que llegaba al metro. El miércoles, la voz de la calle decía que estaban extripando los órganos a los niños. Prensa, radio y televisión se hicieron eco de la paranoia y contribuyeron a diseminar el miedo. Laura, la escandalosa presentadora de televisión prometió que llevaría a los padres de las víctimas a su programa para que contaran todo lo que habían sufrido.
Laura no ha podido encontrar a ningún padre. Los vecinos, que reproducen las historias de horror sobre los secuestros de los niños, tampoco han presentado a las autoridades a uno solo de los padres, aunque dicen conocerlos. La Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal no tiene reporte de ningún secuestro en esa zona desde el 18 de mayo, cuando Javier Covarrubias González denunció que al ir a entregar a sus dos hijos a su madre a una unidad habitacional en Tepito, le fueron robados después de darle una golpiza.
Covarrubias González declaró que le fueron arrebatados por varias personas, pero en las averiguaciones los peritos dictaminaron que las lesiones que tenía eran “similares a las infringidas en una producción de autolesiones”. En las pruebas sicológicas apareció la tipología de violencia familiar, y todos, incluida la esposa, comenzaron a sospechar de él. El martes por la mañana, sin que los hijos hubieran aparecido, se dictó su consignación, pero no fue detenido porque huyó.
La noticia de este hecho coincidió con una denuncia esa misma madrugada del martes de una señora que afirmó que mientras se bañaba un par de personas entraron a su casa para robarse a su hijo. La señora declaró que salió de la regadera y les comenzó a gritar, por lo que las dos personas huyeron a bordo de una motocicleta amarilla. La procuraduría abrió una investigación, pero su alarma circuló oralmente por Tepito. Como resultado, los vecinos bloquearon avenidas y calles, aprovechando que no era un día habitual de comercio.
Las autoridades instalaron en la misma calle una mesa del diálogo con los vecinos. Les pidieron mayor vigilancia, y de 10 patrullas de la policía preventiva les prometieron otras 10. La procuraduría, que tiene nueve unidades, ofreció otras 10. Demandaron mayor vigilancia en las escuelas, y se les concedió. Hacia las tres de la tarde del martes, después de haber escalado sus demandas y que les cumplieran todas, dijeron que lo pensarían un poco más. El estrangulamiento vial continuó.
Mientras tanto, el plantón se extendió al llegar el crepúsculo hasta Paseo de la Reforma, y gradualmente se fueron juntando decenas de motocicletas –la policía estima hasta 150-, unas donde llevaban a niños, y muchas más, de mayor tamaño, tripuladas por jóvenes que empezaron a jugar arrancones, a montarlas en una llanta y a echar carreras hasta el Zócalo, a unos dos kilómetros de distancia. En paralelo, comenzó el secuestro de autobuses.
Con un escenario de revuelta en un perímetro que cada vez se ensanchaba más, la policía decidió encapsular a los vecinos y comenzó a detener a decenas de beligerantes. En total hubo 77 detenidos, de los cuales 46 eran adultos; los menores fueron puestos en libertad. Hubo otros ocho, entre 11 y 13 años, que no fueron arrestados. Contra el procedimiento anterior con menores que los dejaban en libertad, en este caso el ministerio publicó abrió una averiguación y fijó una fianza que colectivamente podría alcanzar los 100 mil pesos. Desde el miércoles comenzaron a salir de la cárcel, pero la pregunta se mantiene: ¿Qué sucedió en Tepito?
Ese es un barrio en constante conflicto. Antaño famoso por ser granero de campeones mundiales de boxeo, se convirtió en una especie de mercado de pulgas donde se conseguía todo, ropa, muebles, antigüedades, armas, fusiles de asalto, drogas, mercancía robada, y hasta asesinos por tres mil pesos. La policía federal realiza operativos sistemáticos en contra de la piratería, y en coordinación con las autoridades capitalinas, combaten el narcomenudeo.
