Sara Sefchovich
Para Carlos Marx, lo que divide a los seres humanos es la propiedad de los bienes de producción. Es la teoría de las clases sociales. Thornton Veblen está de acuerdo con ella, pero desde otra perspectiva. Para él la división está entre los que trabajan y los que pasan el tiempo sin hacer nada productivo, dedicados al consumo y a ocupaciones relacionadas con la educación, la guerra, el gobierno, la religión y el deporte. A esos les llama la clase ociosa.
Según estas perspectivas economicistas, la división esencial es entre ricos y pobres, ya sea que se considere que aquellos también trabajan o que no y que consumir sea o no necesario para mantener la economía.
Para otros estudiosos, la división social pasa por otro lado. Según Huntington, por lo cultural: “Estamos asistiendo al final de una era de progreso dominada por las ideologías occidentales, y estamos entrando en una era en la que civilizaciones múltiples y diversas interaccionarán, competirán, convivirán y se acomodarán unas a otros. Este proceso planetario se manifiesta ampliamente en el resurgimiento cultural en países asiáticos e islámicos, generado en parte por su dinamismo económico y demográfico”. El choque entre los occidentales y todos los demás es inevitable, dice el autor, por cuestiones de civilización.
Por eso, para muchos occidentales existe el pánico de ser “invadidos”, y de allí el rechazo a la inmigración, sea de mexicanos a Estados Unidos, de turcos a Alemania o de argelinos a Francia. En Inglaterra, un funcionario les explicaba a quienes quieren volverse ingleses, que primero tendrían que aprender a respetar las costumbres inglesas, la principal de ellas, hacer ordenadamente cola y saber esperar su turno en la fila.
Están por supuesto las viejísimas divisiones que pasan por la religión. Cristianos protestantes y cristianos católicos, budistas de ésta y de aquella corriente, musulmanes y cristianos, cada uno asegura que la suya es la fe verdadera, y se sienten con derecho (y hasta en la obligación) de convertir, por la buena o por la mala, a quienes tienen otras religiosidades.
Otra división significativa tiene que ver con el género. Ésta se manifiesta en dos sentidos aparentemente opuestos: por una parte quienes consideran a la mujer lo peor —como los talibanes— y por otra quienes en una perfecta inversión, la consideran lo mejor. En un encuentro que tuvo lugar recientemente en España, Graca Machel afirmó que las mujeres tienen mayores grados de transparencia y creatividad y Michelle Bachelet dijo que cuando están en puestos de decisión incorporan “nuevas maneras de dirigir, de dialogar y de negociar, buscan incluir y no excluir, y creen en el consenso más allá de la primacía del ego”. Lamentablemente no es así más que en el deseo.
Está de moda considerar que la división significativa hoy es la edad. El argumento es que lo que separa a jóvenes y viejos es la riqueza que poseen y sus posibilidades de poseerla, que son mucho menores de las que tuvieron sus padres por las condiciones del trabajo y de las finanzas mundiales, por el cambio climático e incluso por el hecho de que las personas viven mucho más tiempo.
Por fin, otra división muy en boga en México, es la que separa a los gobernantes de los gobernados, como si entre ambos no hubiera nada en común. Eso me lo hizo notar un lector: “Por un lado, está el enemigo público número uno, el gobierno, causante de todos nuestros problemas, ya sean personales, familiares, económicos, sociales, o de cualquier índole. Siguiendo esa lógica el gobierno debe de haber venido de algún planeta extraño, que gracias a sus poderes sobrenaturales nos conquistó, y se adueñó del poder. No habla nuestro idioma ni tiene las virtudes que tiene el pueblo mexicano: honesto, trabajador, valiente, serio, ético, con hartos valores morales y humanos, siempre pendientes de nuestras obligaciones y deberes”.
El tema me parece interesante y continuaré con él la semana próxima, para considerar una perspectiva que me parece pone el dedo en la llaga para nosotros.
