Cananea: "Y la casa comenzó a llenarse de humo"

Arturo Rodríguez García

Eran cerca de las 7:00 de la mañana cuando Sixto Cepeda, un hombre de 72 años postrado en silla de ruedas, debido al mal de parkinson, despertó por las detonaciones que se escuchaban en el exterior y por los gritos desesperados de su esposa y sus dos hijas. Intentó calmarlas pero fue imposible: el gas lacrimógeno inundaba su casa; le ardía todo el cuerpo.

Acompañada por su hija Diana y su nieta Maribel, Josefina, esposa de don Sixto, desayunaba tranquila en la cocina de su casa, ubicada en una calle cercana a la mina, en el sitio conocido como Cananea Vieja. De pronto, un ruido extraño, como si se hubiera quebrado un vidrio y la casa comenzó a llenarse de humo.

“Hablábamos de que olía muy fuerte a flores, pero de repente se volvió más fuerte y empezamos a llorar. Nos ardía todo, corrimos a la puerta; pero mi papá se quedó en su cama, no podíamos con él”, dice Diana Maribel.

En el exterior, los integrantes de la Sección 65 corrían e intentaban esconderse del convoy federal que los seguía en pleno casco urbano. Sólo se detuvieron a ofrecer resistencia en ese lugar, frente a la casa de Sixto; intentaron proteger al viejo, a quien sacaron cargado pidiendo a gritos agua.

“Yo no sabía qué hacer, tenía abrasada a mi hija y no la quería soltar. Como pude llené unas cubetas de agua, para que los mineros se lavaran y también mi papá”, agrega Diana Maribel.

Durante varias horas, Sixto Cepeda hospitalizado luego de sufrir los efectos de dos granadas de gas lacrimógeno que la Policía Federal arrojó en su casa esta mañana.

Pero Sixto no quiere hablar más de eso. En la sala de su casa, con los temblores más agudos desde el amanecer, marca un alto con la mano:

“Tengo casi 15 años así. Esto me dio cuando la empresa me corrió por un accidente.”

Desde 1974 Sixto Cepeda trabajó en Mexicana de Cobre, donde empezó como pailero, luego soldador y finalmente, jefe de soldadores.

Un día de 1993 tuvo un accidente automovilístico en la carretera Cananea-Imuris, la que el gobierno federal, el estatal y Grupo México, prometieron que van a convertir en autopista de cuatro carriles una vez resulto el conflicto con la Sección 65.

Estuvo a punto de morir, pero el hospital Ronquillo, que opera Grupo México, le negó la atención médica. Por si fuera poco, fue despedido mediante un laberíntico proceso jurídico administrativo.

“Inventaron que andaba borracho para negarme la incapacidad. Luego dijeron que había abandonado el trabajo. Me dejaron en la calle”, recuerda.

Resignado, luego de recuperarse por los efectos de las dos granadas de gas lacrimógeno que entraran por la ventana de su habitación, Sixto concluye: “Me volvió a chingar la empresa”.

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