Esa es una zona de influencia de Édgar Valdés Villarreal, “La Barbie”, actualmente a salto de mata, pero que siguen operando “El Indio” y “El Chaparro”, como los conocen las autoridades, quienes protegieron y brindaron seguridad a José Jorge Balderas, el “J.J.”, que disparó contra el futbolista Salvador Cabañas hace unos seis meses. En ese barrio, el desmantelado Cártel de los Beltrán Leyva contrató a los sicarios que asesinaron al comandante Édgar Millán en 2008 y a quienes intentaron volar, sin éxito porque les explotó primero la bomba, a un comandante de Seguridad Pública capitalina.
Pero también es una zona donde hay líderes de comerciantes que entraron recientemente en conflicto por territorios, en una recomposición de fuerzas dentro del barrio que es parte del eje criminal en el oriente de la ciudad de México. ¿Fueron ellos los que, dentro de su confrontación, provocaron el problema, demoraron la negociación e hicieron estallar un conflicto social? ¿Fue el narcotráfico como respuesta a los operativos en su contra? El patrón que siguió la movilización popular generó sospechas, pero no hay evidencia, cuando menos hasta ahora, de que haya sido provocado. Lo que sí quedó claro es la fragilidad de una sociedad presa fácil de manipulación.
El barrio de Tepito se sacudió a partir un rumor que movilizó a cientos de personas que tomaron las calles, estrangularon el tráfico durante 24 horas y desafiaron a la autoridad. Pintaron la debilidad institucional que hay en México donde la autoridad no es capaz de ejercerla plenamente –ante la ausencia del jefe de gobierno Marcelo Ebrard, recaía la responsabilidad en el secretario de Gobierno, José Ángel Ávila-, y mostraron cuán proclive está una sociedad a creer lo que oye en forma acrítica, de manera más emocional que racional, en un contexto de temor ante lo criminal y de total irrespeto a la autoridad. Tepito marca un camino para quien quiera movilizar masivamente a la gente jugando con sus ansiedades y sus frustraciones, y donde si el detonante sale de un político, un dirigente o un criminal, es irrelevante cuál pueda ser su fin. Como fue demostrado esta semana, en cualquier caso tendrá éxito.
Movilización popular y vandalismo sacudieron las estructuras en Tepito,uno de los barrios más bravos en la ciudad de México. La razón era una protesta con alarma y preocupación porque una banda estaba secuestrando niños. Ya llevaban 12, decían los vecinos, y se los robaban a la gente que llegaba al metro. El miércoles, la voz de la calle decía que estaban extripando los órganos a los niños. Prensa, radio y televisión se hicieron eco de la paranoia y contribuyeron a diseminar el miedo. Laura, la escandalosa presentadora de televisión prometió que llevaría a los padres de las víctimas a su programa para que contaran todo lo que habían sufrido.
Laura no ha podido encontrar a ningún padre. Los vecinos, que reproducen las historias de horror sobre los secuestros de los niños, tampoco han presentado a las autoridades a uno solo de los padres, aunque dicen conocerlos. La Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal no tiene reporte de ningún secuestro en esa zona desde el 18 de mayo, cuando Javier Covarrubias González denunció que al ir a entregar a sus dos hijos a su madre a una unidad habitacional en Tepito, le fueron robados después de darle una golpiza.
Covarrubias González declaró que le fueron arrebatados por varias personas, pero en las averiguaciones los peritos dictaminaron que las lesiones que tenía eran “similares a las infringidas en una producción de autolesiones”. En las pruebas sicológicas apareció la tipología de violencia familiar, y todos, incluida la esposa, comenzaron a sospechar de él. El martes por la mañana, sin que los hijos hubieran aparecido, se dictó su consignación, pero no fue detenido porque huyó.
La noticia de este hecho coincidió con una denuncia esa misma madrugada del martes de una señora que afirmó que mientras se bañaba un par de personas entraron a su casa para robarse a su hijo. La señora declaró que salió de la regadera y les comenzó a gritar, por lo que las dos personas huyeron a bordo de una motocicleta amarilla. La procuraduría abrió una investigación, pero su alarma circuló oralmente por Tepito. Como resultado, los vecinos bloquearon avenidas y calles, aprovechando que no era un día habitual de comercio.
