Carlos Monsiváis y la secta boba

Fausto Petrelín

No es el momento para colocar acentos a las palabras graves, a menos que Gabriel García Márquez decida lo contrario. Mucho menos es anímicamente positivo criticar a la atmósfera mortuoria en un país que convierte a los muertos en santos de manera súbita. Santo súbito. Sin embargo, no puedo obsequiar al olvido lo sucedido durante la mañana del pasado domingo en Bellas Artes durante la obligada despedida del excepcional escritor Carlos Monsiváis, porque lo ocurrido ahí, es una muestra significativa de que el fanatismo provoca el tipo de ceguera matizada por Saramago en su novela Ensayo sobre la ceguera. Carlos Monsiváis fue un pensador de excepción, porque creo que utilizaba sus pulmones como cerebros en los que almacenaba su memoria, su sed por el conocimiento universal y su humor (algo fresco en una sociedad conservadoramente aburrida).

Sééécta. Soy de los que pienso que a la gramática es necesario reinventarla segundo a segundo y, sobre todo, en aquellos momentos en los que la perplejidad toca a la conciencia. Por eso, cuando supe que Jesusa Rodríguez se convirtió en cadenera de Bellas Artes frente al féretro de Monsiváis, me provocó una reflexión sobre el fanatismo. Jesusa Rodríguez decidió quién sí y quién no podía ingresar al pasillo central de Bellas Artes. Por unas horas, Jesusa convirtió el cuerpo de Monsiváis en terreno privado. En su propiedad.

Al ver a Alonso Lujambio, Jesusa comenzó a teatralizar la misma obra en la que siempre le gusta actuar: la intolerancia. Hay actos oficiales que representan el ingreso a la solemnidad artística o panteón de las ideas. Simbolismo puro, si así se le quiere ver. Bellas Artes es EL espacio semiótico artístico por antonomasia; refugio de ideas históricas y conservatorio de esperanzas. ¡Fuera!, ¡fuera!, ¡fuera! gritaba Jesusa confundiendo al recinto con la Arena México. Máscara contra cabellera. A partir de ese momento los integrantes de la secta boba increparon a Lujambio: “Hijo de la chingada, es decir, de Elba Esther”¡Vete! ¡Fuera! ¡Fuera!

Como se pudo comprobar durante los primeros días de julio de 2006, la política mexicana se encuentra colonizada por la ideología del fanático; fuerza psíquica que presuma bandera libertaria pero, al mismo tiempo, en ella subyace un determinismo bobo. Homenajear a Monsiváis a través de la intolerancia es el peor regalo que se le puede obsequiar a quien tenía, como principal herramienta de inteligencia, la pluma.

De pequeño leía textos de Monsiváis con entusiasmo. Confieso que muchos de ellos no los entendía, sin embargo, su perfil multifacético me llamaba la atención. ¿Por qué en un país tan grande existen pocos que pueden escribir la producción de Monsiváis? Me preguntaba abrumado porque en periódico o revista que compraba, aparecía publicado un texto de Monsiváis. Pasaron los años y entendí que su lenguaje erosionaba al aburrido, anquilosado y, en muchas ocasiones, ignorante perfil de la clase política, es decir y en pocas palabras, se los cachondeaba. Los textos de Monsiváis me motivaron a debatir con él, sin que él se enterara. Una tarde de domingo, caminando por la calle Michoacán en la colonia Condesa lo vi en el interior de un Starbucks, quizá asimilando el comportamiento de uno de los laboratorios juveniles más representativos de nuestra época. Pensé en cuestionarle sobre su ausencia de crítica hacia la izquierda cavernaria. Se encontraba demasiado tranquilo para irrumpir en su atmósfera

Comentarios