Rogelio Amaral
La noticia corrió como reguero de pólvora. "¡Carlos Monsiváis ha muerto!" -al poco tiempo, lo confirmaban los noticieros de la mañana- pues bien, oficialmente se avisa su deceso pero ¿de verdad está muerto?
Un genio de la ironía, de la improvisación, conocedor de todo cuanto pueda concebirse del Arte y de la Cultura, sobre todo popular, ser humano congruente como pocos, un ícono de la izquierda intelectual de México no, no puede estar muerto. Está más vivo que nunca.
Pero, si lo estuviera, con él se habría ido un valiente exponente del intelectual comprometido con las causas sociales del país, un luchador de primera fila en todos los combates en defensa de la justicia y la razón, un moderno Quijote de todas las causas de la equidad, del respeto a las minorías y explorador de la tolerancia más sorprendente.
Lo conocí en 1968. En ocasión de mi ingreso a una muy Antigua y Honrosa Institución, dirigida precisamente por uno de los Monsiváis, Antonio, en Tijuana. Esa vez nos acompañó a la cena obligada luego de la ceremonia de iniciación, en un Restaurant de chinos, el viejo 'Kong Su' hasta bien entrada la noche, sazonando la charla con una salsa verbal llena de ocurrencias, más suculenta que el pato asado -o 'Fu Ap' que se sirvió a los comensales, entre otras linduras orientales.
Luego, en la capital, lo volví a encontrar durante los cursos de vereano en la Escuela Normal Superior de México, cuando yo cursaba la especialidad de Lengua y Literatura Españolas, visitando a los Maestros Arqueles Vela Salvatierra y Ermilo Abreu Gómez, en su casona de Frontera 28, pero esta vez convertido en un activista emocionado de la justa lucha estudiantil de ese mismo año, que culminó en tragedia.
Su agudeza al describir el resultado de la lucha estudiantil me hizo verlo, al paso del tiempo, como casi un profeta, admirándolo doblemente por su inteligencia y su profunda capacidad de análisis, superior a la de casi todos sus contemporáneos.
En fin, ha muerto.
Quizá era el paso necesario para que se elevase a la inmortalidad.
Allá estará, con San Roque -muy a pesar de su origen metodista- preparándole su lugar a los gatos que lo acompañaron durante sus últimos años de vida como leales pajes de su pequeño reino de letras y pensamientos elevados.
La izquierda está de luto.
Vimos sus exequias y vimos a sus amigos haciéndole guardia.
Sin embargo, extrañamos a Felipe, que pudo viajar a Sudáfrica, pero no le alcanzó el tiempo de su apretada agenda para llegar al Palacio de Bellas Artes a despedirse de ti.
Ni modo 'Monsi', aunque nadie lo entenda, su ausencia, en tu caso, fue el mejor homenaje.
La noticia corrió como reguero de pólvora. "¡Carlos Monsiváis ha muerto!" -al poco tiempo, lo confirmaban los noticieros de la mañana- pues bien, oficialmente se avisa su deceso pero ¿de verdad está muerto?
Un genio de la ironía, de la improvisación, conocedor de todo cuanto pueda concebirse del Arte y de la Cultura, sobre todo popular, ser humano congruente como pocos, un ícono de la izquierda intelectual de México no, no puede estar muerto. Está más vivo que nunca.
Pero, si lo estuviera, con él se habría ido un valiente exponente del intelectual comprometido con las causas sociales del país, un luchador de primera fila en todos los combates en defensa de la justicia y la razón, un moderno Quijote de todas las causas de la equidad, del respeto a las minorías y explorador de la tolerancia más sorprendente.
Lo conocí en 1968. En ocasión de mi ingreso a una muy Antigua y Honrosa Institución, dirigida precisamente por uno de los Monsiváis, Antonio, en Tijuana. Esa vez nos acompañó a la cena obligada luego de la ceremonia de iniciación, en un Restaurant de chinos, el viejo 'Kong Su' hasta bien entrada la noche, sazonando la charla con una salsa verbal llena de ocurrencias, más suculenta que el pato asado -o 'Fu Ap' que se sirvió a los comensales, entre otras linduras orientales.
Luego, en la capital, lo volví a encontrar durante los cursos de vereano en la Escuela Normal Superior de México, cuando yo cursaba la especialidad de Lengua y Literatura Españolas, visitando a los Maestros Arqueles Vela Salvatierra y Ermilo Abreu Gómez, en su casona de Frontera 28, pero esta vez convertido en un activista emocionado de la justa lucha estudiantil de ese mismo año, que culminó en tragedia.
Su agudeza al describir el resultado de la lucha estudiantil me hizo verlo, al paso del tiempo, como casi un profeta, admirándolo doblemente por su inteligencia y su profunda capacidad de análisis, superior a la de casi todos sus contemporáneos.
En fin, ha muerto.
Quizá era el paso necesario para que se elevase a la inmortalidad.
Allá estará, con San Roque -muy a pesar de su origen metodista- preparándole su lugar a los gatos que lo acompañaron durante sus últimos años de vida como leales pajes de su pequeño reino de letras y pensamientos elevados.
La izquierda está de luto.
Vimos sus exequias y vimos a sus amigos haciéndole guardia.
Sin embargo, extrañamos a Felipe, que pudo viajar a Sudáfrica, pero no le alcanzó el tiempo de su apretada agenda para llegar al Palacio de Bellas Artes a despedirse de ti.
Ni modo 'Monsi', aunque nadie lo entenda, su ausencia, en tu caso, fue el mejor homenaje.
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