Para Carlos Marx, lo que divide a los seres humanos es la propiedad de los bienes de producción. Es la teoría de las clases sociales. Thornton Veblen está de acuerdo con ella, pero desde otra perspectiva. Para él la división está entre los que trabajan y los que pasan el tiempo sin hacer nada productivo, dedicados al consumo y a ocupaciones relacionadas con la educación, la guerra, el gobierno, la religión y el deporte. A esos les llama la clase ociosa.
Según estas perspectivas economicistas, la división esencial es entre ricos y pobres, ya sea que se considere que aquellos también trabajan o que no y que consumir sea o no necesario para mantener la economía.
Para otros estudiosos, la división social pasa por otro lado. Según Huntington, por lo cultural: “Estamos asistiendo al final de una era de progreso dominada por las ideologías occidentales, y estamos entrando en una era en la que civilizaciones múltiples y diversas interaccionarán, competirán, convivirán y se acomodarán unas a otros. Este proceso planetario se manifiesta ampliamente en el resurgimiento cultural en países asiáticos e islámicos, generado en parte por su dinamismo económico y demográfico”. El choque entre los occidentales y todos los demás es inevitable, dice el autor, por cuestiones de civilización.
Por eso, para muchos occidentales existe el pánico de ser “invadidos”, y de allí el rechazo a la inmigración, sea de mexicanos a Estados Unidos, de turcos a Alemania o de argelinos a Francia. En Inglaterra, un funcionario les explicaba a quienes quieren volverse ingleses, que primero tendrían que aprender a respetar las costumbres inglesas, la principal de ellas, hacer ordenadamente cola y saber esperar su turno en la fila.
Están por supuesto las viejísimas divisiones que pasan por la religión. Cristianos protestantes y cristianos católicos, budistas de ésta y de aquella corriente, musulmanes y cristianos, cada uno asegura que la suya es la fe verdadera, y se sienten con derecho (y hasta en la obligación) de convertir, por la buena o por la mala, a quienes tienen otras religiosidades.
Otra división significativa tiene que ver con el género. Ésta se manifiesta en dos sentidos aparentemente opuestos: por una parte quienes consideran a la mujer lo peor —como los talibanes— y por otra quienes en una perfecta inversión, la consideran lo mejor. En un encuentro que tuvo lugar recientemente en España, Graca Machel afirmó que las mujeres tienen mayores grados de transparencia y creatividad y Michelle Bachelet dijo que cuando están en puestos de decisión incorporan “nuevas maneras de dirigir, de dialogar y de negociar, buscan incluir y no excluir, y creen en el consenso más allá de la primacía del ego”. Lamentablemente no es así más que en el deseo.
Está de moda considerar que la división significativa hoy es la edad. El argumento es que lo que separa a jóvenes y viejos es la riqueza que poseen y sus posibilidades de poseerla, que son mucho menores de las que tuvieron sus padres por las condiciones del trabajo y de las finanzas mundiales, por el cambio climático e incluso por el hecho de que las personas viven mucho más tiempo.
Por fin, otra división muy en boga en México, es la que separa a los gobernantes de los gobernados, como si entre ambos no hubiera nada en común. Eso me lo hizo notar un lector: “Por un lado, está el enemigo público número uno, el gobierno, causante de todos nuestros problemas, ya sean personales, familiares, económicos, sociales, o de cualquier índole. Siguiendo esa lógica el gobierno debe de haber venido de algún planeta extraño, que gracias a sus poderes sobrenaturales nos conquistó, y se adueñó del poder. No habla nuestro idioma ni tiene las virtudes que tiene el pueblo mexicano: honesto, trabajador, valiente, serio, ético, con hartos valores morales y humanos, siempre pendientes de nuestras obligaciones y deberes”.
El tema me parece interesante y continuaré con él la semana próxima, para considerar una perspectiva que me parece pone el dedo en la llaga para nosotros.
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