Horacio J. González
En la historia reciente del México medio bronco que se niega a despertar, a principios del convulsionado 1994, el secuestro de Alfredo Harp Helú, entonces presidente del grupo Banamex, causó conmoción en el año que nos despertamos engañados con un Tratado de Libre Comercio y una rebelión zapatista en el país real que nos recordaba por otro lado, nuestras miserias ancestrales. Por la liberación del hombre que entonces recién cumplía 50 años, se pagaron 30 millones de dólares de los originalmente 100 solicitados por sus captores a los familiares del también propietario del equipo de beisbol, Diablos Rojos del México.
El 94 también nos recuerda al empresario Ángel Losada, entonces propietario de los autoservicios Gigante, secuestrado en la primera mitad de ese año de incertidumbre. Hacia finales de 1997, otro secuestro cimbró al país, Fernando Gutiérrez Barrios, el poderoso exsecretario de Gobernación, exgobernador de Veracruz y conocedor de secretos que sólo el CISEN podría otorgar a quien lo dirige por años, se presume fue plagiado por espacio de ocho días y liberado tras pagar seis millones de dólares.
Hoy, o mejor descrito, desde el pasado 14 de mayo, la desaparición del polémico Diego Fernández de Cevallos, según algunas plumas destacadas de la prensa nacional, ha significado el posible secuestro más impactante desde ese lejano 1994.
Ese posible plagio perpetrado a las afueras de una de sus múltiples propiedades del estado de Querétaro, ha desencadenado todo un efecto mediático que va desde el lapsus del expresidente del PAN, Manuel Espino al asegurar por el ciberespacio que ya habría muerto, y que además ubicaba incluso su cadáver en el campo militar de esa entidad, hasta los programas especiales de televisoras nacionales dando a conocer el suceso por la noche del sábado 15, y qué decir de la exhibición por la noche del pasado jueves 20 en Milenio televisión, de la imagen inconfundible del exsenador con ojos vendados y visiblemente disminuido físicamente, y que posteriormente la misma fuera reproducida en las mayoría de los medios de comunicación del país.
Desde entonces no hay un solo día en que no hable del hecho, aunque en términos reales no se avance en nuevos datos o información destacada que no haya sido publicada. Sobresale por otro lado, dentro de la vorágine informativa, la incapacidad del Estado en resolver el caso, ya que la misma familia del afectado ha pedido que las autoridades, federales o estatales se retiren de la investigación; es decir, la posible liberación de Fernández de Cevallos dependerá no de la efectividad de las autoridades, sino de precisamente de que no intervengan. Y eso también forma parte del espectáculo mediático del caso Diego, mismo que aunque Televisa ha decidido autocensurarse en la difusión del suceso, la misma restricción es invitada también del efecto noticioso que hoy nos ocupa, pero que como toda noticia ha de morir a fuerza de repetirse y aburrir al auditorio.
A diferencia del caso Paulette Gebara, en donde la misma familia pedía la intervención de los medios en horario triple A, ahora los hijos de Fernández de Cevallos piden lo contrario, pero al invocarlos, sigue presente el hecho en el imaginario y en las redacciones de los diarios.
En todo el país, sus compañeros de partido buscan beneficiarse de la figura del polémico personaje en tiempos de elecciones. Hasta en Aguascalientes, el mandatario estatal ha confesado que su verdadero padrino es el excandidato a la presidencia de la República, precisamente en el convulsionado 1994.
En la historia reciente del México medio bronco que se niega a despertar, a principios del convulsionado 1994, el secuestro de Alfredo Harp Helú, entonces presidente del grupo Banamex, causó conmoción en el año que nos despertamos engañados con un Tratado de Libre Comercio y una rebelión zapatista en el país real que nos recordaba por otro lado, nuestras miserias ancestrales. Por la liberación del hombre que entonces recién cumplía 50 años, se pagaron 30 millones de dólares de los originalmente 100 solicitados por sus captores a los familiares del también propietario del equipo de beisbol, Diablos Rojos del México.
El 94 también nos recuerda al empresario Ángel Losada, entonces propietario de los autoservicios Gigante, secuestrado en la primera mitad de ese año de incertidumbre. Hacia finales de 1997, otro secuestro cimbró al país, Fernando Gutiérrez Barrios, el poderoso exsecretario de Gobernación, exgobernador de Veracruz y conocedor de secretos que sólo el CISEN podría otorgar a quien lo dirige por años, se presume fue plagiado por espacio de ocho días y liberado tras pagar seis millones de dólares.
Hoy, o mejor descrito, desde el pasado 14 de mayo, la desaparición del polémico Diego Fernández de Cevallos, según algunas plumas destacadas de la prensa nacional, ha significado el posible secuestro más impactante desde ese lejano 1994.
Ese posible plagio perpetrado a las afueras de una de sus múltiples propiedades del estado de Querétaro, ha desencadenado todo un efecto mediático que va desde el lapsus del expresidente del PAN, Manuel Espino al asegurar por el ciberespacio que ya habría muerto, y que además ubicaba incluso su cadáver en el campo militar de esa entidad, hasta los programas especiales de televisoras nacionales dando a conocer el suceso por la noche del sábado 15, y qué decir de la exhibición por la noche del pasado jueves 20 en Milenio televisión, de la imagen inconfundible del exsenador con ojos vendados y visiblemente disminuido físicamente, y que posteriormente la misma fuera reproducida en las mayoría de los medios de comunicación del país.
Desde entonces no hay un solo día en que no hable del hecho, aunque en términos reales no se avance en nuevos datos o información destacada que no haya sido publicada. Sobresale por otro lado, dentro de la vorágine informativa, la incapacidad del Estado en resolver el caso, ya que la misma familia del afectado ha pedido que las autoridades, federales o estatales se retiren de la investigación; es decir, la posible liberación de Fernández de Cevallos dependerá no de la efectividad de las autoridades, sino de precisamente de que no intervengan. Y eso también forma parte del espectáculo mediático del caso Diego, mismo que aunque Televisa ha decidido autocensurarse en la difusión del suceso, la misma restricción es invitada también del efecto noticioso que hoy nos ocupa, pero que como toda noticia ha de morir a fuerza de repetirse y aburrir al auditorio.
A diferencia del caso Paulette Gebara, en donde la misma familia pedía la intervención de los medios en horario triple A, ahora los hijos de Fernández de Cevallos piden lo contrario, pero al invocarlos, sigue presente el hecho en el imaginario y en las redacciones de los diarios.
En todo el país, sus compañeros de partido buscan beneficiarse de la figura del polémico personaje en tiempos de elecciones. Hasta en Aguascalientes, el mandatario estatal ha confesado que su verdadero padrino es el excandidato a la presidencia de la República, precisamente en el convulsionado 1994.
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