Lo cierto es que gran parte de la sociedad mexicana ha sido capaz de profundizar, con creces, todas sus ineptitudes. Enmudecidos y azorados esos sectores ávidos de riqueza, necesitados de vivir deslumbrados por el brillo del dinero sucio producido por el narcotráfico, se despojaron de toda ideología, guardaron en el cajón de los recuerdos los valores aprendidos en las casas y en las aulas, enterraron los reparos y los prejuicios con el propósito de exhumarlos a tiempo del arrepentimiento que de todas maneras pudiese conducirlos a la vida eterna. Su lucha, su deseo de vida es gobernar matando y buscar el poder muriendo.
Luis Carlos Galán fue asesinado en Colombia cuando aspiraba al poder presidencial, porque en ese país la sociedad y los narcotraficantes colisionaron. Los barones de la droga cometieron un error de cálculo, no sólo asesinaron a sus enemigos, sino que para hacerlo poco o nada les importó que hubiese víctimas inocentes. Lo mismo sabotearon un avión de pasajeros que colocaron bombas en lugares públicos. Recuperar las imágenes en los videos informativos o a través de Internet, nos recuerda que México parecía muy lejos de llegar a eso, pero que la ejecución de Mario Guajardo en Valle Hermoso, Tamaulipas, abre la puerta a escenarios que los analistas del CISEN y de la Sección Segunda de la Secretaría de la Defensa Nacional no quisieran considerar en sus análisis prospectivos, porque el tobogán del terror no tiene ruta de retorno ni límites en el descenso de uno y otro lado: me refiero al descontrol de quienes aterrorizan y al de quienes han de reprimir amparados en la violencia legítima del Estado.
No ha transcurrido ni una semana cuando desaparece Diego Fernández de Cevallos, ilustre panista de historia política llena de claroscuros y afinidades financieras más que ideológicas para servir al poder. Su “desaparición” me recuerda el secuestro de Fernando Gutiérrez Barrios y antes todavía al de Aldo Moro, pues quizá ya no quepa duda que ambos fueron plagiados por el Estado, uno con mejor suerte que el otro, pues el político italiano sí fue ejecutado.
Apuntó para Le Nouvel Observateur Leonardo Sciascia, cuando decidió revisar el asesinato de Aldo Moro: “… En los meandros del poder, donde es el gran capital quien arma la mano de los asesinos, tiene muy poca importancia la identidad de quien ha sido delegado para matar… El Estado no negoció por debilidad. En la medida en que se creyó fuerte, era débil. Poniatowski, ministro del Interior francés, de un Estado que es realmente un Estado, ha dicho que cuando están en juego vidas humanas inocentes, el Estado negocia. Es después cuando debe saber aniquilar los focos de la subversión, radicalmente…”
Por lo pronto nos movemos en la incertidumbre, pues mientras Ismael “El Mayo” Zambada dice a Julio Scherer que tienen respaldo social, que se mueven entre las redes sociales que los necesitan para vivir y viceversa, desde el gobierno sostienen que eso es una falacia, porque como apunta mi sensei: “No hay personaje histórico que no se vea obligado a llevar una máscara. Reciente, apenas pasada, está en nuestros ojos la visión de las últimas, de las que esperamos sean las últimas… Y no hay máscaras, personaje enmascarado, que no desate un delirio de persecución. Podría preverse el número de víctimas que a un cierto régimen corresponde, mirando tan sólo la máscara que lo representa. A mayor potencia de representación, mayor el número de las víctimas. Y no es necesario que las víctimas sean hechas por decreto cruel, por delirio persecutorio.
“La historia trágica se mueve a través de personajes que son máscaras, que han de aceptar la máscara para actuar en ella como hacen los actores en la tragedia poética. El espectáculo del mundo en estos últimos tiempos deja ver, por la sola visión de máscaras que no necesitan ser nombradas, la textura extremadamente trágica de nuestra época…”
El lugar común en muchas naciones es decir que son kafkianas, y en México llegan al límite torpe de decir que Kafka debió nacer mexicano. Lo que aquí ocurre es diferente, más cercano a la realidad y a la incomprensión, porque lo vivido es el absurdo camusiano, es la certeza de la falta de conciencia pública, porque por el momento la impudicia de la avidez por el dinero negro llega al discurso político disfrazada de razón, de idea, de ideología, de programa, hasta el día en que los mensajeros se presentan a cobrar la factura, como sucedió en Valle Hermoso, Tamaulipas, o a las puertas de La cabaña.
Escribe Camus en sus cuadernos: “La política y la suerte de los hombres están hechas por hombres sin ideal y sin grandeza. Los que tienen alguna grandeza dentro no hacen política”; lo que puede ser cierto, por absurdo que parezca, pero entonces ¿a quién ha de encargarse el gobierno de los hombres, si de verdad se anhela un mundo mejor?
Ciertamente no se puede depender para ello de los poderes fácticos y sus administradores, y en uno de esos poderes ya puede haberse constituido el narcotráfico, que ya es una red global con infinitas conexiones financieras y económicas, a cuyos representantes en México no les tiembla la mano para eliminar un obstáculo en Valle Hermoso, Tamaulipas, ni en Pedro Escobedo, Querétaro.
Comentarios