El último misterio del jefe Diego

Pablo Ordaz

El jefe Diego es un personaje de los que ya no quedan. Su barba blanca y el humo constante de su puro, su retórica siempre dispuesta a la refriega y un par de anécdotas muy reveladoras que salpican su biografía -sacó a latigazos a un poeta de un teatro de Querétaro y construyó una carretera para poder visitar a su amada en un pueblo de Jalisco- nunca consiguieron ocultar su verdadero poderío. El de ser uno de los hombres más influyentes de México, capaz de moverse con idéntica soltura bajo los focos que lo alumbraron como candidato presidencial de la derecha en 1994 tras los secretos millonarios de su todopoderoso despacho de abogados.

El caso es que, seguro de sí mismo, sin más compañía que un revólver en la guantera y un buen fajo de pesos en el bolsillo, Diego Fernández de Cevallos, de 69 años, llegó conduciendo su camioneta Cadillac Escalada a uno de sus ranchos de Querétaro. Era la noche del viernes 14 de mayo. Es lo último que se sabe del jefe Diego.

Al amanecer del sábado, un pequeño charco de sangre junto al vehículo, unas gafas rotas y unas tijeras que el político utilizaba para recortarse la barba fue todo lo que sus familiares encontraron. La noticia de la desaparición del jefe Diego fue filtrándose a través de las redes sociales, acompañada de un sinfín de datos falsos -se llegó a decir incluso que había aparecido el cadáver- y de un aluvión de comentarios que mostraban un extraño regocijo. Tal vez porque Fernández de Cevallos es el mejor representante de una casta de políticos intocables. Perteneciente a la llamada vieja escuela del Partido de Acción Nacional (PAN) -el partido del presidente Felipe Calderón-, fue senador y diputado en varias ocasiones y, en 1994, protagonizó uno de los muchos misterios no resueltos que adornan su biografía.

Todo el mundo recuerda en México un debate televisado entre Fernández de Cevallos, candidato a la presidencia de la República por el PAN, el aspirante por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), Ernesto Zedillo, y el de la izquierda, Cuauhtémoc Cárdenas. El jefe Diego, gran orador, se los comió a los dos.

El camino hacia la presidencia parecía expedito y fue entonces cuando Fernández de Cevallos desapareció. Se recluyó en su rancho y dejó que el PRI, que venía gobernando México las últimas seis décadas, siguiera en el poder seis años más. Desde sus propias filas lo llamaron traidor. Él nunca explicó la razón de aquella espantada. Sólo en los últimos días, y a la sombra de su desaparición, se ha rumoreado que tal vez el narcotráfico lo amenazó a él o a su familia.

Pero, como casi todo en la biografía del jefe Diego, también aquello forma parte del misterio. De la zona oscura. Como la profundidad de su relación con uno de los narcotraficantes míticos, Amado Carrillo, el Señor de los Cielos, llamado así porque poseía una flotilla de aviones para abastecer de cocaína Estados Unidos. O como la habilidad para ejercer al mismo tiempo de diputado y de abogado que litiga contra el Estado y que consigue sin despeinarse una indemnización multimillonaria para sus clientes privados. La capacidad para encender o apagar la luz a su antojo. Sintiéndose intocable. Hasta el punto de que en el país de la guerra contra el crimen organizado, de los 22.000 muertos en tres años, el jefe Diego seguía viajando solo.

El silencio sobre su desaparición es total. Los primeras conjeturas apuntaban a varias posibilidades: una advertencia del narcotráfico al Estado; un secuestro con fines económicos; un ajuste de cuentas profesional o personal... Nada se sabe a ciencia cierta. La familia de Fernández de Cevallos pidió al Gobierno de Felipe Calderón que no informara sobre el secuestro. Y el Gobierno aceptó. No en vano se da por sentado que fue el jefe Diego quien colocó en sus puestos al actual secretario de Gobernación -una especie de vicepresidente del Gobierno- y al procurador general de la República -el fiscal general del Estado-.

También Televisa, la principal cadena de México, renunció a dar detalles del caso. Incluso el partido de Fernández de Cevallos, que había colocado unos grandes carteles en Querétaro expresando su apoyo al desaparecido, los retiró inmediatamente por deseo de la familia.

En las últimas horas, el hijo mayor del político hizo pública una carta en la que pide encarecidamente a las fuerzas de seguridad del Estado que se mantengan al margen. La divulgación de una fotografía en la que aparece alguien muy parecido al jefe Diego con los ojos tapados, recostado sobre un plástico negro, alimentaría la tesis de que se trata de un secuestro económico. De ahí que, como apuntan algunos medios, la familia hubiese organizado su propio gabinete de seguridad a espaldas del Gobierno.

Pero también esto es terreno para la especulación. Como el dato de que el pequeño charco de sangre encontrado junto a la camioneta fue provocado por los secuestradores al extraer del cuerpo de Fernández de Cevallos un chip de localización, del tamaño de un grano de arroz e incrustado en su piel. Otro misterio más -ojalá que no sea el último- en la biografía del jefe Diego.

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