Desde inicios de este 2010 corrió la versión que entre el gobierno de Enrique Peña Nieto y los altos ejecutivos de Televisa existían diferencias que podían conducir a una ruptura entre los dos entes que se han utilizado mutuamente.
Las razones del posible pleito no eran claras. Se llegó a hablar, incluso, de un lío amoroso, de negocios no cumplidos y, sobre todo, de mucho dinero en disputa. Proceso pudo confirmar un dato: a los estrategas publicitarios de Televisa no les cayó muy bien que el convenio anual entre el Estado de México y el monopolio disminuyera de 80 a 60 millones de dólares anuales. Es decir, de casi mil millones de pesos a poco más de 700 millones de pesos.
Esta versión confirmaba lo que ambas partes han negado insistentemente. Televisa ha llegado al descaro de negar en desplegados publicados en la prensa nacional lo que la pantalla documenta todo el tiempo: que no existe favoritismo alguno hacia Peña Nieto, que es una invención de este reportero que desde 2005 a la fecha se hayan destinado más de 3 mil millones de pesos para construir la imagen mediática del “bombón” con ayuda de las carretadas presupuestales y de donantes no claros.
Peña Nieto ha dicho, una y otra vez, que se trata de una “leyenda”, de un “mito” que su gobierno se haya convertido en el reino de los infomerciales, de las entrevistas pagadas, de la publicidad integrada y del advertainment, es decir, de la promoción publicitaria no explícita a través de los programas de espectáculos.
Bajo esta premisa, es posible que a ambas partes les convenga divulgar la versión de un pleito. Ni a Televisa ni a Peña Nieto les conviene que se conozcan los contratos originales, los fideicomisos a través de los cuales les dan la vuelta a la fiscalización pública y las donaciones “en especie” de millones de pesos destinados a comprar espacios en la pantalla del consorcio televisivo.
Sin embargo, existen otros indicios y testimonios que apuntan, por lo menos, a una presión de Televisa, a través de espacios periodísticos periféricos o de columnas de prensa, donde se deja ver la huella de la empresa, pero sin asumir la responsabilidad alguna.
Así sucedió cuando se divulgó el escándalo sobre el acuerdo firmado entre el gobierno de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto para garantizar que no existieran alianzas opositoras en 2011, a cambio de que la diputación del PRI en la Cámara de Diputados aprobara el presupuesto para 2010. La revelación clave fue publicada por Carlos Loret de Mola, conductor de Primero Noticias y colaborador de El Universal. Sus columnas en este periódico de vez en vez se han convertido en mensajes cifrados, nunca explícitos donde el periodista de Televisa no asume el claro conflicto de interés que acarrea defender a la empresa televisiva bajo argumentos de aparente análisis político.
Loret de Mola ensayó este martes otro ejercicio de deslinde entre Televisa y Peña Nieto en su columna publicada de este 11 de mayo. Con un candor extraordinario, el colega y paisano escribe en su “Historias de Reportero” que los dardos lanzados en contra de Peña Nieto por sus adversarios del PAN, del PRI y del movimiento lopezobradorista equivocan el tino, porque “están apuntando sólo a la exposición pública del gobernador del Estado de México”.
Que si sale en la tele, que cuántos minutos, que si contratos, que si paga, que si su novia hacía telenovelas, que si todo es el guión de un programa televisivo para poner desde la pantalla a un presidente. Son temas relevantes para la discusión pública, merecen atención porque cuestionan la aplicación de la ley, pero este reportero no recuerda un solo caso de un solo político de un solo país que haya perdido una elección porque lo acusen de aparecer en la televisión más de la cuenta. Este es un tema del `círculo rojo’, alejadísimo de las verdaderas necesidades de la población en general, escribe Loret de Mola en un párrafo memorable.
Lo relevante, por supuesto, no es si Peña Nieto sale en la televisión. Lo relevante es cuánto le cuesta al erario mexiquense la promoción personal del gobernador y cuánto cobra Televisa por espacios supuestamente informativos o de entretenimiento que, en realidad, constituyen propaganda encubierta de contenido propio de la televisora. Lo relevante es el fraude a las audiencias y a sus accionistas minoritarios que hasta ahora no saben exactamente cómo le hace Televisa para darle la vuelta a la regulación en materia de gastos publicitarios y contienda electoral. Lo relevante es que Televisa utilizó a Peña Nieto como modelo para vender espacios a precios estratosféricos a otros políticos bisoños, gobernadores y gobernadoras ansiosos de convertirse en clientes frecuentes de la pantalla televisiva, o para obtener beneficios extralegales para sus grandes negocios de telecomunicaciones, inmobiliarios y publicitarios.
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