Aviados estamos. Resulta que las células de seguridad interna de los cárteles, o al menos las de algunos de ellos, son superiores en discreción, técnicas de espionaje e infiltración que los organismos de seguridad nacional y seguridad pública del Estado. Las pruebas están a la vista.
Por nota informativa de Reforma nos enteramos que Joaquín El Chapo Guzmán e Ismael El Mayo Zambada operan un eficiente sistema de espionaje, de seguridad interna con el que obtuvieron reportes que la DEA entrega a México, lo que les permite operar con eficiencia el contrabando de estupefacientes, al contar en el momento indicado con la información de los operativos policíacos.
Por el contrario, la supuesta nómina de El Chapo Guzmán sólo ha resultado útil para llevar a la cárcel a 9 militares detenidos en junio de 2009. Los documentos originales están escritos en clave y lo único claro es que había un calendario de depósitos para todos los soplones del cártel de Sinaloa.
La reflexión es obvia: además de que son más eficientes los sistemas de inteligencia de la delincuencia organizada que los del Estado, las instituciones gubernamentales que conciben, diseñan y operan las acciones contra los barones de la droga están infiltradas y -posible pero poco o harto difícil de probar- esos infiltrados están en contacto con traidores que les entregan con toda oportunidad la información necesaria para que el trasiego de estupefacientes se haga con márgenes de tranquilidad y tiempo suficiente para que quienes no se han dejado corromper sólo les vean el polvo.
Sobre estas dos consecuencias de la guerra declarada por el Estado a la delincuencia organizada, aparece la denunciada antier por Raymundo Riva Palacio. Nos refiere al uso de mercenarios; a fin de cuentas los hoy calificados como sicarios no son sino los antes conocidos mercenarios, usados desde hace cientos de años, pues la guerra es tan antigua como el ser humano y siempre se ha visto como un negocio, porque alguien se beneficia con los muertos, incluidos los daños colaterales.
Riva Palacio refiere directamente al lector a Blackwater, organización que sirve con eficiencia y discreción a sus empleadores. Hay antecedentes previos. El más reciente corresponde a las versiones nunca desmentidas, pero también nunca certificadas, de que la comunidad judía en México se sirve de ex integrantes del Instituto de Inteligencia y Operaciones Especiales de Israel (Mossad) para defender la integridad física y los intereses de sus miembros, lo que nos lleva a organizaciones de limpieza étnica e ingeniería social que han operado desde hace decenios en América Latina.
La Triple “A” lo misma limpiaba las calles de indigentes que levantó supuestos guerrilleros, delincuentes o enemigos del Estado, cuya identidad se correspondía con la de los enemigos de quienes pagaban sus servicios. Grupos paramilitares o parapoliciales de ese tipo han operado con sobrada eficiencia para servir a los intereses de sus empleadores en Brasil, donde fueron concebidos como organismos de ingeniería social; en Argentina, donde los peronistas y los montoneros los usaron como instrumentos del terror, y en Guatemala, donde la limpieza étnica era considerada urgente. Parece que hoy están en México, lo que es abrir la caja de Pandora, porque cuando operaron en los países mencionados no contaban con el número de activos ni con el armamento con el que hoy cuenta la delincuencia organizada en México.
María Zambrano, discípula de José Ortega y Gasset, advierte: “Y como en los ritos orgiásticos, la lenta angustia se resolvía en un instante de epilepsia; la larga humillación en un instante de sentirse fuera de sí, en un éxtasis invertido, hundimiento de la persona en un paroxismo. Así llegaba hasta la masa la abdicación de los que piensan y aun de los que en verdad deben conducir a un pueblo hasta el nivel de la persona humana.
“Y en lugar del pan de cada día, la droga que por un instante convierte al desposeído en dueño de todo, hasta del pasado, de la totalidad del tiempo. Se hace del desposeído un poseso.
“Y estos instantes absolutos, tan fugaces habían de sostenerse en un último absoluto: la muerte. El vértigo de la caída se detenía sólo en ella. Y ella era el 'fundamento' último, el punto de recurrencia, fin que estaba desde el principio: la hechicera. Para seguir viviendo así había que morir y que matar. Poseídos por la muerte afirmaban los valores 'vitales'. Viva la Muerte, se gritó un día… en España”.
Para acá, para que de este lado del Atlántico lo comprendamos mejor, mi referencia predilecta es Pepe El Toro, quien en algún parlamento de la trilogía Nosotros los Pobres, Ustedes los ricos o Pepe El Toro, sostiene con todo desparpajo: “La calavera me pela los dientes”. Esta es la puerta que pueden abrir grupos de mercenarios como Blackwater, para que los miembros más rijosos, violentos de la sociedad, salgan a las calles para demostrar a los timoratos que la muerte les pela los dientes.
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