Población desesperanzada

Eduardo Ibarra Aguirre

No es de regatearse la importancia que puede tener para la salud de la República que un titular del Ejecutivo federal –“Haiga sido como haiga sido”--reconozca ante el Consejo de la Comunicación, que reúne a las empresas más poderosas del país, la existencia de “Una población desesperanzada en muchas de sus vertientes fundamentales”.

Tener el diagnóstico adecuado acerca a las posibles y mejores soluciones de los problemas. Pero Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, al abundar sobre su acertada conclusión, en la víspera de comenzar el último tercio de su gobierno, pareciera andar el camino en sentido opuesto.

Primero porque lleva tiempo empeñado en demostrar que la realidad del país es una, y muy distinta y positiva respecto a la forma negativa en que la ciudadanía la percibe. El manejo maniqueo de percepción y realidad llega a extremos tan grotescos que hace tiempo escuché en Proyecto 40 a una colega sentenciar sin sonrojarse: “Percepción mata realidad”.

Percepción, de acuerdo al diccionario común y corriente, es: “1 Primer conocimiento de una cosa por medio de las impresiones que comunican los sentidos: percepciones sensoriales (…) 3 Manera en que una persona percibe o comprende algo: su percepción del mundo es muy diferente de la nuestra”.

Los propagandistas de Calderón Hinojosa –mucho me temo que no emplea sicólogos sociales-- lo introdujeron en la peligrosa pendiente de que una y muy alentadora es la obra de su gobierno, por ejemplo en la Guerra contra el narcotráfico y el crimen organizado, estrategia que ya critican desde el Departamento de Estado y el Pentágono estadunidenses, y buena parte de los dueños de México, y otra la percepción de inseguridad, miedo y hasta terror que padecen franjas amplias de la ciudadanía.

Calderón se refugia en los datos duros del número de asesinatos por cada 100 mil habitantes, y seguramente no le falta razón. Pero omite que la ilegal militarización del país provoca amplios rechazos e inquieta hasta a sus mismos partidarios y grandes electores, que la crueldad y el exhibicionismo asesinos están en primer término en la agenda informativa, y que aquellos no se observaban desde hace un siglo cuando menos. Y el Ejército no recorre buena parte del país brindando lecciones de civilidad, sino sembrando el terror con base en robos, abusos sexuales, torturas y no pocos asesinatos a la luz del día.

Pero el abogado y economista que cursó un diplomado en Harvard y que ya nadie se atreve desde Los Pinos a presentarlo como doctorado, de un salto generalizó su teoría sobre percepción y realidad. “La gente, a partir de lo que ve, a partir de lo que oye, quizá mucha de ella sigue pensando que seguimos inmersos en una enorme crisis y, peor aún, que eso no tiene remedio”.

Se entiende que el marido de Margarita Zavala Gómez del Campo no ejercita el uso de papel moneda y menos la función de consumidor, porque todo lo tiene a la mano y, a veces, sin solicitarlo le adivina el pensamiento la infranqueable corte de lacayos que lo rodea. Vive, pues, en el limbo, en un mundo ficticio que para su desgracia --y fortuna del país-- concluye el 30 de noviembre de 2012.

“No hay confianza en el consumidor”, es para el michoacano de Morelia la causa de que el mercado interno no crezca, “aunque la economía está creciendo enormemente en el mercado externo”. Del empleo –2 millones 500 mil mexicanos carecen de él-- y los bolsillos de las mayorías empobrecidas para qué ocuparse.

Y dejó en manos de los hacedores de la “maravillosa” campaña para promover el comportamiento honesto entre los ciudadanos, el Consejo Nacional de la Publicidad, la plutocracia mexicana, para “transformar y revolucionar la actitud de los mexicanos”. ¡De ese tamaño!

Comentarios