Álvaro Delgado
Después de dos meses de concentración y de un una serie de juegos de preparación anodinos en Estados Unidos y más bien mediocres en Europa, el grupo de futbolistas que encabeza Javier Aguirre no termina de ser un equipo en su definición más elemental, pero la baja de Jonathan dos Santos perfila implicaciones devastadoras.
Y no porque ese muchacho canterano del Barcelona haya participado en la francachela entre los seleccionados, que exhibió a Cuautémoc Blanco gozando del tabaco a dos semanas del inicio del Mundial y que Aguirre justificó sólo porque él mismo lo hizo de joven --como si fuera un tema moral y no profesional--, sino porque la decisión de eliminarlo del grupo de los 23 ya pegó en el ánimo de un sector de éstos.
Salvo que haya un trabajo psicológico inmediato y exitoso, en un plantel que, además carece de un especialista en esta disciplina, Giovanni dos Santos no podrá recuperar el temple y la alegría con los que venía jugando, después de que su hermano Jonathan fue prácticamente echado por Aguirre de la selección de futbol.
“Mi ilusión es poder coincidir algún día en una cancha con mi hermano, y si puede ser, en el mismo equipo o en la Selección”, decía Jonathan en 2008, cuando tenía 17 años de edad y era visto como una realidad en el Barcelona de Primera División.
Tan importante la salud mental como la física, lo previsible es que el ánimo abatido de Giovanni contagie, al menos, a quienes son sus amigos desde que formó parte de la Selección Sub 17 que ganó el campeonato del mundo: El defensivo Héctor Moreno, el mediocampista Efraín Juárez y el ofensivo Carlos Vela.
Si es cierto lo que dice Zizinho, el indignado y dolorido padre de los dos futbolistas, en el sentido de que Giovanni no quiere ir al Mundial --¡a dos semanas de que inicie!--, la moral del equipo completo se vendrá abajo.
“Gio está hecho polvo. No quiere jugar el Mundial, me pidió que fuera por él a Alemania. Está destrozado”, declaró Zizinho en la cadena ESPN, y luego formuló una frase clave: “¿Crees que Gio rendirá en el Mundial? Los dos me llamaron llorando.”
La decisión de Aguirre y de su cuerpo técnico, particularmente Mario Carrillo --que chocó con él por excluir de la selección a Nery Castillo--, no es sólo estratégica y táctica, ni de méritos futbolísticos, sino de elemental trato humano y, sobre todo, de sentido común: ¿Puede alguien quedarse en paz cuando su hermano es lastimado, así sea la exclusión de una competencia deportiva?
En el futbol se juega con los sentimientos de las personas y detrás siempre existen afanes de manipulación política. En el caso específico de México, está en marcha una simbiosis descarada entre el gobierno de Felipe Calderón y las cadenas televisivas para obtener ganancias con la selección de futbol.
Tan es así que fue el propio Calderón el que intervino para que Aguirre relevara a Sven Goran Ericsson, en mayo de 2008, para evitar la debacle que implicaba no calificar al Mundial de Sudáfrica. Luego debió regañar al técnico cuando éste afirmó, con tono gachupín, que México estaba “jodido” por la violencia.
Ahora, con el mismo tonito de los discursos de Calderón y hasta sus mismos ademanes, Aguirre aparece en los canales de Televisa, promocionando el negocio llamado Iniciativa México. Sobre el Paseo de la Reforma y delante del monumento a la Independencia, pontifica: “Soy Javier Aguirre y amo México. No sé si siempre lo entiendo, pero sé que siempre lo amo.”
Y sin un equipo, en su expresión más básica, un cuadro titular que nunca ha tenido, un grupo deshilvanado y caótico, aunque con algunos muchachos con talento y temple, y ahora con la bomba que estalló con el caso Jonathan, Aguirre ofrece --en los hechos-- la Copa del Mundo.
De otra manera no se entiende cómo Aguirre ofrece --con exactamente el mismo discurso de Calderón, aunque sin el acento español cuando se refirió al “jodido” México-- pasar del México de los complejos al “sí se pudo”.
