Huyen de Paulette

Martha Anaya / Crónica de Política

Se paró ante los micrófonos. Leyó su renuncia en menos de tres minutos con voz firme, sin mayores cambios en su tono. Apenas concluyó la lectura del por qué de su renuncia a la Procuraduría general de justicia del Estado de México, Alberto Bazbaz Sacal giró y salió apresuradamente del lugar, sin obsequiar una sola mirada de más a las cámaras.

Diríase, tal cual, que Bazbaz salió huyendo.

Estaba más que consciente de que no podía seguir un minuto más al frente de la institución a la que llegó hace dos años y dos meses. Él mismo cavó su tumba. Enrique Peña Nieto, su jefe, decidió el momento en que habría de lanzarse en ella, sin mayor epitafio que la propia carta de renuncia.

Alberto Bazbaz se convirtió en “el malo de la película” por méritos propios.

Esencialmente, por la manera en que llevó la investigación de la muerte de la niña Paulette Gevara; por sus conclusiones anticipadas –declaró de entrada que se trataba de un homicidio–, por hacer creer que la madre de la niña podría ser la asesina; por arraigar a los padres –haciendo pensar que podían ser culpables—y liberarlos luego bajo el dicho de que ello no significaba que fuesen inocentes.

Por lo inverosímil que resulta que el cuerpo de la niña Paulette hubiese aparecido, nueve días después de su desaparición –tras un extraño apagón en la zona– , a los pies de su cama y se tratara de convencernos que el cuerpo siempre estuvo ahí y que no hubo manipulación del cadáver. Que fue la propia niña quien se deslizó hacia ese punto.

Peor aún, porque nadie, nadie, notó nada en el cuarto de Paulette ni en su cama durante nueve días; ni las nanas que hicieron la cama, ni la madre que ofreció entrevistas sentada sobre la cama, ni los periodistas que acudieron al lugar, ni los perros que husmearon el lugar, ni los peritos que investigaron el lugar…

¡Cómo no convertirse así en el malo de la película!

Lo menos que podía esperarse de Alberto Bazbaz era su renuncia.

Pero en esta historia maloliente hay más. Bazbaz intentó renunciar luego de que apareció el cuerpo de Paulette y el escándalo alcanzó niveles que afectaban más y más al gobernador mexiquense. No se lo permitió. Le obligó a llevar la historia del caso hasta el final, a ser él –le dijo—quien pagara todos los costos de los errores cometidos. Se trataba, en lo que a esta decisión respecta, de no “ensuciar” la imagen del funcionario que habría de sucederlo en el cargo.

Más aún, Bazbaz habría de “coadyuvar” y cargar con todo el entramado de la historia que ofreció el viernes pasado, dando por agotadas las investigaciones, y sosteniendo que la muerte de Paulette fue “un accidente” por lo que no había que ejercer acción penal contra persona alguna.

Y así fue. El hasta ayer Procurador mexiquense llevó el caso hasta el final. (Al menos de manera formal).

Sin embargo, aunque Peña Nieto y los suyos –y quienes tengan que ver en el caso—quieran darle cerrojazo al caso Paulette con la renuncia de Bazbaz, éste no ha concluido.

No ha terminado porque la propia madre de Paulette, Lissette Farah, llamó a la Procuraduría mexiquense a dar una explicación fehaciente sobre la muerte de su hija y que satisfaga a todos. Porque para ella las conclusiones que dio a conocer Bazbaz son “difíciles de creer”.

Y no es ni será caso cerrado para muchos otros ciudadanos, aunque haya desaparecido el malo de la película, porque quedan muchas incógnitas, porque lo que se expuso como conclusiones no pasa siquiera la barrera del sentido común, porque es una afrenta soltar una versión “final” sin permitir una sola pregunta que despeje dudas, sin que ninguna autoridad se tome la molestia de ofrecerle a la gente certeza y credibilidad en la forma en que se aplica la justicia.

Las dos últimas apariciones de Alberto Bazbaz –la de viernes pasado cuando ofreció las conclusiones del caso y la de este lunes con su renuncia—son la imagen perfecta de lo que se trata de hacer con el caso Paulette: huir de él y enterrarlo lo más pronto posible.

Pero no sólo él.

Comentarios