Las autoridades instalaron en la misma calle una mesa del diálogo con los vecinos. Les pidieron mayor vigilancia, y de 10 patrullas de la policía preventiva les prometieron otras 10. La procuraduría, que tiene nueve unidades, ofreció otras 10. Demandaron mayor vigilancia en las escuelas, y se les concedió. Hacia las tres de la tarde del martes, después de haber escalado sus demandas y que les cumplieran todas, dijeron que lo pensarían un poco más. El estrangulamiento vial continuó.
Mientras tanto, el plantón se extendió al llegar el crepúsculo hasta Paseo de la Reforma, y gradualmente se fueron juntando decenas de motocicletas –la policía estima hasta 150-, unas donde llevaban a niños, y muchas más, de mayor tamaño, tripuladas por jóvenes que empezaron a jugar arrancones, a montarlas en una llanta y a echar carreras hasta el Zócalo, a unos dos kilómetros de distancia. En paralelo, comenzó el secuestro de autobuses.
Con un escenario de revuelta en un perímetro que cada vez se ensanchaba más, la policía decidió encapsular a los vecinos y comenzó a detener a decenas de beligerantes. En total hubo 77 detenidos, de los cuales 46 eran adultos; los menores fueron puestos en libertad. Hubo otros ocho, entre 11 y 13 años, que no fueron arrestados. Contra el procedimiento anterior con menores que los dejaban en libertad, en este caso el ministerio publicó abrió una averiguación y fijó una fianza que colectivamente podría alcanzar los 100 mil pesos. Desde el miércoles comenzaron a salir de la cárcel, pero la pregunta se mantiene: ¿Qué sucedió en Tepito?
Ese es un barrio en constante conflicto. Antaño famoso por ser granero de campeones mundiales de boxeo, se convirtió en una especie de mercado de pulgas donde se conseguía todo, ropa, muebles, antigüedades, armas, fusiles de asalto, drogas, mercancía robada, y hasta asesinos por tres mil pesos. La policía federal realiza operativos sistemáticos en contra de la piratería, y en coordinación con las autoridades capitalinas, combaten el narcomenudeo.
Esa es una zona de influencia de Édgar Valdés Villarreal, “La Barbie”, actualmente a salto de mata, pero que siguen operando “El Indio” y “El Chaparro”, como los conocen las autoridades, quienes protegieron y brindaron seguridad a José Jorge Balderas, el “J.J.”, que disparó contra el futbolista Salvador Cabañas hace unos seis meses. En ese barrio, el desmantelado Cártel de los Beltrán Leyva contrató a los sicarios que asesinaron al comandante Édgar Millán en 2008 y a quienes intentaron volar, sin éxito porque les explotó primero la bomba, a un comandante de Seguridad Pública capitalina.
Pero también es una zona donde hay líderes de comerciantes que entraron recientemente en conflicto por territorios, en una recomposición de fuerzas dentro del barrio que es parte del eje criminal en el oriente de la ciudad de México. ¿Fueron ellos los que, dentro de su confrontación, provocaron el problema, demoraron la negociación e hicieron estallar un conflicto social? ¿Fue el narcotráfico como respuesta a los operativos en su contra? El patrón que siguió la movilización popular generó sospechas, pero no hay evidencia, cuando menos hasta ahora, de que haya sido provocado. Lo que sí quedó claro es la fragilidad de una sociedad presa fácil de manipulación.
El barrio de Tepito se sacudió a partir un rumor que movilizó a cientos de personas que tomaron las calles, estrangularon el tráfico durante 24 horas y desafiaron a la autoridad. Pintaron la debilidad institucional que hay en México donde la autoridad no es capaz de ejercerla plenamente –ante la ausencia del jefe de gobierno Marcelo Ebrard, recaía la responsabilidad en el secretario de Gobierno, José Ángel Ávila-, y mostraron cuán proclive está una sociedad a creer lo que oye en forma acrítica, de manera más emocional que racional, en un contexto de temor ante lo criminal y de total irrespeto a la autoridad. Tepito marca un camino para quien quiera movilizar masivamente a la gente jugando con sus ansiedades y sus frustraciones, y donde si el detonante sale de un político, un dirigente o un criminal, es irrelevante cuál pueda ser su fin. Como fue demostrado esta semana, en cualquier caso tendrá éxito.
Comentarios