Calderón debe estar preocupado por este asunto. Sabe que el derrumbe de la Selección Mexicana de futbol es, también, su propio hundimiento…
Después de dos meses de concentración y de un una serie de juegos de preparación anodinos en Estados Unidos y más bien mediocres en Europa, el grupo de futbolistas que encabeza Javier Aguirre no termina de ser un equipo en su definición más elemental, pero la baja de Jonathan dos Santos perfila implicaciones devastadoras.
Y no porque ese muchacho canterano del Barcelona haya participado en la francachela entre los seleccionados, que exhibió a Cuautémoc Blanco gozando del tabaco a dos semanas del inicio del Mundial y que Aguirre justificó sólo porque él mismo lo hizo de joven --como si fuera un tema moral y no profesional--, sino porque la decisión de eliminarlo del grupo de los 23 ya pegó en el ánimo de un sector de éstos.
Salvo que haya un trabajo psicológico inmediato y exitoso, en un plantel que, además carece de un especialista en esta disciplina, Giovanni dos Santos no podrá recuperar el temple y la alegría con los que venía jugando, después de que su hermano Jonathan fue prácticamente echado por Aguirre de la selección de futbol.
“Mi ilusión es poder coincidir algún día en una cancha con mi hermano, y si puede ser, en el mismo equipo o en la Selección”, decía Jonathan en 2008, cuando tenía 17 años de edad y era visto como una realidad en el Barcelona de Primera División.
Tan importante la salud mental como la física, lo previsible es que el ánimo abatido de Giovanni contagie, al menos, a quienes son sus amigos desde que formó parte de la Selección Sub 17 que ganó el campeonato del mundo: El defensivo Héctor Moreno, el mediocampista Efraín Juárez y el ofensivo Carlos Vela.
Si es cierto lo que dice Zizinho, el indignado y dolorido padre de los dos futbolistas, en el sentido de que Giovanni no quiere ir al Mundial --¡a dos semanas de que inicie!--, la moral del equipo completo se vendrá abajo.
“Gio está hecho polvo. No quiere jugar el Mundial, me pidió que fuera por él a Alemania. Está destrozado”, declaró Zizinho en la cadena ESPN, y luego formuló una frase clave: “¿Crees que Gio rendirá en el Mundial? Los dos me llamaron llorando.”
La decisión de Aguirre y de su cuerpo técnico, particularmente Mario Carrillo --que chocó con él por excluir de la selección a Nery Castillo--, no es sólo estratégica y táctica, ni de méritos futbolísticos, sino de elemental trato humano y, sobre todo, de sentido común: ¿Puede alguien quedarse en paz cuando su hermano es lastimado, así sea la exclusión de una competencia deportiva?
En el futbol se juega con los sentimientos de las personas y detrás siempre existen afanes de manipulación política. En el caso específico de México, está en marcha una simbiosis descarada entre el gobierno de Felipe Calderón y las cadenas televisivas para obtener ganancias con la selección de futbol.
Tan es así que fue el propio Calderón el que intervino para que Aguirre relevara a Sven Goran Ericsson, en mayo de 2008, para evitar la debacle que implicaba no calificar al Mundial de Sudáfrica. Luego debió regañar al técnico cuando éste afirmó, con tono gachupín, que México estaba “jodido” por la violencia.
Ahora, con el mismo tonito de los discursos de Calderón y hasta sus mismos ademanes, Aguirre aparece en los canales de Televisa, promocionando el negocio llamado Iniciativa México. Sobre el Paseo de la Reforma y delante del monumento a la Independencia, pontifica: “Soy Javier Aguirre y amo México. No sé si siempre lo entiendo, pero sé que siempre lo amo.”
Y sin un equipo, en su expresión más básica, un cuadro titular que nunca ha tenido, un grupo deshilvanado y caótico, aunque con algunos muchachos con talento y temple, y ahora con la bomba que estalló con el caso Jonathan, Aguirre ofrece --en los hechos-- la Copa del Mundo.
De otra manera no se entiende cómo Aguirre ofrece --con exactamente el mismo discurso de Calderón, aunque sin el acento español cuando se refirió al “jodido” México-- pasar del México de los complejos al “sí se pudo”.
Calderón debe estar preocupado por este asunto. Sabe que el derrumbe de la Selección Mexicana de futbol es, también, su propio hundimiento…
Comentarios