Silencio mediático, periodismo cero, mezquindad en Twitter

Raúl Trejo Delarbre

El silencio se ha convertido en noticia, ante la ausencia de información acerca de la desaparición de Diego Fernández de Cevallos. Opaco y ominoso, el mutismo es mejor que las malas noticias y siempre será preferible a los rumores, aunque esta situación no podrá extenderse durante demasiado tiempo.

Nadie sabe, o al menos nadie explica en público, quiénes y por qué plagiaron a Fernández de Cevallos. Nadie, o al menos nadie que lo diga de manera abierta, tiene evidencias que conduzcan a entender ese acontecimiento terrible. Pero son muchísimos, tanto en los espacios mediáticos como desde todos los colores del arcoiris político, quienes han arriesgado conjeturas que aun cuando no son más que eso, llegan a ser consideradas como posibles verdades.

A falta de certezas, el silencio y la cautela. Articulistas y columnistas no suelen indicar a qué horas escribieron sus comentarios pero en este caso la posibilidad de revelaciones obliga a decir, por ejemplo, que estas líneas se escriben al filo de las 9 de la noche del jueves. Hasta este momento, sin novedad en el frente mediático. No news, en este caso significa, simplemente, no news…

Por eso resulta un tanto sobreactuada la indignación de quienes aprovechan la declaración de silencio de algunos medios –especialmente Televisa– para despotricar contra ellos. Autocensura, denuncian algunos. Traición a sus responsabilidades, síndrome antiperiodístico, complicidad incluso, proclaman otros. Pero si lo que tuvimos hasta la noche del martes cuando Televisa anunció que dejaría de informar sobre el caso Fernández de Cevallos no fueron mas que reiteraciones, obviedades y suposiciones –es decir, no-información– entonces los televidentes no pierden nada con ese receso noticioso.

El programa especial que Televisa transmitió el sábado por la noche patentizaba esa ausencia de información. Cero datos duros, cero certezas, cero noticias. Así que si es de esa pobreza informativa de lo que se abstiene Televisa, no habrá diferencia alguna entre la cobertura y la ausencia de ella a propósito de la desaparición del licenciado Fernández de Cevallos.

Resulta extraña la petición de la familia para que cese el estruendo mediático en torno a ese caso. Es difícil suponer que, si es que hay negociaciones, los posibles secuestradores hayan exigido que cese la mención de ese tema en la televisión. Quienes hayan secuestrado a Fernández de Cevallos no podrían haber ignorado el escándalo en los medios y la extrema inquietud política que causarían.

De lo que Televisa se inhibe, es de practicar en un tema específico el mismo periodismo fofo que suele difundir (periodismo soft podríamos decir de manera más descriptiva). Ese periodismo es una ensalada insípida confeccionada con muchas declaraciones, escasos hechos y uno que otro comentario por lo general peyorativo. Es un periodismo profesionalmente pobre y desde luego no es exclusivo de esa empresa.

La casi total ausencia de investigación constituye una dolencia endémica de todo el periodismo mexicano, apenas atenuada por los reportajes de unas cuantas publicaciones impresas y, muy excepcionalmente, en algún medio electrónico. Seguramente no sería fácil hacer periodismo de investigación en un asunto tan definido por hermetismos, perplejidades y temores como es la desaparición de Fernández de Cevallos, pero al menos hasta ahora ningún medio ha mostrado afán de búsqueda noticiosa alguno en ese asunto.

Lo que hemos presenciado, especialmente en los primeros días a partir del sábado 15, ha sido una cascada de suposiciones, versiones por fortuna falsas e incluso sorprendentes improvisaciones por parte de comunicadores con larga experiencia. Las pifias de aquel sábado por la tarde en varias frecuencias radiofónicas tendrían que ser motivo de una elemental autocrítica de quienes, sin duda en un legítimo pero demasiado apresurado afán por la primicia, dieron por buenas las versiones pavorosas que circulaban por las llamadas redes sociales en Internet.

Sometido a Twitter, el periodismo de aquellas horas y los días recientes reemplazó con murmuraciones la ausencia de noticias. El patético desconcierto del gobierno federal contribuyó a esas confusiones, pero no dejaría de ser interesante que alguien le siguiera la pista a esas y otras versiones falsas que han proliferado sobre la desaparición de Fernández de Cevallos.

Abierta a la especulación en 140 caracteres, Twitter se ha confirmado como instrumento eficaz para esparcir hechos –auténticos o falsos, les da lo mismo a los compulsivos del reenvío de mensajes– y absolutamente hermético a la deliberación. Lo que allí prosperan son el calificativo punzante, la aseveración categórica y desde luego la reprobación catártica.

Diego Fernández de Cevallos nunca ha sido ni ha querido ser un personaje popular. Sus posiciones públicas y sus negocios privados han merecido documentados cuestionamientos. Pero cuando según los hechos conocidos Fernández de Cevallos es víctima de un atentado, aprovechar esa circunstancia como hacen centenares de twitteros para denostarlo e injuriarlo, ha sido expresión de una cultura política de párvulos. O, para decirlo a la manera de esos mensajes, el escarnio en Twitter contra el #jefediego ha manifestado comportamientos miserables, de una indecorosa mezquindad

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