La solidaridad y el espíritu de cuerpo que caracteriza a las instituciones de seguridad de Estados Unidos tienen su origen en la mafia, en la omertá, en organizaciones secretas en las que el silencio y la complicidad de sus miembros significan cohesión ideológica y fuerza político-administrativa tan poderosas, que abortan las investigaciones internas y vuelcan a su favor la opinión de la sociedad y la de los jueces.
Serán muy pocos de los interesados en estos temas que no recuerden el suceso y desenlace de la golpiza a Rodney King, quien el 3 de marzo de 1991, después de ser perseguido en la autopista por la policía, para luego de saltarse varios semáforos entregarse en el distrito de Lake View Terrace. Cuentan que se resistió al arresto, por lo que fue derribado, inmovilizado y golpeado -diríase que con fruición violenta- por cuatro policías blancos de Los Ángeles.
Se acusó a los cuatro agentes de uso excesivo de la fuerza durante el arresto. Debido a la amplia cobertura del suceso, el juicio fue llevado a un nuevo juzgado en Simi Valley, zona predominantemente blanca de la ciudad de Ventura County. El 29 de abril de 1992, el jurado rechazó todas, menos una, las acusaciones.
Salvo por los primeros minutos, la paliza fue grabada por George Holliday, un videoaficionado. Las imágenes dieron la vuelta al mundo, y a pesar de ser prueba incontrovertible, nadie pudo sancionar a los cuatro policías.
Lo mismo ocurre ahora con los testimonios oculares y la videograbación de un teléfono celular en el caso de Anastasio Hernández, torturado hasta la muerte por “no cooperar” para su arresto en la garita de San Isidro, California. Sin exagerar, pudiera pensarse que quienes lo mataron procedieron influenciados por la racista Ley Arizona, porque Anastasio tenía pinta de mexicano, hablaba como mexicano, vestía como mexicano, caminaba como mexicano, era un “frijolero” al que fue necesario llamar al orden, para poner el ejemplo, para que se vea quién manda en ese país. Esas actitudes son las que llevaron a Adolfo Hitler al poder, son las que construyeron sistemas como el “apartheid”.
Lo sucedido a Anastasio me recuerda la agraviante pero certera y realista declaración del entonces presidente Vicente Fox, soltada con la intención de promover un acuerdo migratorio con su amigo George W. Bush. “Los mexicanos hacen los trabajos que ya ni los negros quieren hacer”, así lo dijo y así ocurrió, pues hoy son los emigrantes de este maltratado país los que son golpeados y asesinados en lugar de los negros.
Si esa es la actitud fomentada por propuestas legales como la Ley Arizona, o por la impunidad de sus autoridades cuando de someter con uso excesivo de violencia e incluso asesinar a quien consideran fuera de la ley, nada debe extrañarnos que Sergio Adrián Hernández, de 14 años, fuese asesinado a tiros por un integrante de la Patrulla Fronteriza cuando jugaba con cuatro amigos bajo el “Puente Negro”, en Ciudad Juárez, en una zona limítrofe con Estados Unidos, pero que aún es parte de territorio mexicano.
Sergio Adrián Hernández Huereca fue ejecutado al pie de uno de los castillos que soportan la estructura del puente.
No hay confusión posible, se trata de una ejecución porque así le vino en gana a quien lo hizo, pues segundos antes se le habían “pelado” unos ilegales que regresaron a territorio mexicano indemnes, y sintió que alguien tenía que pagársela. Ese alguien fue Sergio Adrián.
La reacción de las autoridades estadounidenses corre en dirección de la búsqueda de impunidad para su ciudadano, su funcionario, su ejecutor, pues todo indica que así es, como consta en las videograbaciones y los testimonios de quienes presenciaron el hecho. También en las declaraciones de sus jefes. Primero aseguraron temerariamente que elementos del Ejército Mexicano los encañonaron, lo que no fue cierto, y ahora insisten en revivir el episodio bíblico del diminuto israelita vencedor del enorme filisteo.
Resulta que la Patrulla Fronteriza sostiene que las piedras son armas letales, por lo que si alguno de sus agentes es atacado con ellas “y teme por su vida, entonces su mano se ve forzada” a disparar.
Los agentes de la patrulla fronteriza de Estados Unidos deben haber sido entrenados como robots, con reflejos condicionados y sin consideración ética, moral y humana alguna para hacer su oficio, pues “una mano que se ve forzada” es como aceptar que la o las manos también se ven forzadas al onanismo, la masturbación, el robo, lo que sea, pero es la mano, nunca la conciencia, el cerebro o la razón.
Y eso de que las piedras son armas letales, bueno, los resultados de la Intifada I e Intifada II muestran lo contrario, por lo regular los cadáveres los ponen los palestinos, pues para que la piedra sea como una quijada de burro, hay que tener al enemigo postrado, a los pies, inerme, sobre todo hoy que las armas modernas impiden la proximidad del supuesto atacante.
Ni modo, las autoridades policiales y migratorias de Estados Unidos impidieron, de manera letal, que Anastasio y Sergio vieran el “fut”, lo malo es que el crimen puede ser adictivo.
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